Por incoherente y
absurdo que parezca, cuanto más progreso económico desarrolla una sociedad, más
infelices suelen ser los seres humanos que la componen.
De ahí que algunos de los países más ricos del mundo, como Suecia,
Noruega, Finlandia y Estados Unidos, cuenten, paradójicamente, con las tasas de
suicidio más elevadas del planeta. En el mundo, un millón de seres humanos se quitan
la vida cada año. Y al menos otros 15 millones lo intentan sin conseguirlo.
Haciendo caso
omiso a la incómoda verdad que se esconde detrás de estas estadísticas, la
mayoría de naciones están adoptando las creencias y los valores promovidos por
el estilo de vida materialista y deshumanizado imperante en la actualidad. Es
la “globalización”, un proceso por el cual el sistema de libre mercado, guiado por
el obsesivo e insostenible afán de crecimiento económico de las corporaciones,
está dificultando a los seres humanos desarrollar el altruismo y alcanzar la
plenitud.
LA SOCIEDAD DEL MALESTAR
“El crecimiento económico del sistema capitalista se
sustenta gracias a la insatisfacción de la sociedad” (Clive Hamilton)
Como consecuencia
de la epidemia de malestar y sinsentido que padecen muchos seres humanos, en el
ámbito de la investigación universitaria ha nacido una nueva especialidad
profesional: el comportamiento
económico, que estudia la influencia que tiene la
psicología sobre la economía y ésta sobre la actitud y la conducta de
individuos y organizaciones. Entre otros expertos, destaca el economista
norteamericano George F. Lowenstein,
cuyo nombre aparece en algunas quinielas como candidato a recibir el Premio
Nobel de Economía a lo largo de la próxima década.
En el escenario
socioeconómico actual, ¿es el sistema capitalista el que nos condiciona para
convertirnos en personas competitivas, ambiciosas y corruptas, o somos nosotros
los que hemos creado una economía a nuestra imagen y semejanza? ¿Qué viene antes: el huevo o la
gallina? De
las tesis formuladas por Lowenstein se desprende que en este caso el huevo es
la gallina. Es decir, que nuestra incapacidad de ser felices nos ha vuelto
codiciosos,
convirtiendo el mundo en un negocio en el que nadie gana y todos salimos
perdiendo. Y en paralelo, el sistema monetario sobre el que se asienta nuestra
existencia dificulta y obstaculiza la ética y la generosidad que anidan en lo
profundo de cada corazón humano.
Pero entonces,
¿qué es la codicia? ¿De dónde nace? ¿Adónde nos conduce? Etimológicamente
procede del latín cupiditas, que significa “deseo, pasión”, y es sinónimo de “ambición” o “afán excesivo”. Así, la codicia
es el afán por desear más de lo que se tiene, la ambición por querer más de lo
que se ha conseguido. De ahí que no importe lo que hagamos o lo que tengamos;
la codicia nunca se detiene. Siempre quiere más. Es insaciable por naturaleza. Actúa como un veneno que nos corroe
el corazón y nos ciega el entendimiento, llevándonos a perder de vista lo que
de verdad necesitamos para construir una vida equilibrada, feliz y con sentido.
LA CORRUPCIÓN DEL ALMA
“La riqueza material es como el agua salada; cuanto más se
bebe, más sed da” (Arthur Schopenhauer)
Últimamente se ha
hablado mucho del presidente del Palau de la Música, Fèlix Millet, al que se le
acusa de haber robado 10 millones de euros. O del multimillonario Bernard
Madoff, considerado un brillante gestor de inversiones y filántropo hasta que
un día confesó a sus hijos Andrew y Mark que su vida era “una gran mentira”. El
imperio económico que había construido a lo largo de las últimas décadas se
sustentaba en la codicia, la estafa y la corrupción.
Tras ser arrestado
y procesado, Madoff fue condenado el 29 de junio de 2009 a 150 años de cárcel
por ser el responsable del mayor fraude financiero de la historia, cifrado en
más de 35.000 millones de euros. ¿Qué motiva a un hombre que lo tiene todo a querer más?
¿Por qué tantas personas se vuelven corruptas, mezquinas y perversas al
alcanzar el poder?
Para muchos
psicólogos, personas como Madoff o Millet representan la punta del iceberg de
uno de los dramas contemporáneos más extendidos en la sociedad: “la corrupción del alma”. Así se
denomina la conducta de las personas que se traicionan a sí mismas, a su
conciencia moral, pues en última instancia todos los seres humanos sabemos
cuándo estamos haciendo lo correcto y cuándo no. Y es que para cometer actos
corruptos, primero tenemos que habernos corrompido por dentro. Esto implica marginar nuestros
valores éticos esenciales –como la integridad, la honestidad, la generosidad y
el altruismo en beneficio de nuestro propio interés.
RICOS FUERA, POBRES DENTRO
“Nada que esté fuera de ti podrá nunca proporcionarte lo
que estás buscando” (Byron Katie)
Según las
investigaciones científicas de Lowenstein, cuando las personas son víctimas de
su codicia entran en una carrera por lograr y acumular poder, prestigio,
dinero, fama y otro tipo de riquezas materiales. Quienes cruzan la línea una vez,
tienden a cruzarla constantemente. Las personas codiciosas se engañan a sí mismas; siempre encuentran
excusas para justificar sus decisiones y actos corruptos. El hecho de que los demás lo hagan ya
es suficiente para hacerlo. Sin embargo, la sombra de su conciencia moral les
persigue de por vida.
