Ilustración de Anna Parini |
Vivimos inmersos en la sociedad del rendimiento y la
hiperactividad. ¿Resultado? Ansiedad. Debemos distinguir entre lo importante,
lo urgente y lo eliminable.
Primero,
lo primero. Stephen Covey
Empecemos con un cuento. El de La
Cenicienta. Pero no nos fijaremos ni en el zapato de cristal, ni en la calabaza
que se convierte en carruaje, ni en el príncipe azul. Vamos a poner nuestra
atención en la cantidad de tareas que debe hacer Cenicienta antes de ir al
baile. Fregar, limpiar, planchar, ordenar, cocinar y volver a fregar, limpiar,
ordenar… Lógicamente, cuando llega la hora de ir al baile, que es lo que
realmente le hace ilusión y lo que de verdad cambiará su vida, está tan cansada
que necesita la mágica ayuda del Hada Madrina para conseguirlo. Sin ella,
Cenicienta se hubiera quedado en casa, cansada y pensando con ansiedad en todo lo que aún le
queda por hacer y en todo aquello para lo que no tendrá tiempo.
Pues bien, nosotros no somos muy diferentes
a ella. Antes de poder asistir a nuestros bailes, es decir, a aquello que
realmente nos hace ilusión, nos motiva y quién sabe si también puede cambiar
nuestras vidas, nos vemos inmersos en un sinfín de quehaceres: la casa
perfectamente ordenada, la lavadora tendida, el niño apuntado a cuatro
actividades extraescolares; hay que ser, por supuesto, tremendamente
productivos en nuestros trabajos, excelentes e imaginativos amantes con una
vida social rica, activa y variada… y tener actualizado Facebook. ¡Ah!, y sería
bueno comer cinco piezas de fruta al día y correr diez kilómetros y no tener
ojeras y… Hacer, hacer y hacer. Al final de nuestro cuento, lo que sucede
es que el baile siempre queda relegado a mañana, a “cuando acabe esto…”. Y así
pasan los días.
Como mínimo, Cenicienta tiene una
excusa, o dos. Las malvadas hermanastras la obligan y la maltratan. Una fuerza
externa la presiona, somete y explota. Pero hoy las hermanastras somos nosotros mismos.
Byung-Chul Han, en su célebre libro La sociedad del cansancio, nos advierte
de que vivimos en una sociedad de gimnasios, torres de oficinas, bancos,
aviones y laboratorios genéticos. Es decir, en la sociedad del rendimiento, del
multitasking (multitarea). Y una de las características de esta
sociedad es que el
individuo se autoexplota con la coartada de la obligación. Tenemos a
las hermanastras dentro, diciéndonos todo aquello que debemos hacer en una
continua y excéntrica carrera en espiral. Porque hoy el único pecado es no
hacer nada. Hasta los momentos de ocio o los periodos de vacaciones se han
convertido en una conjunción inagotable de tareas que nos dejan más cansados
que cuando empezamos.
Además, como señala el filósofo
surcoreano, al no haber un explotador externo al que podamos enfrentarnos y
oponernos con un rotundo ¡no!, la lucha resulta más complicada. Sin
embargo, también es verdad que basta con querer para vencer a las dos
hermanastras que nos tiranizan y desatar la magia del Hada Madrina que llevamos
dentro.
Admitamos pues que nos rodea el afán
de productividad, que quien más quien menos se deja seducir por esas
insoportables apps que nos alertan de todo aquello que nos queda por hacer. O
por las libretas preparadas para que podamos hacer listas que cumplir. O por
libros que nos explican cómo hacerlo todo, cómo llegar a todas partes y que el
tiempo nos cunda más. Pero llega el momento de abandonar esa locura, porque en
el fondo, y paradójicamente, no hay nada menos productivo que el afán de productividad.
Byung-Chul Han asegura que el
multitasking nos conduce a un estado de atención superficial y debemos
tener en cuenta que los logros de la humanidad se deben a una atención profunda
y contemplativa. Así, también nuestros logros dependen de saber poner el foco y la atención en
aquellas cosas importantes, en los bailes que merecen la pena. Y
para ello vamos a atacar al enemigo con sus mismas armas y confeccionar una
lista, pero inteligente, que nos sirva a nosotros y no que acabemos nosotros
sirviéndola a ella. ¿Cómo?
El baile, en primer lugar. Hay que
darle la vuelta a la lista. No dejar el baile para “cuando acabe todo esto”.
Ocuparnos primero de lo fundamental, de nosotros mismos. Empezar
el día dedicándonos a aquello que sabemos que nos hará bien. Imaginemos un tipo
que tiene que escribir un artículo y antes de empezar, sin embargo, lee los
correos pendientes, atiende las alertas de las redes sociales y contesta un par
de whatsapps. ¿Resultado? Cansancio antes de empezar. Cenicienta bien puede ir
al baile y dejar esas otras cosas que requieren menos brillantez para después.
