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dissabte, 18 d’abril del 2015

Un día sin reír es un día perdido. Pilar Jericó

Así de simple y así de difícil a la vez. Sonar el despertador, madrugar, escuchar quejas de jefes o clientes, cenar mientras saboreas las ‘agradables’ noticias del informativo, fregar… y a dormir. ¿Te resulta familiar este tipo de día? Visto así no parece que haya mucho espacio para reír a carcajadas. Ahora bien, reconozcamos algo. Por muy ajetreada que sea nuestra agenda, seguro que es posible en 24 horas encontrar ese momento y esa situación para sonreír o hacer más agradable la vida a los demás. Muchas veces, esperamos al fin de semana para relajarnos y para reírnos en compañía de los nuestros. Pero es un error, aunque sea solo por una cuestión estadística. Dos días de sonrisa en comparación a cinco laborales serios es demasiado tiempo perdido. Así pues, un lunes puede ser un gran día para reír. ¿Por qué no?
El trabajo nos evoca a algo serio. De hecho, el origen de la palabra “trabajo” proviene de un instrumento de tortura (casi nada) o el término negocio significa en latín “no ocio”. Con este punto de partida, no parece que haya mucho espacio para la distensión. Pero, ¿qué pasa si cambiamos las reglas?
“No he trabajado ni un día en toda mi vida. Todo fue diversión”. Thomas Edison.
Albert Einstein le escribió una carta a su hijo y le recomendó que hiciera lo que hiciera, no olvidara de ponerle pasión, que disfrutara con lo que hiciera. Esa había sido la clave de su aprendizaje del gran genio y que, además, confirma la ciencia. Cuando estamos de buen humor, según estudios de la Universidad de Harvard, somos más productivos en el trabajo. De hecho, realizamos progresos en el 76% de los días en los que estamos contentos. A este respecto, otro estudio, esta vez de la Universidad de Ohio, concluye que un buen estado de ánimo de los agentes comerciales a los que observaron su comportamiento durante tres semanas fue sinónimo de un crecimiento del 10% en sus ventas con respecto a los vendedores malhumorados. También la Universidad de Amsterdam, junto con la de Nebraska, analizó 54 reuniones de empleados en dos empresas alemanas. Se observó que de los encuentros distendidos que añadían el componente humor-risa, salían propuestas e ideas mucho más constructivas. Y como las empresas lo saben, se afanan en generar espacios donde las personas se sientan bien y trasmitan emociones positivas… Incluso conozco el caso de una compañía en donde, por iniciativa de los propios empleados, en el departamento de atención al cliente, han colocado espejos. De manera que antes de coger una llamada, se miran y ven si están sonriendo. Son conscientes que la sonrisa llega aunque sea a través del teléfono.
Esto no quiere decir que antes de ir al trabajo escuchemos todos los chistes que corren por la red y martiricemos a nuestros compañeros, ni que hablemos como Chiquito de la Calzada o que lo confundamos con el sarcasmo o el humor a costa de otros. Como decía Shakespeare, “puede uno sonreír y sonreír… y ser un canalla”. El mejor humor comienza con uno mismo y para eso, necesitamos dejar de sentirnos “tan importantes” y desarrollar la empatía inteligente.
En definitiva, el humor ayuda en el ámbito laboral y personal. Genera un sinfín de beneficios: Mejora la salud, la capacidad respiratoria, reduce la hipertensión, fortalece el corazón, elimina el estrés y la depresión, frena el insomnio, mitiga el dolor… y además ayuda en gran medida a encontrar pareja. Para Eduardo Jáuregui, autor del libro ‘Amor y humor’, el segundo es uno de los fundamentos principales del arte de amar. Si alguien nos hace reír nos caerá mejor y nos atraerá más y, en el ámbito de la pareja, además, mejora la comunicación, el respeto y la confianza. No está mal.

¿A qué esperamos? ¡Animemos esas caras tan serias!



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