No minimices tu valor comparándote con otros. Son justo esas
diferencias las que te hacen especial. No eres ni el más hermoso ni
el más inteligente ni el más fuerte, sino algo mucho más importante que todo
eso: ERES TÚ
y nadie puede decir lo mismo.
No plantees tus metas por lo que otras personas
creen que debes hacer. Solo tú sabes lo que es mejor para ti.
No
tomes en vano aquello que pasa por tu corazón,
aférrate a lo que sientes como te aferras a la vida, pues sin corazón la
vida no late.
No
permitas que tu existencia se te escape entre los dedos, viviendo en
el pasado o viviendo en el futuro. Vive nada más que un día cada vez y así podrás disfrutar todos
los días de tu vida sin que ninguno se pierda.
No
te rindas, aun cuando no tengas ya ni fuerza ni ánimo para seguir. Nada es
completamente definitivo hasta el momento en el que tú decides dejar de
intentarlo.
No
le cierres la puerta al amor diciendo que es difícil de encontrar. Nada que
valga de verdad la pena en esta vida resulta sencillo. Y si no lo crees, echa
un vistazo a tu vida de atrás y observa lo que te costó lograr lo que más
quieres.
No
rechaces tus sueños y mantén siempre viva la esperanza de cumplirlos. Si no tienes
esperanza, no tienes un propósito para vivir y la vida se te hará muy larga.
No
corras tan rápido que olvides dónde has estado, sino también
hacia dónde vas. La vida no es una carrera. Es un paseo maravilloso e
irrepetible.
Estas cuestiones tú ya las sabes de sobra, pero
las reitero (y no será la última vez) porque tiendes a olvidarte de ellas.
Tiendes a olvidar tu valor, tiendes a dejar de escucharte a ti mismo, tiendes a
prescindir del corazón para decidir siempre en favor de la mente lógica,
tiendes a rendirte, a vivir deprisa y a cerrar la puerta al amor porque crees
que te volverán a herir… y nada de esto que haces, muchas veces de modo
inconsciente, es saludable para tener una vida mínimamente feliz.
Y
tú quieres ser feliz, ¿no?
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