
El trabajo nos evoca a algo serio. De
hecho, el origen de la palabra “trabajo” proviene de un instrumento de
tortura (casi nada) o el término negocio significa en latín “no ocio”.
Con este punto de partida, no parece que haya mucho espacio para la distensión.
Pero, ¿qué pasa si cambiamos las reglas?
“No he trabajado ni un
día en toda mi vida. Todo fue diversión”. Thomas Edison.
Albert
Einstein
le escribió una carta a su hijo y le recomendó que hiciera lo que hiciera, no
olvidara de ponerle pasión, que disfrutara con lo que hiciera.
Esa había sido la clave de su aprendizaje del gran genio y que, además,
confirma la ciencia. Cuando estamos de buen humor, según estudios de la
Universidad de Harvard, somos más productivos en el trabajo. De hecho,
realizamos progresos en el 76% de los días en los que estamos contentos. A este
respecto, otro estudio, esta vez de la Universidad de Ohio, concluye que un
buen estado de ánimo de los agentes comerciales a los que observaron su
comportamiento durante tres semanas fue sinónimo de un crecimiento del 10% en sus
ventas con respecto a los vendedores malhumorados. También la Universidad de
Amsterdam, junto con la de Nebraska, analizó 54 reuniones de empleados en dos
empresas alemanas. Se observó que de los encuentros distendidos que añadían el
componente humor-risa, salían propuestas e ideas mucho más constructivas. Y
como las empresas lo saben, se afanan en generar espacios donde las personas se
sientan bien y trasmitan emociones positivas… Incluso conozco el caso de una
compañía en donde, por iniciativa de los propios empleados, en el departamento
de atención al cliente, han colocado espejos. De manera que antes de coger una
llamada, se miran y ven si están sonriendo. Son conscientes que la sonrisa llega aunque
sea a través del teléfono.
Esto no quiere decir que antes de ir
al trabajo escuchemos todos los chistes que corren por la red y martiricemos a
nuestros compañeros, ni que hablemos como Chiquito de la Calzada o que lo
confundamos con el sarcasmo o el humor a costa de otros. Como decía Shakespeare, “puede uno sonreír y sonreír… y ser un
canalla”. El mejor humor comienza con uno mismo y para eso,
necesitamos dejar de sentirnos “tan importantes” y desarrollar la empatía
inteligente.

¿A qué esperamos? ¡Animemos esas caras tan serias!
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