Ilustración Anna Parini. |
Ceder en una confrontación verbal
con un adolescente no es sinónimo de capitulación.
Escuchar es clave para ayudar a
crecer y para la salud de las relaciones paternofiliales.
Los límites de mi lenguaje son los
límites de mi mundo. Ludwig
Wittgenstein
Si deseas conocer la verdad, solo
tienes que dejar de atesorar opiniones. Seng T’san
Algunos conflictos y rupturas surgen cuando ambas
partes creen que tienen razón y no sueltan su idea. Esta actitud aporta
seguridad, pero también alimenta el conflicto cuando el otro implicado –por
ejemplo, nuestro hijo– opina algo distinto de nosotros. Debatir provoca en
algunas personas un temor a perder la sensación de seguridad, a mostrarse
vulnerables. Sienten que si ceden les han vencido. Pero si no hay diálogo, la ruptura en la
relación está casi asegurada.
Las personas construimos una identidad a través de la narrativa:
por cómo contamos nuestra historia personal y por cómo transmitimos nuestra
opinión. Sentir que tenemos razón, con una opinión bien formulada y clara, es
una manera de reafirmar esta identidad. Solemos considerar una debilidad el
sentirnos inseguros. Pero mostrarnos dispuestos a modificarla y escuchar a los
demás son en realidad indicadores de la fuerza de una persona. Es más sabio
reconocer que uno no sabe y mantenerse abierto a otras perspectivas. Esto nos
enriquece; nos ayuda a comprender y a decidir con más claridad. “Se produce un
placer natural cuando hablamos con alguien que no lo sabe todo, que tiene la
mente abierta y está dispuesto a escuchar”, ilustra el autor budista
Jack Kornfield.
Juan llega a casa después de una larga jornada.
Patricia, su hija de 17 años, está sentada en el sofá. Al poco rato se pelean:
esta noche ella quiere salir con sus amigos y él no se lo permite. Juan no
siente predisposición para el diálogo porque su mente está ocupada con los
problemas del trabajo. Sin prestar la debida atención, su respuesta inmediata
es “no”.
Y, como adulto, puede exponer tantas razones como precise.
Por lo general, la hija utilizará recursos como “soy la única
que no puede”, “todos mis amigos van a ir” o “me lo
prometiste”. Argumentos que a menudo no serán considerados como
tales por los padres, lo que llevará a la hija a rebelarse. Si los adultos reconocen
sus puntos fuertes, ella no sentirá que debe definirse tanto por oposición. Aun
así, la reacción es inevitable, y al padre le cuesta aceptarla porque siente
que se cuestiona su autoridad. Juan debe plantearse en qué se basa esa
influencia sobre Patricia. ¿En el miedo, el respeto, el amor o la confianza? “Que mi hijo
cuestione mis enseñanzas no tiene por qué afectar a mi influencia”,
sostiene Clara, una madre, “pero si me muestro insegura, no me hará caso. Mi autoridad se basa solo en mi
experiencia. Pero, precisamente, la inocencia de los hijos puede hacerles
más sabios. Hay que ser honestos y, cuando se oponen frontalmente, debemos
recordar que les estamos educando. No se
trata de nada personal entre ellos y nosotros”.
Educar
no consiste en introducir información, sino en sacar a la luz la verdadera
personalidad de alguien. Con los hijos a veces no se trata de dar razones,
sino de ayudar a descubrir y predicar con el ejemplo. Se pueden plantear
propuestas que comporten una responsabilidad por parte de los hijos y que
demuestren confianza por parte de los padres. Las imposiciones tajantes no suelen
funcionar. “Un
día mi hijo estaba viendo un programa basura”, cuenta Clara. “Debía de tener 12 años. Le propuse que
cambiara de canal y él defendió su libertad de elegir diciendo que si tenemos
tele es para verla. Le pregunté si le parecería normal que le prohibiese beber
un vaso de cianuro, y contestó que sí. ‘Pues para mí’, expliqué, ‘esto envenena
tanto tu mente como el cianuro tu cuerpo’. Apago la tele para protegerte de
algo, aunque desconoces el daño que te va a hacer. Y ahí se acabó la historia”.
Ejemplos como el siguiente ilustran que quizá no
se trate solo de tener razón. “Mireia, mi hija, es rebelde”, explica Francisco, otro padre. “Si le impongo
un límite tengo asegurado un conflicto, o que me mienta. Eso no es lo que
quiero”. Expone una posible solución. “Una vez, al llegar a casa por la tarde, la
encontré viendo la televisión. Le pregunté qué pasaba con los deberes. Le dije
que me gustaría que se supiera administrar. ‘Te pediría que apagaras la tele,
pero entonces nos enfadaríamos’. La dejé allí, acepté que ella escogiera y yo
renuncié a obligarla. Al cabo de media hora la tele estaba apagada, y ella, en
su habitación”.
