Ilustración Anna Parini |
Partiendo de que resulta
imposible lograr la aprobación ajena por unanimidad, aceptar las propias
necesidades constituye el primer paso para satisfacerlas.
No se puede ganar la aprobación ajena
mendigando por ella. Cuando confiamos en nuestro propio valor, el respeto de
los demás llega solo. Mandy
Hale.
La mayoría de personas creen que todo
el mundo opina acerca de ellas más violentamente de lo que realmente lo hacen.
Piensan que la opinión ajena oscila a través de grandes arcos de aprobación o
desaprobación”. F.
Scott Fitzgerald
La mitad de nuestros problemas en la
vida pueden ser identificados por haber dicho ‘sí’ demasiado rápido, o por
habernos negado demasiado tarde”. Josh
Billings
Todos necesitamos, en mayor o menor
medida, la aprobación de los demás. Incluso las personas con más autoestima se
encuentran tristes y heridas cuando no se sienten aceptadas por su entorno. Así
como los niños reclaman que los adultos aprecien sus manualidades, también en
la madurez deseamos ser amados, comprendidos o, como mínimo, respetados. Para
conseguirlo, mucha gente se afana en desplegar una amabilidad y generosidad
excesivas, que no garantizan en absoluto el aprecio de los demás. Como si
estuvieran en deuda con el mundo, el ansia de complacer a otras personas se puede convertir
en una adicción por la que se paga un precio alto: olvidarse de las propias
necesidades.
Hace dos siglos, el filósofo alemán Arthur Schopenhauer reflexionó: “Resulta casi
inexplicable cuánta alegría sienten las personas siempre que perciben señales
de la opinión favorable de otros, que halagan de alguna manera su vanidad. A la
inversa, es sorprendente hasta qué extremo las personas se sienten ofendidas
por cualquier degradación o menosprecio”.
Luchar constantemente por la
aprobación ajena, además de resultar muy estresante, nos obliga a vivir según lo
que los demás esperan de nosotros, dejando de lado nuestras metas
personales. Así lo exponen en su libro Tackling
your Dire Need for Approval (abordar tu desesperada necesidad de
aprobación) los psicólogos estadounidenses Albert
Ellis y Robert Harper. Apuntan,
además, que, “irónicamente,
a mayor necesidad de amor, menos respeto y aprobación recibimos. Tratar
desesperadamente de agradar nos convierte en personas débiles y menos deseables a los ojos ajenos, pudiendo llegar a ser
incluso una molestia para los que nos rodean”.
A las personas que tratan de complacer
a todo el mundo les horroriza la posibilidad de que alguien pueda enfadarse con
ellas. Pero parten de una creencia equivocada: no necesitamos demostrar a nadie nuestra
atención a todas horas para obtener su amor. Sintetizando las
conclusiones de Ellis y Harper, esta dependencia nos causa los siguientes
problemas:
Sentimiento
de inutilidad.
Fijar nuestro valor basándonos en la opinión ajena nos coloca en una posición
de vulnerabilidad
y dependencia. De hecho, cada vez que actuamos en función de lo que
quieren los demás, perdemos el control sobre nuestra vida.
Frustración
permanente.
Por mucho que nos esforcemos, nunca gustaremos a todo el mundo. Siempre habrá
alguien que no nos valore, y no solo por una cuestión de afinidad. Lograr el
cariño de todos es imposible por un hecho muy simple: hay personas
limitadas emocionalmente que no son capaces de amar.
Pérdida
de objetivos vitales. Con el fin de complacer a los demás,
nos podemos encontrar haciendo cosas y frecuentando a gente que en realidad no
es interesante. El precio de este comportamiento es que desatendemos todo lo que en realidad
desearíamos estar haciendo.
Contra la presión irracional de
intentar agradar a todos, Wayne W. Dyer
calcula que el 50% de la gente con la que uno se topará en su vida no estará de
acuerdo con nosotros, e incluso nos criticará. Dyer sostiene que cuando
detectemos una falta de afinidad, en lugar de ofendernos, sencillamente debemos
pensar que hemos topado con un miembro de ese 50%. Es alguien que pertenece a
otro club, como cuando encontramos por la calle a un aficionado con la camiseta
del equipo rival. No es necesario hacer de ello un drama.
Gran parte del sufrimiento de los que
se sienten en deuda con el mundo obedece a puras conjeturas sin ninguna base
real. ¿Cuántas veces hemos interpretado que alguien está enfadado con nosotros
por el solo hecho de no contestar de inmediato un mensaje de WhatsApp? Podemos
estar horas pensando que hemos disgustado a esa persona, analizar nuestros
posibles errores, concluir incluso que nuestra relación será mucho más fría a
partir de ahora. Finalmente, descubrimos que estaba en el cine o en un congreso
que no le permitía atender mensajes personales, por ejemplo. Es muy probable
que esa persona no haya pensado en nosotros un solo instante, ni para bien ni
para mal, por lo que si luego le llamamos y le transmitimos nuestra ansiedad,
no la va a entender.