Una vez ascienden
por la escalera que creen que les conducirá al éxito y, en consecuencia, a la
felicidad, comienzan a ser esclavas del miedo a perderlo todo. De ahí que se
vuelvan más inseguras y desconfiadas, invirtiendo tiempo y dinero en protegerse
y proteger lo que poseen. Y no sólo eso. Se sabe de muchos casos en los que las
personas codiciosas terminan aislándose de los demás, con lo que su grado de desconexión emocional
aumenta y su nivel de egocentrismo se multiplica.
Por eso muchos
intentan compensar su malestar con el placer y la satisfacción a corto plazo
que proporciona la vida material. Para conseguirlo necesitan cada vez más dinero,
lo que les lleva, en algunos casos, a cometer estafas en sus propias
organizaciones, tal y como hicieron Madoff y Millet. Según la consultora
Deloitte, “más de seis de cada 10 fraudes empresariales se cometen desde
dentro”. Muchos se planean
en los despachos de la cúpula directiva. Que la corrupción se haga pública, es
otra historia.
En palabras de
Lowenstein, “la codicia es una semilla que crece
y se desarrolla en aquellas personas que padecen un profundo vacío existencial,
sintiendo que sus vidas carecen de propósito y sentido”. Tenemos de todo, pero ¿nos tenemos a nosotros mismos? La codicia nace de una
carencia interior no saciada y de la falsa creencia de que podremos
llenar ese vacío con poder, dinero, reconocimiento y, en definitiva, con
un estilo de vida materialista, basado en el consumo y el entretenimiento.
LA FILOSOFÍA DE LA ‘NO NECESIDAD’
“Lo que nos hace ricos o pobres no es nuestro dinero, sino
nuestra capacidad de disfrutar” (Víctor Gay Zaragoza)
Un hombre de
negocios pasaba sus vacaciones en un pueblo costero. Una mañana advirtió la
presencia de un pescador que regresaba con su destartalada barca.
El pescador,
sonriente, le mostró tres piezas:
- “Sí, ha sido una buena pesca”. El hombre
de negocios miró al reloj: “Todavía es
temprano. Supongo que volverá a salir, ¿no?”.
Extrañado, el
pescador le preguntó:
- “¿Para qué?”.
- “Pues porque así tendría más pescado”, respondió el hombre de negocios.
- “¿Y qué haría con él? ¡No lo necesito! Con
estas tres piezas tengo suficiente para alimentar a mi familia”, afirmó el pescador.
- “Mejor entonces, porque así usted podría
revenderlo”.
- “¿Para qué?”, preguntó el pescador, incrédulo.
- “Para tener más dinero”.
- “¿Para qué?”.
- “Para cambiar su vieja barca por una nueva,
mucho más grande y bonita”.
- “¿Para qué?”.
- “Para poder pescar mayor cantidad de
peces”.
- “¿Para qué?”.
- “Así podría contratar a algunos hombres”.
- “¿Para qué?”.
- “Para que pesquen por usted”.
- “¿Para qué?”.
- “Para ser rico y poderoso”.
El pescador, sin
dejar de sonreír, no acababa de entender la mentalidad de aquel hombre. Sin
embargo, volvió a preguntarle:
- “¿Para qué querría yo ser rico y
poderoso?”.
“Esta es la mejor parte”, asintió el hombre de negocios. “Así podría pasar más tiempo con su
familia y descansar cuando quisiera”.
El pescador lo
miró con una ancha sonrisa y le dijo:
- “Eso es precisamente lo que voy a hacer
ahora mismo”.
PARA CUESTIONAR EL SISTEMA
1. LIBRO
– ‘Dinero y conciencia’, de Joan Antoni
Melé (Plataforma), recoge y sintetiza las charlas y conferencias de este
comprometido banquero, que aboga por cuestionarnos y responsabilizarnos por la
forma en la que ganamos, invertimos y gastamos nuestro dinero.
2. PELÍCULA DOCUMENTAL
– ‘Zeitgeist addendum’, de Peter Joseph.
Describe cómo se crea el dinero, desenmascarando el funcionamiento fraudulento
del sistema monetario sobre el que se edifican las instituciones sociales y
económicas que nos condicionan. Se difunde gratuitamente a través de Internet: www.zeitgeistmovie.com/add_spanish.htm.
3. CANCIÓN
– ‘Society’, de Eddie Vedder. Forma parte
de la banda sonora de la película ‘Hacia
rutas salvajes’, de Sean Penn, y describe el sinsentido de la sociedad
materialista occidental, cuya codicia condiciona la manera de pensar y de
actuar de los individuos.
LA FELICIDAD DE
LAO TSÉ
Un político, un
empresario y un intelectual visitaron al sabio Lao Tsé. Habían oído que era
feliz. Al verle, los tres sintieron que su presencia emanaba armonía, paz y
serenidad.
- “¿Acaso tienes poder sobre otros hombres?”, le preguntó el político.
Lao Tsé negó con
la cabeza.
- “El
único hombre del que soy dueño es de mí mismo”.
El empresario
intervino:
- “¿Acumulas riquezas materiales?”.
El sabio volvió a
negar.
- “Lo único que tengo son estas ropas que
llevo puestas”.
El intelectual
añadió:
- “¿Has alcanzado todo el conocimiento que
los eruditos anhelan poseer?”.
Lao Tsé negó con
la cabeza por tercera vez.
- “El único conocimiento que atesoro es el
que me brinda mi experiencia”.
- “Y entonces, dinos: ¿cuál es la causa de tu
felicidad?”.
El sabio sonrió:
- “La verdadera felicidad no tiene
ninguna causa. Estoy vivo, y es lo único que necesito para ser feliz”
Me gustó encontrar este sitio porque se ajusta a mi manera de pensar y sentir, muchas veces me olvido de las pequeñas cosas que me hacen bien, cuando me doy cuenta de esto vuelvo sobre mis pasos y recupero esas pequeñas cosas.
ResponEliminaMuchas gracias por tus palabras!
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