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divendres, 24 d’abril del 2015

ELOGIOS, UN BIEN ESCASO. Mayte Rius. ES de la Vanguardia.

Felicitar por las cosas bien hechas es una potente herramienta para mejorar la autoestima. Pero ¿cuándo fue la última vez que le felicitaron sin ser su cumpleaños? ¿Y cuántas veces ha alabado alguna conducta o trabajo de su pareja, hijos, amigos o compañeros de oficina en el último mes?

Si un niño se niega a comer un alimento le reñimos o castigamos, pero cuando come cosas que no le gustan rara vez se lo reconocemos. Si un guiso está salado o frío, enseguida lo comentamos, pero si está bueno, salvo que sea excepcional, acostumbramos a no decir nada. Si uno llega tarde al trabajo, es muy probable que el jefe se acerque a recriminárselo, pero si siempre es puntual y acostumbra a quedarse después de la hora de salida lo más probable es que nadie le comente nada. ¿Por qué? ¿Qué hace que seamos tan tacaños en nuestros reconocimientos y felicitaciones? 
Hay cierta unanimidad entre los psicólogos en que nos falta cultura del reconocimiento y que por eso nos resulta mucho más difícil felicitar que criticar. “Estamos entrenados en la autoexigencia y la exigencia a los demás, pero no en ver lo positivo y realzarlo; damos por supuesto que las cosas han de ir bien y que si van mal hemos de quejarnos”, afirma Purificación Sierra, profesora de Psicología del Desarrollo de la UNED. Ursula Oberst, profesora de Psicología en la Universitat Ramon Llull, explica que tendemos más a criticar porque la crítica tiene que ver con la rabia, con manifestar nuestro disgusto, y es más fácil expresar la rabia que las emociones positivas.

Francisca Berrocal, profesora del máster de Psicología del Trabajo de la Universidad Complutense de Madrid, coincide en que no tenemos cultura del premio, ni en el ámbito familiar ni en el de las empresas: “Sólo se felicita lo excelente, y eso es muy difícil de alcanzar, así que sólo se hace una vez de cada muchas o de cada nunca”. E insiste en que es más difícil felicitar que criticar porque un buen elogio ha de ser inmediato, detallado y oportuno.

También hay quien opina que si somos tacaños en nuestros reconocimientos es porque lo importante es corregir las conductas y no acostumbrar a los niños (ni a los mayores) a depender de la opinión de otros, a hacer las cosas por agradar. La realidad es que a todos, desde pequeños, nos gusta que nos mimen, nos cuiden y nos digan cosas agradables. Y que la crítica constante, con pocos elogios, da resultados no apetecibles tanto si se trata de educar a un niño como de mejorar la productividad de una empresa. En esas condiciones, el niño –o el empleado–, tiene da la sensación de que no vale la pena hacerlo bien porque es difícil que reciba un estímulo por ello aunque, si se equivoca, sí que tendrá reprimendas o castigos. 


Manuel Martín-Loeches, profesor de Psicobiología en la Universidad Complutense y coordinador de Neurociencia Cognitiva del Centro de Evolución y Comportamiento Humano, enfatiza que este sesgo negativo no es casual, que hay razones biológicas que justifican que nos fijemos más en lo negativo y que seamos más dados a la crítica que al elogio. “Está comprobado y demostrado que el cerebro está programado para atender con más prioridad en el tiempo y con más zonas implicadas a todo lo que sea emocionalmente negativo que a lo positivo”, dice. Y añade que la explicación más creíble es que este sesgo –que se observa también en otros mamíferos– es adaptativo, que es una impronta dejada por la evolución. En medios hostiles, en la plena naturaleza, quien mejor sobrevive y deja más descendencia (que es el fin de la evolución) es quien reacciona lo antes posible ante un estímulo negativo, porque si pierdes la oportunidad de huir pierdes la vida, mientras que si dejas pasar una oportunidad positiva no es tan grave, puede haber una segunda; por eso los individuos que sobrevivieron más tiempo y dejaron más descendencia fueron los que reaccionaban con más rapidez ante lo negativo, y nosotros descendemos de ellos, así que este mecanismo de nuestro cerebro, este sesgo negativo, no nos hace más felices pero sí nos permite sobrevivir más”, explica Martín-Loeches. 

