“Tengo 60 años: cada año que
cumplo me permite aceptarme más a mí mismo. Soy
doctor en Psicología por Harvard; fui periodista de The New York Times y autor
de La inteligencia emocional. Creo en un capitalismo eficaz pero
compasivo. Hemos sufrido la oscura tríada del
narcisista Bush, el maquiavélico Rumsfeld y el sociópata Cheney”.
Leer los ojos
Le pido a Goleman que me ayude
a mejorar mi inteligencia emocional y social. “Aprenda
—me anima— a leer ojos”. Me sugiere que coja fotos de rostros
humanos y tape toda la cara menos los ojos y trate de averiguar sólo por las
miradas cuál era el estado emocional de la persona. Existen cursos de esa
utilísima —los ojos no saben mentir— lectura ocular que preconizó el test
Baron-Cohen. Leo los ojos de Goleman en el taxi camino del Fòrum HSM, donde
presenta ´Inteligencia social´
(Kairós) y detecto impaciencia. Tal vez por librarse de mí. Le pregunto sin
maldad cuánto cobra por su charla. La impaciencia de sus ojos está a punto de
tornarse irritación, pero se domina y me dice más tranquilo: “El dinero no me importa tanto como hacer algo que valga
la pena”.
—¿Por
qué caes bien o mal?
—Hágase el test del yo-tú.
—Ni
idea.
—Fíjese en cuánto tiempo tarda en utilizar
el tú en una conversación. Quien usa el tú antes gana, y el primero
que dice nosotros…, ¡ése es un líder!
—¿Y
si están intentando venderme algo?
—Si percibe que le
instrumentalizan, sentirá rechazo. Al mal político se le nota porque no nos trata
como a un tú sino como a un ello. En lugar de ser personas que merecemos su
atención por serlo, para él somos meros electores de quienes sólo importa el
voto.
—Y
logran mucha abstención.
—Nos frustran, porque el
cerebro humano es muy sensible cuando espera un trato de tú, el de comunión, y
en cambio recibe el de ello, de instrumentalización. Es el paso de te quiero por lo que eres al
te requiero por lo que puedo sacar de ti.
—Ponga
otro ejemplo.
—Recibe una llamada de un amigo
que se interesa mucho por su vida y su salud… ¡Y acaba vendiéndole un seguro de
vida!
—Es
un amigo socialmente patoso.
—Y lo social es nuestra primera
obligación cerebral, porque de nuestras relaciones depende nuestra supervivencia:
los seres humanos que han sobrevivido no han sido los más fuertes sino los más
cooperativos, y eso se nota en nuestro cerebro: ¿en qué piensa usted cuando no está
pensando en nada?
—No
sé si es publicable…
—En lo más importante para su
supervivencia: ¡sus relaciones personales! Nuestro cerebro en reposo revisa una
y otra vez escenas de nuestra red de conexiones sociales, igual que si
estuviéramos viendo una película.
—¿Y
si has metido la pata?
—Esa revisión mental nos ayuda
a corregir errores y nos da mecanismos mentales para defendernos de la
vergüenza. “El sufrimiento —dijo Marco Aurelio— no lo
produce lo que creemos que es su causa, sino el modo en que juzgamos esa
causa”.
—¿Si
metes la pata no es mejor olvidarlo?
—El modo de olvidarlo es elaborarlo:
cada vez que evocamos un recuerdo, lo modificamos bioquímicamente en nuestro
cerebro, de forma que lo reeditamos.
—¿Reeditamos
la historia cada vez?
—Es como si volviéramos a
montar la película de ese error una y otra vez. Cuando la mente vuelve a
visionarlo, ya no retomamos la primera sino nuestra última versión de esa
película, y cada nueva versión es menos dolorosa que la anterior. Así nos
sobreponemos.
—La
memoria nos miente piadosamente.
—Es adaptación mental. El hombre no
razona el mundo, lo racionaliza.
—¿Cómo
detecto que me mienten?
—La sinceridad es la respuesta
por defecto de nuestro cerebro. Si no hacemos el esfuerzo de mentir, lo natural
es decir la verdad. Y es precisamente ese esfuerzo por lograr mentir el que
delata al embustero…
—…
¿Y al político en campaña?
—¿Hablamos de líderes o de
políticos?
—Deberían
ser lo mismo.
—El líder tiene carisma, que es
la capacidad de despertar en los demás las emociones que uno mismo experimenta,
y el político, además, debe saber encubrir las propias emociones, y ésa es una
habilidad clave para la presentación de uno mismo.
—¿Y
el político líder?
—Además de carisma tiene
exactitud empática: detecta, sintoniza y modula las emociones ajenas hasta
convertirlas en propias. Esa exactitud hace posible la convivencia en pareja
con el efecto Miguel Ángel.
—Suena
muy romántico.
—La empatía en pareja hace que
cada uno vaya modelando al otro en los mismos gustos, ambiciones y
personalidad. Una pareja enamorada hace los mismos gestos y eso a la larga
determina que, al provocarse las mismas arrugas de gesto, lleguen a compartir
también cierta similitud incluso física.
—Supongo
que se logra con los años.
—A los 60 años, la relación en
la pareja, el rapport empático, es mucho mejor que a los 40. Verá mejores
parejas en los mayores.
—¿El
mérito es de él o de ella?
—La mujer tiene más
inteligencia social y concede más importancia a los vínculos más próximos,
mientras que el hombre disfruta con la sensación de crecimiento, liderazgo e
independencia y poder.
—Al
rico y poderoso no le faltan amigos.
—Por eso existe un lado oscuro
del liderazgo: los narcisistas y los maquiavélicos.
—¿Qué
líder no es narcisista?
—El narcisista es el niño
mimado que fue centro del universo y considera sus necesidades más importantes
que las de los demás. Esa confianza en sí mismo, cierto, le da una ventaja de
salida en las carreras políticas y de poder.
—¿Cómo
detectar al narciso?
—No quiere ser amado sino
admirado y no soporta la crítica, porque en el fondo tiene una autoestima muy
baja. Se rodea de aduladores —su parásito favorito— y desdeña cualquier
información que no se ajuste a su visión previa del universo, en la que ocupa
el centro. El narciso no sabe escuchar, sólo predicar y adoctrinar.
—¿El
maquiavélico es más listo?
—Es social y emocionalmente
tonto de un modo muy inteligente. “Mi fin —se
repite— justifica los medios”. Como el narciso, el maquiavélico
sólo sabe utilizar a los demás y, aunque simule empatía para lograr lo que
pretende, en realidad se “desconecta” de los sentimientos ajenos si no sirven a
su fin.
—
¡Qué vida más aburrida!
—Las emociones le desconciertan
y compensa esa aridez emocional con sexo, dinero o poder y por eso siempre
necesita más y más, lo que le obliga a ser más maquiavélico aún.
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