Al plantear un límite, si uno se mantiene abierto
al desacuerdo, y escucha y respeta, puede llegar a un mejor entendimiento. La
pregunta para Francisco sería: ¿está
dispuesto a recibir un “no”, a que ella no haga los deberes? ¿Está dispuesto a
escuchar qué quiere su hija? Cuando ella se niegue, la actitud de su
hija no debería impedirle interesarse por sus motivos. Se trata de mantenerse
abiertos al diálogo sabiendo que se puede poner un límite a los hijos después de
escucharlos. Francisco lo explica así: “Quiero que sean conscientes de que he
escuchado lo que quieren, y que aun así mantengo mi postura. Lo hago si creo
que es por su bien y está conforme con mis valores”. No perder la
conexión a pesar de la negativa de la hija es todo un arte.
Ilustración Anna Parini, |
En ocasiones, no es tanto el contenido de la
discusión, sino la
forma, lo que produce el conflicto. Al hablar con irritación y con
palabras impositivas uno provoca reacciones defensivas. Los enfados calientan
el ambiente y no permiten un diálogo sereno. Discutir desde el “tengo razón”
genera una distancia entre las partes, e incluso puede quebrarse su conexión.
Por eso es importante no dejar las cosas a medias. Javier, un cuarto caso, cuenta: “Cuando discutíamos en casa, mi padre nunca abandonaba a
medias la discusión. Decía: ‘Mañana seguimos’. Las cosas importantes hay que finalizarlas.
No puede quedar pendiente un sinsentido
o una herida. Su enfoque era hablar de ello al día siguiente, después de
dejar que se enfriaran los ánimos”. Esto sirve con los hijos, pero
también en las relaciones de trabajo y entre los amigos.
Si perdemos la conexión entre las partes y se
quiebra la relación, ¿merece la pena mantenerse en sus trece? Javier intenta proyectar suavemente sus
razones sobre sus hijos. “Permito que corran su carrera. Intento dejar que se
equivoquen”. Consiste en dar espacio y permiso para que el otro
crezca a su ritmo.
Observando la miseria en las
opiniones ajenas, sin adoptar ninguna, descubro la paz interior. Buda
En pareja, es importante hacer equipo. Cuando no
hay acuerdo respecto al conflicto con un hijo, conviene hablarlo y decidir en
qué va a ceder cada cual, o quién va a llevar la voz cantante. Cuando ellos
perciben un desacuerdo entre sus padres, se arriman al sol que más calienta.
Esto resulta nefasto, porque divide. La clave para establecer acuerdos está
en saber qué es importante para cada uno, en respetar y compartir el criterio
de la pareja.
Sea cual sea el paso que deba darse, casi siempre
corresponderá a los padres plantear cambios en la relación con los hijos. Se
trata de que estos dejen de ver a sus progenitores como a los abominables
seres del no, y de establecer conjuntamente acuerdos y límites.
Los progenitores deben mirar a su hijo como a
alguien que va en su mismo barco, y que se enfrenta a las mismas preguntas que
ellos se plantearon a su edad. “Me acerca a
ellos el seguir cuestionándome las cosas”, explica Clara. “Cuando exponen sus razones, muchas veces
están tratando de definir quiénes son. Ayudarlos a conocerse a sí mismos me facilita
la salida del enfrentamiento”.
Más que de tener razón, se trata de apelar a ella.
Está en las manos de los padres que la vida con sus hijos consista en una
relación de crecimiento, en lugar de convertirse en una contienda de desgaste
mutuo.
Virtud negociadora
Cuando dos personas se enfrentan, es imprescindible llegar a un acuerdo para no perpetuar el conflicto y sanear la relación. Roger Fisher y William L. Ury, de la Universidad de Harvard, se centraron en la psicología del diálogo en su libro Obtenga el sí. El arte de negociar sin ceder. En él señalaron la importancia de determinar qué necesidades son inamovibles y cuáles flexibles para que pueda terminarse la discusión con éxito. Negociar es un arte que utilizamos en todos los ámbitos: el personal, el político y el profesional. Hay quien cree que en toda discusión una de las partes debe ganar, aplastando al oponente, y la otra debe ceder. Pero existen alternativas. Estos autores plantean las siguientes propuestas:
No identifique a las personas con el problema. Céntrese en los intereses, no en las posiciones. Ofrezca opciones que beneficien a ambas partes e insista en utilizar criterios objetivos.
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