Ilustración de Anna Parini |
Este es un ejemplo típico de
sufrimiento injustificado a causa de la opinión ajena, ya que nos preocupamos
por reparar algo que no se ha roto en absoluto.
¿De dónde viene toda esta ansiedad?
Según afirma Joyce Meyer en su libro
Adicción a la aprobación, “la constante
necesidad de aprobación se debe a una inseguridad que, en algunos casos, tiene
su origen en un abuso sufrido en el pasado, ya sea físico, verbal o emocional”.
Para superar la inclinación de gustar, explica, “hay que enfrentarse a las emociones
negativas que esta conlleva y que normalmente son sentimientos de culpa,
vergüenza e ira”. El paso más importante es aceptarse tal como es uno. La
necesidad de gustar cambia cuando apartamos el foco de la mirada ajena y
decidimos respetarnos
y amarnos a nosotros mismos.
Aunque llevemos muchos años
malviviendo para complacer a los demás, todo se transforma en el momento en que
tomamos
conciencia de lo que hacemos y, sobre todo, de por qué lo hacemos. Las
siguientes preguntas, sencillas y directas, nos ayudarán a esclarecer si
nuestra forma de actuar tiene sentido:
- ¿Busco complacer a esta persona o a este grupo de gente porque me une a ellos un afecto profundo? ¿O existe otro motivo?
- ¿Qué sucedería si yo dejara de actuar en función de lo que creo que esta persona o este grupo esperan de mí? ¿De qué manera cambiaría mi vida si yo modificara mi comportamiento? ¿Sería peor o solo diferente?
- ¿Cómo actuaría en cada situación si atendiera en primer lugar a mis propios deseos y necesidades?
- ¿Por qué no atiendo a ellos? Si es a causa del miedo, ¿qué es lo peor que podría suceder?
- ¿Soy capaz de hacer cosas que tienen significado para mí, independientemente de lo que agrade o desagrade a los demás?
Esta clase de diálogo interno puede
ser muy iluminador, ya que nos ayuda a entender lo que hacemos, y por qué.
Nuestro objetivo debe ser alcanzar el compromiso con nosotros mismos para, desde la
sinceridad y sin dejar de prestar atención a nuestras necesidades,
relacionarnos con los demás de forma saludable.
Lógicamente, si ponemos en marcha un
cambio de prioridades, no nos faltarán las críticas o la gente en nuestro
entorno que dirá sentirse defraudada al estar acostumbrada a ciertos
privilegios. Sin embargo, quienes de verdad nos quieren no tardarán en
acostumbrarse y, si desean lo mejor para nosotros, nos apoyarán en el cambio.
Una vez asumimos que no tenemos por
qué gustar a todo el mundo, del mismo modo que sabemos que existen personas que
no nos agradan por sus modales, valores o forma de proceder, recobramos la
libertad para vivir y sentir desde la autenticidad. Cuando nos aceptamos
plenamente a nosotros mismos y respetamos la libertad de los demás, que no
tiene por qué comulgar con nuestra forma de ser, ganamos un espacio
precioso en nuestra vida para compartir nuestro tiempo, ideas y
sentimientos con personas con las que sí tenemos complicidad.
Liberados del deseo de llevar a
nuestro terreno a aquellos que nada tienen que ver con nosotros, contaremos con
un caudal de energía y amor inesperados. Estaremos cambiando una deuda ficticia
con el mundo por un sentimiento de gratitud. Esta sensación nacerá
de la oportunidad de compartir lo mejor de nosotros con quienes, desde el reconocimiento
y la libertad, quieran acompañarnos.
El consejo habitual en los libros de autoayuda está reforzado
por nuestra cultura, que promueve una búsqueda estresante del amor y la
aprobación ajenos. Se nos aconseja aprender automarketing y desarrollar habilidades
manipuladoras para atraer, seducir y, muchas veces, pretender ser algo que no
somos. Este enfoque no funciona. Deja a millones de heridos ambulantes que,
habiendo fallado en la búsqueda de aprobación, se culpan a sí mismos y
concluyen que no son dignos de amor”.
Byron
Katie.
Amar lo que es, (Ediciones Urano)
PARA
CONECTARNOS
La necesidad de complacer. Micki Fine
(Urano). Este manual de reciente publicación enseña técnicas para superar la
necesidad enfermiza de aprobación ajena.
Películas
Zelig. Woody Allen. Este falso documental, de
1983, reflexiona sobre la pérdida de la identidad cuando uno intenta
mimetizarse con las expectativas de los demás.
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