Ilustración Joao Fazenda |
Buscar siempre la aprobación externa
puede resultar un arma de dos filos
La clave es aumentar el valor
personal ante uno mismo, pero no delante de nadie
No conozco la clave del éxito, pero
la clave del fracaso es tratar de complacer a todo el mundo. Woody Allen
Si crees totalmente en ti mismo, no
habrá nada que esté fuera de tus posibilidades. Wayne Dyer
De pequeños, pocos reciben una educación enfocada
al bienestar emocional, y después, de mayores, al carecer de una referencia
interna, las personas buscan en los demás un sucedáneo de autoestima que acaba
creando más problemas de los que trata de solucionar. Se han escrito muchos libros
sobre el tema, se imparten cursos y se llenan consultas de personas que desean
mejorar su autoconcepto… pero muchos olvidan que la valía es fruto de la autopercepción y no
de lo que digan los demás.
Nuestra cultura occidental ha inventado la
necesidad de ser
“especial”, para alguien o en algo. Y nosotros hemos comprado ese
deseo. ¿Qué ha ocurrido? Quién más, quién menos, construye una idea de sí mismo
en positivo o en negativo. Es decir, hay personas que se sienten “mejores”
–por encima de los demás– (se aman) y otras que se sienten “peores” –por debajo de los
otros– (y se odian).
No sé de dónde salió la idea de que debemos buscar
la aprobación externa, el cuento de que, en el caso de obtenerla, podemos
sentirnos felices, y en el caso de no obtenerla, hemos de sentirnos
desgraciados. El reconocimiento externo es un arma de dos filos: por un lado,
puede subir la moral, pero también puede dejar por los suelos el estado de
ánimo. Demasiado
riesgo, máxime cuando la aprobación o la censura se suele hacer con ligereza.
Alguien dijo: “Dale un premio a un escritor y ya no escribirá nada más
de valor”. No siempre es así, por fortuna, pero es verdad que el
escritor después de recibir un galardón soporta un estrés adicional, ya que se
ve obligado a no defraudar las expectativas de sus lectores y estar a la altura
del reconocimiento recibido.
Cuando
una persona se convierte en buscadora compulsiva de la aprobación externa,
entra en su propia trampa y en un ciclo sin fin. Se condena a
sí misma, sin saberlo, a ir de cumplido en cumplido, a recabar la aprobación
ajena, a necesitar incluso el halago. Ya no es libre, depende de que otros
alimenten su necesidad de ser aprobada. Es como un adicto emocional que padece
el síndrome de abstinencia. Se podía decir que esa persona pierde el tiempo y
la paz mental buscando la felicidad en el lugar equivocado.
Es obvio que no hay nada malo respecto a contar
con el beneplácito ajeno. El problema es cuando se necesita y, sobre todo, cuando se confunde el
verdadero valor personal con la complacencia externa. Son dos cosas
muy diferentes, y cuando se entiende esta gran diferencia, las personas se
centran en su valor y no en buscar ser valoradas.
Reforzar la autoestima significa aumentar el
valor personal ante uno mismo, pero no delante de nadie. Cualquier
palabra que empiece con auto (autoestima, autoconcepto, autoimagen…) tiene que
ver con uno mismo y no con los demás. Aun estando claro, parece que se olvida.
Llega un momento en la vida en el que tenemos que centrarnos en aclarar la
relación con la persona más importante, que no es otro que uno mismo. Si esa relación
es sana e intensa, seremos felices; si es insana, seremos infelices.
Tampoco hay que confundir la valoración propia con
la arrogancia,
que es precisamente la defensa de las personas que tienen poca. Hay dos clases
de autoestima falsa: la evaluación que hacen de sí mismos aquellos que se creen
mejores que los demás y la que hacen los que se sienten peores que los demás.
Ambas percepciones son una visión desajustada del valor intrínseco que cada
persona tiene por el simple hecho de ser un ser humano.
No hay diferencia, salvo en el signo en las
expresiones: “soy
el mejor” y “soy el peor”. Ambas expresiones demuestran un
desconocimiento del valor real del ser humano, y confunden la comparación
externa con la autoevaluación interna. En el fondo reflejan el mismo problema,
pero con dos sistemas de compensación diferentes: uno a más y el otro a menos.
Fue S. Freud quien decía que esta
compensación en realidad es una deformación para poder soportar una autoestima
lesionada.
Ilustración Joao Fazenda |
Elevar la autoestima depende de tomar la decisión
de que somos
valiosos al margen de los resultados que obtengamos, y de recordar
siempre esta decisión. No necesitamos pruebas ni resultados. Se trata de una
decisión interior que se apoya en uno mismo y no en los demás. La mejor manera
de influir en cómo nos perciben los demás es mejorar la forma en que nos vemos a
nosotros mismos. Sin duda, eso generará de alguna manera un impacto
porque cuando las personas se quieren más, el mundo las quiere más.
