Para
algunos la actitud, forma de actuar de una persona o comportamiento que emplea
a la hora de hacer algo concreto, puede representar un aderezo volátil y no
esencial del carácter y que palidece ante atributos más 'sustanciales' y
vigorosos. Sin embargo, la actitud resulta básica para poder sacar partido a
todas nuestras otras habilidades. Sin ella, todo disminuye. Con ella todo se
magnifica.
Sabemos
por experiencia que cualquier tarea encarada con una actitud positiva conlleva no
solo una mejor y más brillante resolución de los asuntos, sino una contribución
directa a la eficacia y maestría con que los resolvemos. Por el contrario, una actitud
negativa, aparte de resultar más fatigosa mentalmente, propicia un
resultado muy alejado de nuestro verdadero potencial.
La
persona madura profesionalmente sabe que es indispensable afrontar cada labor
-por insignificante que parezca- con el afán de obtener el mejor resultado. Se
podría afirmar que no hay empeños pequeños, sino personas incapaces de manejar
con excelencia los asuntos... si no son del tamaño que ellos consideran
adecuado. Lo importante, y esta es una gran clave, es tener la necesidad de hacer las cosas
bien, con independencia de su medida o volumen, ya que ello nos
creará un hábito del que nos será imposible zafarnos en adelante.
La
actitud marca la diferencia en las personas. Es la que permite que
desarrollemos nuestras capacidades al máximo. Es la que determina cómo vemos y
cómo manejamos nuestros sentimientos. La que nos da ventaja sobre los demás o
nos deja en desventaja. La única diferencia, quizá, entre fracasar y tener éxito.
Un aditivo a nuestra personalidad que puede convertirnos en personas
con las que los demás se sienten a gusto. A ninguno de nosotros, creo, nos complace
estar en compañía de personas negativas y pesimistas. Que se quejan por todo y
viven arrastrando su existencia.
La
tendencia del individuo a reaccionar, ya sea positiva o negativamente, ante las
circunstancias, nos compete en exclusiva a nosotros y, al fin, será nuestra
disposición anímica la que determine que convirtamos nuestro camino en feliz o
en infeliz...
EL RÍO
En
el valle de Kadisha, donde fluye el majestuoso río, dos pequeñas corrientes se
encontraron y conversaron.
Una
corriente dijo:
- ¿Cómo has llegado,
amiga mía, y cómo ha sido tu camino?
La
primera contestó:
- Mi camino fue de lo
más embarazoso. La rueda del molino se había roto y el granjero que me conducía
desde el cauce hasta sus plantas murió. Y hube de bajar forcejeando y
filtrándome por la suciedad de aquellos que no hacen nada más que sentarse y
cocer su pereza al sol. ¿Y cómo fue tu camino, hermana mía?
- Mi camino fue
diferente -respondió la otra corriente-. Bajé de las colinas entre flores
fragantes y tímidos sauces; hombres y mujeres bebían de mí con copas de plata y
los niños remojaban sus pequeños pies rosados en mis orillas, y todo era risa alrededor
de mí, y dulces canciones. ¡Qué pena que tu camino no haya sido feliz!
Cap comentari:
Publica un comentari a l'entrada