Las artes escénicas nos proporcionan recursos para
conocernos mejor y crecer como personas; gracias al teatro aprendemos a vivir
de manera más consciente. En este artículo os damos 10 buenas razones para
subiros al escenario y disfrutar de todo lo que tiene que ofrecer.
1.- Es un
aprendizaje duradero.
En lugar de hablar acerca de nuestras emociones,
representarlas en el espacio, haciendo uso del cuerpo, la voz, los gestos, la
persona entera, es
la vía para comprender lo que está ocurriendo en nuestras vidas y
poderlo, finalmente, integrar en el repertorio de las experiencias. No se trata
de un entendimiento parcial y sesgado, como si fuera una lección aprendida de
memoria, sino que podemos hacer nuestro el aprendizaje vivenciado
con la totalidad de nosotros mismos. Cuando revivimos una emoción en nuestra
piel, su mensaje se hace comprensible, por fin nos pertenece y así podemos
aceptarlo, porque no es una verdad impuesta desde fuera, sino un hallazgo que surge de uno mismo.
2. Ensayamos
nuevos papeles.
Bajo las circunstancias ficticias del personaje,
llevamos a la escena nuestras inquietudes, emociones, maneras de relacionarnos
y tenemos la oportunidad de no quedamos anclados en el rol fijo que ya
conocemos, sino que, gracias al juego del “como si”, podemos experimentar nuevos
papeles, lugares que no conocíamos y que nos aportan herramientas útiles para
vivir la realidad cotidiana. El escenario es el banco de prueba en el que
darnos cuenta de la manera en la que nos presentamos a los demás, de cómo interactuamos
y bajo qué personaje nos estamos moviendo, no para juzgarlo, sino
para descubrir otros yo posibles, de los que no tenemos conciencia o que no nos
atrevemos a sacar a la luz. El fin es aprender a ser personas más completas y con más recursos
para abrirnos al mundo. Hay muchas verdades por descubrir, ¿por qué
quedarse con una sola?
3. Nos
entrenamos a escuchar.
Para actuar en el escenario, es indispensable tomar contacto
con nosotros mismos, a la vez que con los otros que nos rodean. Qué
le ocurre al otro, cómo me impacta y, a su vez, cómo mi comportamiento afecta
al entorno. Para que el teatro cobre vida, hay que tener en cuenta todo esto y,
a la vez, percatarnos de que escuchar y escucharse no es simplemente una
cuestión de oídos, sino que requiere una atención profunda a las verdaderas
necesidades de uno mismo y del otro. ¿Qué hacemos con nuestras emociones y
deseos? La
escucha interna y externa es la clave para crear relaciones plenas y
satisfactorias, y es una sensibilidad que se puede entrenar.
4.- Pasamos a
la acción.
¿Cuántas veces nos detenemos y congelamos la
acción en un rumiar
constante de pensamientos que no nos permiten avanzar? Actuar es,
primero de todo, acción y esta acción es sabia, porque está directamente
conectada con lo que queremos y somos, antes de pasar por el filtro de lo que
deberíamos ser o nos gustaría que fuera. Atrevernos a ser, rebaja las
exigencias de tener que hacerlo de una manera determinada y nos conecta con la
realidad, con la vida tal y como es, sin expectativas que fácilmente se pueden
ver frustradas, ni miedos que nos limitan y paralizan. Permanecer inactivos es
pretender controlarlo todo, con el gran inconveniente de que como seres humanos
no tenemos este poder. En el escenario experimentamos sin conocer el resultado,
nos arriesgamos a dejarnos sorprender.
5.- Nos
responsabilizamos.
Es decir, nos hacemos independientes, aprendemos a
decidir y ser conscientes de cómo nos movemos por el escenario (y por
la vida, ¡claro!). A partir de este descubrimiento, ya podemos elegir y tomar
nuestro propio camino. Volverse deliberados es libertad y crecimiento, porque
se acaba el cuento de echarles las culpas a los demás, a la vez que nos empoderamos
de nuestras existencias.
6.-
Reaprendemos a jugar.
Porque hacer teatro es también diversión
y ésta, a su vez, es creatividad y adaptación a las circunstancias.
A través del juego, aparecemos en nuestra autenticidad y volvemos a descubrir
que equivocarnos
no es ningún drama, sino la oportunidad de madurar, dejar la rigidez
y amoldarnos a la vida con mayor flexibilidad. No es más adulto quien no se
divierte, sino quien conoce el potencial de aprendizaje que hay en cada error,
que se entrega con curiosidad y alegría, puede reírse y cambiar de idea, las
veces que haga falta.
7.
Desarrollamos la imaginación.
Entrar en el mundo del teatro es pasar la línea
que separa la realidad de la fantasía, y darnos el permiso de imaginar
es revitalizante, esperanzador y nos enseña a confiar en la vida, en nosotros
mismos y en los demás. Es regalarse una pausa de los porqués y de las
racionalizaciones, sin perder el sentido de lo real, porque lo que ocurre en
escena sí es ficticio, pero está íntimamente ligado a lo que somos, y lo que ahí
se vive deja huellas profundas en nuestro interior. Actuar es concederse la
experiencia de abandonar por un momento los esquemas y probar, experimentar, entregarse a algo
diferente. No es escapismo, sino precisamente lo contrario, vivir la
experiencia hasta el fondo, saboreando todos sus matices.
8.- Estamos en
el presente.
La acción teatral se desarrolla en el presente y
nos llama al aquí
y ahora; no puede ser de otra manera. Actuar es estar en un espacio
determinado, el aquí del escenario, en un tiempo concreto, el ahora de la
interacción, con la atención puesta en cada momento, porque la acción se
despliega instante por instante y nosotros somos parte de ella, ni del pasado,
ni del futuro. Estar en el presente nos permite disfrutar de lo que hacemos y ser
conscientes de ello.
9.- Nos
conocemos mejor.
En el escenario aparecemos tal y como somos y no
hay posibilidad de ocultar la verdad, porque aprendemos a reconocer nuestros
propios trucos: lo que escondemos, pero también lo que nos cuesta pedir o expresar.
Nos damos cuenta de cómo manipulamos el entorno y cómo creemos protegernos. De
la misma manera, se nos hace evidente cuando no nos respetamos y esta mirada
limpia hacia nosotros es lo que nos permite luego vivir acorde con nuestro
corazón. El teatro nos deja al desnudo y desde esta desnudez nos
reafirmamos, porque entendemos que ser nosotros mismos ya es suficiente, la vida no nos pide
más.
10.- Volvemos
a ser espontáneos.
Espontaneidad no es hacer cualquier cosa, sino saber lo que
queremos y movernos en esa dirección. Paradójicamente la ficción es
la que nos permite dejar de fingir y sustituir el “no puedo” con un rotundo “no quiero”,
el “debería”
con un honesto y consecuente “quiero”.
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