Una pequeña diferencia, en más o en menos, del
nivel de autoestima de una persona va a marcar una discrepancia dramática en lo
que conseguirá de la vida, tanto a nivel personal como profesional. Así, nuestro
rendimiento nunca será mayor que la imagen que tenemos de nosotros mismos.
Una persona con autoestima saludable es: sabia sin ser
pedante, asertiva sin ser agresiva, poderosa sin
necesitar la fuerza, ambiciosa sin ser codiciosa, profunda y no
banal, humilde sin ser servil, valiosa sin ser orgullosa. Y lo
más importante: deja de compararse con los demás, ya sea en positivo o
negativo.
Las
consecuencias
“El
modo en que nos sentimos con respecto a nosotros mismos afecta de forma
decisiva a todos los aspectos de nuestra experiencia, desde la manera en que
funcionamos en el trabajo, el amor o el sexo, hasta nuestro proceder como
padres y las posibilidades que tenemos de progresar en la vida. Nuestras
respuestas ante los acontecimientos dependen de quién
y qué
pensamos que somos.
Los dramas de nuestra vida son los reflejos de la visión íntima que poseemos de nosotros
mismos. Por tanto, la autoestima es la
clave del éxito
o del fracaso.
También
es la clave para comprendernos y comprender a los demás. De todos los juicios a que nos sometemos, ninguno es tan importante
como el nuestro propio”.
Cómo mejorar
su autoestima, de Nathaniel Branden
El secreto es prescindir de autojuzgarse. Es mucho más
interesante establecer una relación de amor con el planeta en lugar de mirar de
puertas adentro para evaluar si somos dignos o no de amor. Lo que lo cambiaría
todo es dejar
de autoevaluarse y perseguir conectarse con el resto del mundo.
Del mismo modo que la forma de librarse de los
defectos es aumentar
las cualidades –ya que aquellos se diluyen en estas–, la mejor forma
de no tener que conseguir una buena nota es prescindir de ponerse una,
cualquiera que sea.
Imaginemos un mundo donde amarse no fuese una
ardua tarea. En ese mundo ideal no se perdería el tiempo y la energía en
reparar lo que en realidad no necesita reparación, sino una nueva percepción.
En ese nuevo conocimiento de uno mismo, la avería de la autoestima simplemente
no sería posible porque el concepto sería irrelevante. En ese mundo ideal,
todas las personas se conocerían bien, a nivel esencial, se aceptarían y se
respetarían a sí mismas. En esa utopía no se vendería ningún libro o servicio
sobre cómo mejorar la percepción que tenemos de nosotros mismos.
Leyendo las biografías de Vicente Ferrer o la madre Teresa
de Calcuta, uno se da cuenta de que estas personas no tenían este problema.
Simplemente estaban más centrados en los demás que en ellos mismos.
Y al hacerlo se evitaban un montón de complicaciones, incluida la de necesitar
la aprobación ajena. Seguramente esas personas se levantaban cada día centrados
en cómo iban a ayudar a quien lo necesitase y les ofrecían todo su apoyo. No
creo que se mirasen al espejo para ver si estaban guapos o feos, o que se
perdieran en divagaciones mentales sobre qué diría la prensa de ellos o si eran
adecuados o no. Actuaban
desde el amor, y en ese contexto la autoestima es innecesaria.
La religión de todas las personas debería
ser la de creer en sí mismos. Jiddu Krishnamurti
Cuando pienso en la madre Teresa, me cuesta
imaginarla usando este término. Imagino que su foco de atención estaba siempre
lejos de sí misma, en los demás, y su autoconcepto no tenía la más mínima
importancia para ella. Y así debería ser para todos. Cuando el Dalai Lama visitó Occidente por primera
vez y le preguntaron qué diría a las personas con baja autoestima, él
respondió: “¿Pero es que no se quieren? ¿Por qué
razón?”. En su mente no cabía semejante posibilidad, pues en su
cultura y en su filosofía, hablar de este término carece de significado. Esta
podría ser una buena receta para egos inflados o raquíticos: olvidarse un
poco más de sí mismos y enfocarse plenamente en dar lo mejor que uno tiene,
en lo personal y en lo profesional. En definitiva, entender que la autoestima
baja o alta es un síntoma de desconocimiento del yo esencial.
LIBROS
- ‘La asertividad’. Olga Castanyer
- ‘La autoestima’- Luis Rojas Marcos
- ‘Los seis pilares de la autoestima’- Nathaniel Branden
PELÍCULAS
- ‘Billy Elliot, quiero bailar’. Stephen Daldry
- ‘Quiero ser como Beckham’. Gurinder Chadha
- ‘El diario de Bridget Jones’. Sharon Maguire
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