Como ejemplo de las consecuencias de esa impronta biológica que nos lleva a ver antes lo negativo y darle más importancia cita algunas experiencias que han demostrado que hacen falta tres o cuatro acciones positivas para poder compensar el efecto de una acción negativa en la imagen que se tiene de una persona. Pero que para sobrevivir sea más importante lo negativo y el cerebro lo priorice no quiere decir que la mente no atienda a los estímulos positivos. Parece que también hay razones biológicas que explican por qué el refuerzo positivo es una potente herramienta de motivación. “El refuerzo positivo es un gran activador cerebral, genera placer; una caricia, una sonrisa, unas palabras amables estimulan los mismos circuitos cerebrales del placer que un sabor dulce, una música agradable, que un cuadro bonito o que las drogas”, apunta.Y precisa que se trata de un comportamiento básico, que se da en niños, adultos y animales sin apenas diferencias. 


Los psicólogos explican que, técnicamente, el refuerzo positivo es un estímulo que aumenta la probabilidad de que una conducta anterior vuelva a ocurrir. En la práctica eso significa que cuando el jefe le dice a un empleado que ha hecho un buen trabajo y va por buen camino para un ascenso, esa persona se sentirá más motivada y se esforzará por conseguir el ascenso deseado. En realidad desde niño se busca que nos muestren felicidad y aceptación, resulta gratificante y agradable recibir muestras de aprobación (que ahora sabemos que activan los centros del placer del cerebro) y eso nos hace sentirnos mejor con nosotros mismos, exitosos, y aumenta con ello la autoestima y la seguridad. “En educación, el refuerzo positivo, si se acompaña de un feedback sobre cómo mejorar, es muy interesante porque crea expectativas de superación y permite transmitir confianza en que ese alumno va a conseguir metas”, apunta Victòria Gómez Serès, miembro de la junta de gobierno de Col·legi de Pedagogs de Catalunya en Lleida.

Ursula Oberst enfatiza que, en la pareja, el reconocimiento de los aspectos positivos del otro es un instrumento fundamental para una buena relación. “Las parejas que funcionan bien se expresan mucho su reconocimiento; si uno dice cosas positivas al otro, quien las recibe se predispone afectivamente en su favor, y se produce una retroalimentación positiva que mejora la relación; en cambio, cuando lo que se recibe son críticas, uno se siente mal y se predispone contra la otra persona, contesta mal y se retroalimenta el conflicto”, explica.

En el ámbito laboral hay múltiples investigaciones que prueban que el refuerzo positivo no sólo es útil para motivar, sino que mejora la seguridad y la productividad de los empleados. El problema, tal y como apunta Francisca Berrocal, es que en muchas organizaciones no existen sistemas objetivos de evaluación y sólo se puede valorar de forma subjetiva, lo cual no es fácil ni siempre oportuno.

Que el reconocimiento de los logros del otro pueda ser positivo no quiere decir que haya que elogiar todo ni siempre. Las felicitaciones excesivas, inoportunas o mal planteadas tienen sus riesgos y pueden resultar contraproducentes. En el caso de los niños, por ejemplo, no se puede pecar de halagos y olvidarse de corregir las conductas, ni elogiarles por cumplir sus obligaciones o felicitar sus acciones porque gustan a papá o a mamá, sino porque sean conductas positivas para la convivencia o que tienen un valor social. La receta, dicen los expertos, es usar elogios concretos, detallados, y referidos siempre al comportamiento, no a la personalidad. No se trata de decirle al niño “eres un campeón”, sino de reconocerle “has hecho muy bien tu cama”, “has sido muy educado mientras esperábamos a que nos atendiera el doctor” o “como has recogido la mesa, ahora podremos jugar en ella”. En lugar de “eres un artista”, se le puede reconocer el esfuerzo realizado en un dibujo elogiando los detalles que aparecen y diciendo “quedará precioso para decorar la clase”. El objetivo es conseguir que el niño no trabaje para el elogio o para agradar a los adultos, sino para la convivencia, precisa Ursula Oberst.
Y esto vale igual cuando se trata de reconocer el trabajo de los colaboradores. “Si te felicitan mucho el refuerzo pierde efecto; un trabajador novel necesita que le digas a menudo cómo lo hace, pero un profesional experto no; y el elogio ha de ser detallado y concretar qué es lo que se ha hecho bien y qué es lo que se quiere que se continúe haciendo, indica Berrocal. Otras reglas de oro a la hora de los reconocimientos es expresarlos en público, ser equitativo y honesto para no dejarse influir por preferencias personales, ser breve y no exagerar ni sobreactuar.

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