Genjug quiso aprender el arte
de la espada para calmar el odio que guardaba en el alma en contra del asesino
de su padre. Fue a buscar a Hugen para que lo enseñara.
- Maestro – dijo Genjug-. Necesito urgentemente saber cómo usar una
espada para vengar la muerte de mi padre, este odio no me deja en paz.
-
Claro -dijo Hugen sin inmutarse-, pero necesito que me hagas un favor, debo
llegar hasta la cima de aquella colina, podrías ayudarme a cargar esos
costales, y cuando lleguemos, te prometo que te enseñaré.
Genjug, pensó que era lo justo
y sin decir palabra tomó los costales pesados y ambos emprendieron el viaje.
Aunque tuvo cierta inquietud por saber que contenían, no preguntó nada, porque
imaginaba que lo más probable era que contuvieran algo muy importante para
Hugen. Pero al llegar a la cima no aguantó más la curiosidad y ansioso
preguntó:
-
¿Y los costales maestro, que contienen?
Hugen sin inmutarse otra vez,
tomó los costales, los abrió y sacó de su interior montones de piedras que
arrojó cuesta abajo diciendo:
-
Ah, sólo piedras sin valor.
Al ver aquella escena Genjug
gritó como loco:
-
¡Qué, he venido hasta aquí soportando este cansancio, cargando esos costales
inútiles que sólo contienen piedras sin valor, y que aparte no sirven para
nada. ¡Acaso está usted loco!
El maestro sin inmutarse por
tercera vez, contestó:
-
¡Qué, has venido hasta mí, para aprender el arte de la espada cargando ese odio
de venganza y ese rencor inútil que no sirve para nada. ¡Acaso estás loco!
En ese momento Genjug se iluminó y prefirió aprender… el arte del
perdón.
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