Al principio de los tiempos todos los pájaros eran de color marrón, sólo se diferenciaban en el nombre y la forma. Pero sintieron envidia de los colores de las flores y decidieron que llamarían a la Madre Naturaleza para que les cambiara de color. Ella estuvo de acuerdo, pero les puso una condición: tendrían que pensar muy bien el color que cada uno quería porque solamente podrían cambiar una vez. La encargada de comunicar la noticia por todo el planeta fue el Águila:
— Aviso a todos los pájaros. Reunión con la Madre Naturaleza para cambiar de color la próxima semana en el Claro del Bosque —gritaba mientras volaba.
Los pájaros pasaron una semana muy nerviosos, pensando cuál sería el color que iban a elegir. Llegado el gran día, todos se reunieron muy alborotados alrededor de la Madre Naturaleza. La primera que se decidió fue la Urraca:
— Quiero ser negra con algunas plumas de tono azul cuando les dé el sol, blanco el pecho y blanca la punta de las alas.
La Madre tomó su paleta y la coloreó, mientras el resto de los pájaros comentaban lo elegantes que eran los colores elegidos por la Urraca. El Periquito fue el siguiente en elegir:
— Yo quiero manchas blancas, azules y amarillas por todo el cuerpo.
Todos estuvieron de acuerdo en que esos colores le favorecían mucho. El Pavo Real se acercó contorneándose y con su voz chillona pidió:
— Para mi hermosa cola quiero colores que se vean desde muy lejos: azules, verdes, amarillos, rojos y dorados.
Los demás pájaros sonrieron ya que conocían lo vanidoso que era el Pavo Real. El Canario se acercó veloz:
— Como me gusta mucho la luz, quiero parecerme a un rayo de sol. Píntame de amarillo.
El Loro llegó chillando:
— Para que el resto de los animales me puedan ver, quiero que me pongas los colores más atrayentes de tu paleta.
Todos pensaron que era muy atrevido al elegir esos colores, pero el Loro se alejó muy contento.
Poco a poco, el resto de los pájaros fueron pasando por las manos de la Madre Naturaleza. Cuando los colores de la paleta se habían acabado y los pájaros lucían orgullosos sus nuevos vestidos, ella recogió sus utensilios de pintura y se dispuso a volver a su hogar. Pero de repente una voz le hizo volver la cabeza. Por el camino venía corriendo un pequeño Gorrión:
— Espera, espera, por favor —gritaba—, todavía falto yo. Estaba muy lejos y he tardado mucho tiempo en llegar volando. Yo también quiero cambiar de color.
La Madre Naturaleza le miró apenada:
— Ya no quedan colores en mi paleta.
— Bueno, no pasa nada —dijo el Gorrión tristemente mientras se alejaba cabizbajo por el camino—, de todas formas el color marrón tampoco está tan mal.
— Espera —gritó la Madre Naturaleza—, he encontrado una pequeña gota de color amarillo en mi paleta.
El Gorrión se acercó corriendo muy contento. La Madre Naturaleza mojó su pincel en la gota y agachándose tiernamente le pintó una pequeñísima mancha en la comisura del pico. Por eso, si te fijas detenidamente en los gorriones te darás cuenta que son aves felices y en ellos también podrás descubrir el último color que la Madre Naturaleza utilizó para colorear a todas las aves del mundo.
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