Soñamos con los cuentos
de hadas, con la media naranja impuesta por la industria cultural. Buscamos sin
parar ese amor romántico, pero en la era capitalista nos hemos vuelto
inconformistas, hasta el punto de consumir (y no construir) relaciones. De ahí
que nos lo preguntemos...
Si los amantes más famosos de
la historia, Romeo y Julieta, vivieran en el siglo XXI puede que nunca jamás
hubieran decidido quitarse la vida por amor. Hubieran tenido libertad para
casarse o para vivir una relación liberal o para crear un proyecto de vida común.
Quizás no es descabellado pensar que hubieran acabado aburridos el uno del
otro, como muchas parejas posmodernas, dando fin a la relación con un divorcio
exprés. La Julieta actual, motivada por los valores de autonomía y libertad
vigentes, seguramente se lo hubiera pensado dos veces y hubiera buscado un
nuevo Romeo antes de clavarse la daga en el pecho.
Hoy en día, “tenemos más oportunidades afectivas que nuestros
antepasados y hemos multiplicado por mil la creencia en la posibilidad de poder
encontrar siempre a alguien mejor”, explica Francesc Núñez, sociólogo y director del programa de humanidades de
la UOC (Universitat Oberta de Catalunya). Vivimos en otros tiempos, ya no
creemos en el matrimonio de conveniencia y los cambios sociales nos han vuelto
cada vez más inconformistas. “Ha cambiado la
mentalidad con la que elegimos de quien nos enamoramos, ahora somos bastante
más racionales”, añade el sociólogo. Eso nos lleva a andar
buscando continuamente el amor verdadero, ese ideal romántico que nos muestran
las películas y los libros de la industria cultural, adaptándonos durante ese
proceso de búsqueda a las políticas de consumo marcadas por el capitalismo.
Tratamos de encontrar a nuestra
alma gemela bajo la premisa del “busque, compare
y, si encuentra algo mejor, compre”, desechando todo aquello que
no nos llegue a convencer, aunque sea sólo por un mínimo detalle. “Como consumidores deseamos una cosa, pero cuando ya la
tenemos nos olvidamos – asegura Núñez –; algo parecido pasa ahora con el amor”.
AMORES
DE USAR Y TIRAR
Dice Zygmunt Bauman, sociólogo polaco ganador del premio Príncipe de
Asturias de Comunicación y Humanidades en el 2010, que consumimos relaciones
igual que consumimos productos. Para el sociólogo, la idea del matrimonio, del “hasta que la muerte nos separe”, deviene
inasumible en una sociedad marcada por el eterno presente y por la costumbre
del usar y tirar a la que nos ha arrastrado el capitalismo. “Ahora el amor es líquido, las relaciones son fluidas y
es más difícil crear lazos duraderos, se cambia más de pareja y las personas se
comprometen menos”, explica Francesc Núñez para definir el
concepto de amor líquido acuñado por Bauman. Las relaciones interpersonales del
siglo XXI están marcadas por la fugacidad, la superficialidad y por la fragilidad de
los vínculos afectivos.
Es fácil creer que el amor
acaba en el momento en el que aparecen nuevos ingredientes en la relación o
surgen cambios novedosos, pero en realidad lo que nos cuesta es asumir que la
pareja se transforma. “La pareja es un
organismo vivo en continua evolución, es imposible que el enamoramiento inicial
dure eternamente”, afirma la psicóloga y sexóloga Pilar Sampedro, especialista en terapia
de pareja y mediación familiar. El proceso de cristalización (ese periodo que
vivimos cuando nos enamoramos, y en el que idealizamos al otro proyectando en
él nuestros deseos y necesidades), acaba tarde o temprano. “Al principio no nos enamoramos de lo que
el otro es, sino de lo que nosotros creemos e imaginamos que es –añade la
psicóloga–; pero pronto la realidad nos revela datos y es ahí cuando hay que decidir si el balance entre lo imaginado y lo
real es positivo, si sale a cuenta estar con esa persona”.
EL
IDEAL ROMÁNTICO
Hacer este balance, en la era
posmoderna, es difícil porque nuestras expectativas sobre “lo
que el otro debería ser” suelen ser demasiado altas. “Son unas expectativas demasiado hollywoodienses –afirma
Nuñez–; tanta es la exigencia a la hora de seleccionar y elegir que ya nos
aboca a una decepción previa o prematura”.Pero ¿cómo y por qué
construimos esas expectativas que hasta nosotros mismos juzgamos inalcanzables?
“El romance y
el romanticismo se han convertido en mercancía. El capitalismo es quien está
dictando lo que uno tiene que sentir cuando está enamorado de otra persona e,
incluso también, lo que tiene que hacer”, explica Sampedro.