Bien, ¿y qué hacemos con todo lo demás?
Porque está claro que hay cosas que no podemos simplemente dejarlas de lado.
¿Cómo hacer entonces? Ayudará dividir el registro de tareas en tres grandes
grupos.
Ilustración de Anna Parini |
Cosas que afrontar. Lo que tengamos que hacer,
hagámoslo. Una vez hayamos ido al baile, no dejemos que esas otras cosas que
volverán a aparecer tarde o temprano revoloteen por nuestra cabeza. Por
ejemplo, una llamada incómoda que vamos postergando. ¡Son tres minutos! Pero si
seguimos retrasándola, en lugar de 180 segundos llegará a durar seis meses en
nuestra cabeza.
Cosas que organizar. No hace falta que carguemos
con todo. Podemos delegar, pedir ayuda, repartir tareas, conseguir que ciertas
cosas se realicen sin que recaigan en nosotros.
Cosas que no hacer. Seguro que en esta lista hay
muchos elementos que realmente no son necesarios. Que se pueden eliminar
directamente y, de esta manera, liberar espacio. Cada uno debe decidir cuáles.
Pero es importante que nos demos cuenta de que en este punto radica la primera
gran victoria personal para olvidarnos de la vorágine de la hiperactividad sin
sentido. Renunciar a todo aquello que ni nos aporta ni es estrictamente
necesario. Saber qué es lo que no hay que realizar es tan importante como
ponerse manos a la obra con aquello que sí lo es.
Los grandes bailarines
no son geniales por su técnica. Son geniales por su pasión. Martha Graham
Una vez hemos conseguido dejar de
correr en esa espiral del día a día fruto de esta sociedad de la multitarea, es el momento
de empezar a bailar. Y lo más importante es descubrir cuál es nuestra música.
Qué nos hace felices. Qué es lo que realmente nos importa. Sir Ken Robinson lo llama el elemento,
y nos asegura que “descubrir el elemento es recuperar capacidades sorprendentes en
nuestro interior, y desarrollarlo dará un giro radical no solo al entorno
laboral, sino también a las relaciones y, en definitiva, a la vida”.
La buena noticia es que todos estamos invitados a un baile en el que seremos
protagonistas. Algunos lo conocen ya y solamente deberán mantener a raya a las
dos hermanastras. Otros, por el contrario, aún no lo han descubierto y deberán
mirar en su interior, porque allí está, esperando a que lo saquen a bailar.
Si la respuesta a estas tres preguntas es afirmativa, es que ya lo hemos
encontrado:
¿Tenemos ganas de bailar? Si no nos da
pereza, si siempre que pensamos en ello nos crece un hormigueo, si cuando
estamos desarrollando esa actividad, aunque no sea todas las veces que
quisiéramos, lo afrontamos con ganas y dedicación. Si la contestación es sí,
atentos, porque puede
ser que este sea nuestro elemento. El baile que nos está esperando.
¿Se detiene el tiempo? A pesar de las advertencias
del Hada Madrina, Cenicienta está tan encantada en el baile que pierde la
percepción del tiempo. Le dan las doce de la noche sin que se dé ni cuenta.
Solo las campanadas del reloj la pueden sacar del estado de flow en el que ha
caído, el verdadero hechizo cotidiano, y que se caracteriza porque enfocamos
nuestra energía y sentimos una implicación total en la tarea, tal como lo
definió Mihály Csíkszentmihályi en
1975. Si
aquí la respuesta es que sí, seguro que ese es el baile que andamos buscando.
¿Se activará la magia? La magia no es otra cosa que
la pasión. Y la
pasión es el motor de la grandeza, la autorrealización y la maestría.
Si descubrimos aquello que nos apasiona, seremos capaces de focalizar nuestra
energía en ello y descubrir que Platón
estaba en lo cierto cuando afirmaba que “todas las cosas serán producidas en superior cantidad y
calidad, y con mayor facilidad, cuando cada hombre trabaje en una sola
ocupación, de acuerdo con sus dones naturales, y en el momento adecuado, sin
inmiscuirse en nada más”.
PARA
CONECTARNOS
Libros
La sociedad del cansancio. Byung-Chul
Han (Herder Editorial)
El filósofo reflexiona sobre cómo el
exceso de positividad nos está conduciendo a una sociedad del cansancio, que
produce agotados, fracasados y depresivos. Han también nos da las claves para
combatirlo.
Los cuentos de hadas clásicos anotados. Maria Tatar (Crítica)
Podemos repasar aquellos cuentos con
los que crecimos y que, ahora, pueden ayudarnos a seguir creciendo.
Manual de limpieza de un monje budista. Keisuke
Matsumoto (Duomo Ediciones)
Podremos transformar las tareas del
hogar en un ejercicio espiritual.
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