Tengo 43 años. Parisino
de padres marroquíes. Licenciado en Ciencias Políticas. Casado, cuatro hijos. Mi reflexión política es que
sin cultura estamos muertos. Me gusta lo irracional
sin dejar de ser pragmático: siento que hay un algo por encima de mí que envía
ondas.
Usted es emigrante, pero de lujo.
Mis padres vinieron de Marruecos, pero como
franceses. Y yo me he ido aburguesando.
¿De ahí su interés por temas sociales?
Quizá, pero trato de no hacerme demasiadas
preguntas sobre la sensibilidad de la inspiración. A menudo me inspira una
imagen.
Uno elige lo que mira.
El éxito de Intocable nos llevó a una gira mundial en la
que vi repetirse una imagen en las grandes ciudades: los sinpapeles fumando
frente a los restaurantes con su uniforme de pinche o su mandil de
lavaplatos... Parece la foto del mundo actual.
¿Los que soñaban con paraísos?
Sí, el paraíso occidental. De esa imagen nación Samba,
la historia de un emigrante africano, la última película que he codirigido con
Olivier.
Dos directores siempre juntos.
Olivier y yo nacimos en el grupo, no fuimos dos
individuos que se encuentran. Nos conocimos de niños, a los ocho años, en las
colonias de verano, y allí nos desarrollamos. Con los años fuimos monitores,
animadores.
Los niños fueron nuestro primer público. Curioso.
Todos los chicos de nuestra generación que dejaron ese grupo cayeron en una
depresión, porque la vida sin el grupo es mucho peor, se han encontrado solos.
Olivier y yo decidimos seguir con la misma vida, hacer lo mismo, de animadores,
y seguimos siendo cien en el plató, cien a la mesa.
Dicho así suena muy bien...
Ahora nuestros campamentos de verano duran lo que
dura el rodaje. Hemos ampliado un poco el público, eso es todo.
¿Y de ahí surgió el tema al que le dan vueltas, la
ayuda mutua?
Sí. El hecho de que las personas pueden ayudarse
aunque sean diferentes es mucho más real en el grupo que fuera de él. Un grupo es
dinámico, te cambia.
De acuerdo.
En las colonias, cuando recogíamos a los niños en
el andén de la estación, siempre les decíamos que todo lo que estaban viendo ya
no lo verían igual pasadas tres semanas, y ese es exactamente el tema de
nuestras películas: los personajes parten de un punto A, llegan a un punto B, y
ya no son los mismos.
¿Se reserva espacios de soledad?
Olivier y yo llevamos trabajando juntos veinte
años. En cualquier país en que me encuentre, nunca como solo, siempre como con
él. Supongo que al nacer en el grupo tenemos mayores dificultades a la hora de
estar solos.
¿Cuál es el lado negativo?
No tenemos la representación exacta de lo que es
un director: nos confunden siempre, pero para mí eso no es un inconveniente.
Pues normalmente en el cine la autoría es
esencial.
No es la parte que más nos interesa de este
oficio. Cuando tenemos un actor con una crisis de ego –algo que suele ocurrir a
menudo, casi a diario–, nos divertimos como cuando estábamos en el campamento.
¿Cómo lo resuelven?
Esperamos a que al niño se le pase la crisis para
poder seguir trabajando. Lo apasionante es la creación, poder entrar en el cerebro
de la gente y llevarla con nosotros.
Intocable tuvo 51 millones de espectadores, ¿un
shock?
Sí, algo que te supera, que va más allá de lo que
eres; demasiada atención, nuevos amigos, gente que de repente te quiere... Te
afecta, pero te da mucha confianza.
Hay quien después no levanta cabeza.
Fuimos propulsados a 46 países, a la mesa de
Sarkozy, a la Casa Blanca... Necesitas mucha humildad para seguir estando
tranquilo, para concentrarte en una nueva película sabiendo que no llegarás al
mismo nivel.
Intocable, basada en hechos reales, trata con
humor temas muy duros.
Sí, la enfermedad, la tetraplejia, el dolor, los
cinturones marginales de París. Tras verla, la gente se me acercaba y me
contaba su historia; fue como entrar en la vida de millones de personas en
diferentes lugares del mundo, y todos nos parecemos mucho.
¿Qué ha aprendido de esencial?
“Relativiza”,
me decía siempre mi padre, y “hay que estar tranquilo”, decía mi madre.
¿Qué quiere contar?
Escogemos los temas que reúnen a la gente. Pertenecemos a
una generación que está entre dos extremos, tenemos el culo entre dos sillas:
el paz y amor de los setenta y la generación de los individualistas puros, con
su móvil y sus redes, pero solos. Y nuestra propuesta es: pensemos juntos,
volvamos a soñar, construyamos utopías.
¿Y por qué?
Porque veo a la sociedad desilusionada, y una
generación de jóvenes que esgrime un egoísmo cada vez más radical, alienados en
identidades Facebook en las que volcamos un inventario de lo que somos para
engrosar bases de datos que sirven para vendernos cosas.
¿Reivindica valores como compartir?
Sí,
y de cohesión y respeto. Las cosas han de tener un sentido, si no, es difícil
avanzar.
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