Han pasado tan sólo unos 60
años desde que descubrimos que disfrutar de un viaje a París, pasar el fin de
semana en una casa rural, salir a cenar a uno de los mejores restaurantes de la
ciudad o regalar flores son gestos románticos que de vez en cuando debemos
compartir con la pareja. “El capitalismo ofrece rituales para todos los
presupuestos, y eso permite que las parejas con menos recursos también puedan
vivir los rituales románticos”, afirma Sérgio Costa, profesor de Sociología de la Universidad Libre de
Berlín y autor del estudio ¿Amores fáciles? Romanticismo y consumo en la
modernidad tardía. Para Costa, “el amor es la
última utopía capitalista, pero a la vez es la utopía que alimenta el consumo y
la acumulación de capital”. Ya no son el cine, la literatura o
el arte quienes imitan al amor, sino que hoy en día son las parejas quienes
imitan al arte, al cine o a la literatura. “Tomamos ejemplo
de la industria cultural, de esa utopía romántica que nos ofrecen las artes, al
punto de que vivimos soñando con cosas que en la vida cotidiana nunca podremos
cumplir”, explica el sociólogo.
La industria cultural, y sobre
todo el cine hollywoodiense, nos ofrece constantemente historias de amor exitosas,
cargadas de personajes idealizados y tramas mitificadas que nos hacen creer que
sólo a través del amor verdadero es posible alcanzar la felicidad plena, la
armonía y la abundancia. “Ahora que vivimos en la era del vacío, como
dice el filósofo francés Gilles Lipovetsky,
es fácil
aferrarnos a estas promesas. Buscamos
emociones fuertes y estamos hambrientos de sensaciones rápidas e intensas, de
sentimientos que nos llenen el vacío”, asegura Coral Herrera,
consultora de género y autora del libro La
construcción sociocultural del amor romántico (Fundamentos). “La frustración llega cuando nos damos cuenta de que ese
amor verdadero, eterno y maravilloso, que nos hacen creer que existe en
realidad., es tan sólo un ideal”, añade Herrera.
FRUSTRACIÓN
Y REALIDAD
Pocos cuentos acaban con un
final como el de Cenicienta o Blancanieves, pero aunque seamos conscientes de
que el “fueron felices y comieron perdices”
sólo está reservado para un pequeño porcentaje de historias, la idea de tener
que afrontar la realidad tal como es no suele atraernos demasiado. “Somos generaciones poco preparadas para la frustración y
tener pareja es naturalmente frustrante”, afirma Pilar Sampedro.
¿Por qué? Siempre existirán intereses y necesidades individuales que se
impongan a las colectivas y que abran un pequeño abismo entre la pareja.
Nuestros abuelos sabían, de
mejor o peor manera, sobrellevar las diferencias; “pero ahora nosotros queremos todo en el
mismo lote, encontrar a alguien con quien configurar un proyecto de vida,
sentirnos siempre enamorados y que el deseo sexual nunca se agote –explica la
psicóloga–; y hay que tener claro que la
pareja no puede cubrir todas nuestras necesidades, ni que siempre va a ser todo
tan maravilloso como nos muestra la ficción”. En la realidad, el
otro es un simple ser humano, con las mismas imperfecciones y defectos que
nosotros mismos podemos tener.
“Es muy fácil anhelar la
tierra prometida, pero la tierra prometida hay que caminarla”, afirma Joan Garriga, psicólogo gestálsico y
autor de El buen amor en la pareja (Destino).
“La pareja no
está pensada para que por sí misma nos dé la felicidad, sino que hay que
trabajar la relación constantemente –añade Garriga–; lo que pasa es que en este
siglo parece que todo tiene que servir sólo al yo”.
¿INDIVIDUALISMO
Y AMOR?
La ecuación es simple: a más
libertad y mayor posibilidad de elección, más individualismo. “Vivimos en tiempos muy nuevos, en menos de 100 o 50 años
el yo se ha convertido en el epicentro del vivir”, explica
Garriga. Ahora somos más egocéntricos e inconformistas de lo que fueron
nuestros antepasados. “El ego está muy
ligado a la libertad, y ahora al tener más libertad tenemos mucha más
incertidumbre”, continua el psicólogo. Un siglo atrás pocas
opciones existían, “o te casabas pronto, o te metías a monje, o te
desesperabas mucho hasta asumir tu soltería o optabas por la opción de la
prostitución y de la vida ligera –añade Garriga–; ahora puedes estar soltero
sin que nadie te mire mal, ser prostituta estando casada, tener hijos por aquí
y por allá… hay mil opciones de vida”.
Los cánones se han
resquebrajado configurando una sociedad libre, pero también provocando un gran
estrés. Buscamos desesperadamente sin saber lo que buscamos y eso, en
ocasiones, nos hace infelices. “Antes uno
sabía lo que tenía que hacer: casarse, tener hijos, etcétera. Ahora hay muchas
opciones, por lo que muchas personas andan desorientadas”,
afirma Garriga. Ese es el motivo por el que “nos
aferramos a paraísos individuales, a utopías emocionales de carácter
individualista que empleamos para evadirnos de un mundo que no podemos cambiar”,
explica la consultora de género Coral
Herrera. En definitiva, nos aferramos al amor romántico como si se tratara
de una nueva religión, creyendo que encontrar al amor verdadero es nuestra
salvación y que sólo tropezando con nuestra media naranja podremos dar sentido
a nuestras vidas. Pero como casi siempre, la realidad supera a la ficción.
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