Ante los problemas ajenos, los seres
humanos tenemos tendencia a aconsejar. Cuando una persona de nuestro entorno se
encuentra ante un obstáculo, solemos tratar de orientarla, diciéndole qué
debería hacer -según nuestro punto de vista- para solventar esa situación. “No deberías
perdonar una infidelidad, es algo que no se puede superar”, “lo mejor que
puedes hacer si no te llevas bien con tu familia es marcharte de casa”, “confía
en mí, lo más efectivo para adelgazar es la dieta de la alcachofa”…
Damos todo tipo de consejos porque
creemos saber lo que el otro necesita. Y en demasiadas ocasiones brindamos esa
información a personas que no nos la han pedido. Es algo que hacemos por
costumbre. Desde que tenemos uso de razón, nuestros padres, madres, amigos y
conocidos nos han aconsejado no sólo cómo vestir sino también qué camino
profesional tomar. Y lo mismo sucede en la intimidad de nuestras relaciones de
pareja, que suelen generar una fuente inagotable de consejos. Sin embargo, su
eficacia es prácticamente nula.
Al fin y al cabo, los consejos que damos son un reflejo de
nuestras creencias, de nuestro condicionamiento y de nuestras
experiencias. De este modo, nos proyectamos con la necesidad -inconsciente- de
que la realidad de la otra persona se adapte a lo que nosotros consideramos que
sería mejor. Así, en demasiadas ocasiones aconsejamos de forma reactiva e
impulsiva, lo que pone de manifiesto que no estamos prestando verdadera
atención a nuestro interlocutor. Frente a esta situación surge una pregunta
incómoda: en nuestras relaciones con los demás, ¿realmente escuchamos?
Practicar
el silencio
“La naturaleza le ha
dado al hombre una sola lengua y dos oídos para que pueda escuchar el doble de
lo que habla”, Epícteto
Desde pequeños vamos al colegio para
aprender a hablar y a escribir, pero nadie nos enseña a escuchar. Generalmente,
casi por inercia, pasamos nuestros días limitándonos a oír. Y canalizamos
nuestra necesidad de sociabilizarnos desarrollando distintos tipos de escucha.
Así, solemos practicar la “escucha egocéntrica“, que consiste en
utilizar lo que nos está contando el otro para dar la vuelta a la conversación
y desahogarnos explicando nuestros propios “dramas”. O ejercemos la “escucha a traición”, que nos
lleva a juzgar, culpabilizar, minimizar e incluso reírnos de aquello que está
contando nuestro interlocutor.
Probablemente, la que más utilizamos
es la denominada “escucha de buenas intenciones“, que consiste en compadecer
y tratar de convencer a nuestro interlocutor mediante consejos, intentando
imponerle nuestro punto de vista. Sin embargo, con esta actitud no logramos mejorar
su situación. Este resultado es fruto de la mala comunicación y nuestra falta de
atención hacia el otro. Cambiar esta tóxica inercia está en nuestra
mano y pasa por comprometernos con nosotros mismos y nuestras relaciones,
trabajando nuestra capacidad de escuchar activamente.
Cuando escuchamos dejamos de juzgar, y
creamos un espacio de silencio que nos permite responder a nuestro interlocutor
desde la responsabilidad y la consciencia. La buena escucha crea un clima de empatía,
de confianza
y de autenticidad,
en el que es posible comprender las necesidades, sentimientos y motivaciones
de la otra persona. Los expertos en coaching, artistas de la escucha, afirman
que la clave para escuchar es mantener nuestro diálogo interno en silencio
cuando la otra persona está compartiendo. El objetivo es hacer de espejo, pues
asumimos que nuestro interlocutor sabe mejor que nadie qué es lo que realmente
necesita.
Aprender
a escuchar (nos)
“Para saber hablar, es
preciso saber escuchar”, Plutarco
Para poder escuchar verdaderamente a
los demás es imprescindible empezar por escucharnos a nosotros mismos. Escuchar es una
actitud que nos permite comprender a la persona que nos está hablando. Así,
cuando practicamos la escucha activa demostramos interés por el otro a través
del ‘feedback’,
le damos espacio para permitirle reflexionar y utilizamos la pregunta como
herramienta para hallar la solución que está buscando.
Una pregunta bien formulada puede expandir
la mente de nuestro interlocutor hacia nuevos horizontes, e incluso llevarle a
realizar cambios importantes en su vida. A diferencia de un consejo
-que trae consigo implícita la respuesta-, la pregunta motiva a nuestro
interlocutor a ahondar
en sí mismo, tratando de ver su situación con más distancia y
objetividad. Así, preguntar de forma consciente promueve que la conversación se
vaya concretando, dirigiéndose hacia la raíz del conflicto.
Eso sí, para practicar la escucha
conscientemente hemos de estar conectados con nosotros mismos y con el momento presente.
Gracias a este silencio y quietud internos aportamos calidad a la conversación.
Escuchar nos permite experimentar nuestras interacciones con una mayor
profunidad y plenitud. Supone un ejercicio diario, un compromiso por mantener
relaciones más honestas,
constructivas
y auténticas.
Aunque lo parezca, no es lo mismo oír que escuchar. Y sin duda, existe un
abismo entre aconsejar y preguntar.
En
clave de coaching
- ¿Cómo te sientes cuando te dan un consejo que no has pedido?
- ¿En qué piensas cuando estás escuchando hablar a tu interlocutor?
- ¿Qué te impide escuchar de verdad?
Libro
recomendado
‘El poder del ahora’, de Eckhart Tolle (Gaia
Ediciones)
me ha encantado genial¡¡
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