El día en que
los recién nacidos puedan aspirar a vivir un siglo se está poco a poco
acercando. ¿De qué depende la longevidad? ¿Qué retos supone?
En el mundo viven hoy 455.000
personas de 100 años o más, el equivalente de los habitantes una ciudad como
Málaga o Murcia. Puede parecer poco, si se comparan con los siete mil millones
de personas que hay en el planeta. Pero desde una perspectiva histórica, la
impresión cambia radicalmente: vivimos la generación más longeva de la historia.
En ninguna otra época de la civilización humana pudieron tantos niños esperar
vivir tantos años. En la primitiva edad de hierro y bronce, un niño recién
nacido podía esperar vivir sólo unos dieciocho años por la terrible mortalidad
de bebés y niños. Por supuesto esta cifra es una media, había personas que
superaban esa edad. Pero, con todo, si usted hoy se siente mayor con sesenta
años, puede pensar que alcanzar esta franja de edad en los tiempos antiguos era
comparable a la rareza actual de centenarios. Sólo en tiempos de los romanos la
esperanza de vida empezó a incrementarse.
El siglo XX, en cambio, fue
excepcional. El aumento de la esperanza de vida que se produjo en se periodo
(un 50%) es equivalente al que tuvo lugar desde la edad de hierro… ¡hasta el
1900! Fíjense como han cambiado las cosas: en 1900, las causas de muerte más
importante en los países desarrollados eran: tuberculosis, neumonía, diarrea y
otras enfermedades infecciosas. En la actualidad, la mayoría de ellas han
dejado de ser un peligro. En 1900 el 75% de la población de EE.UU. moría antes
de alcanzar los 75 años. Hoy en día la proporción se ha invertido.
El colectivo de los centenarios
sigue en ascenso. Según el censo de los EE.UU., la franja de edad de población
de 100 años o más crecerá entre 2005 y 2050 un 746%. Con este ritmo, habrá en
ese país más de un millón de centenarios para el 2080. En España hay unos
10.000 y también son el rango de población que más crece, un 6% anual. En el
2009 un estudio llevado a cabo por el profesor Kaare Christensen, del Centro de Investigaciones del Envejecimiento
de la Universidad del Sur de Dinamarca publicado en la revista The Lancet
sacudió al mundo científico. El grupo de investigadores aseguraba que si el
ritmo de aumento de la esperanza de vida en los países desarrollados en los
últimos dos siglos continuara a lo largo del siglo XXI, la mitad de los bebés
nacidos en estos países a partir del 2000 celebrarán su cumpleaños número 100.
Christensen recuerda que la esperanza al nacer ha subido de forma lineal e
ininterrumpida durante los últimos 165 años y todo apunta a que no parará.
Roland
Moreau,
médico y biofísico autor del libro La inmortalidad para mañana, afirma que “en el año 2027
la práctica totalidad de los nacidos ese año alcanzarán los 100 años”.
¿Son previsiones realistas? José Viña,
doctor y catedrático de la Universitat de València que participa en el grupo
español para el estudio de los centenarios, cree que sí. “También al principio del siglo XX la gente
creía que la física se acabaría. Es plausible que nos aproximemos a la
esperanza de 100 años. No es una aspiración descabellada, ni mucho menos”.
Pero también hay quien es
escéptico. Paola Sebastiani, profesora
de bioestadística en la Universidad de Boston recuerda que “en el 2000 había en EE.UU. un centenario
cada 5.500 personas. Diez años después, la proporción sigue siendo la misma. Es
demasiado pronto para definirlo como tendencia. Ahora la esperanza de vida sólo
crece en las clases altas, mientras que en las bajas ha vuelto a disminuir,
esencialmente porque las mujeres fuman más”. De la misma manera, Leonard Hayflick, autor del libro de
referencia Cómo y por qué envejecemos
(Herder) estima que incluso si el cáncer se curara mañana, sólo se añadirían
tres años a la esperanza de vida de un recién nacido. Y si se encontrara un
remedio para los problemas cardiovasculares, se alargaría 14 años. “Pero incluso si
fuéramos capaces de prevenir todas las causas de muerte existentes, el aumento
que supondría en la esperanza de vida no se acercaría al incremento de 25 años
que se produjo desde el pasado cambio de siglo. El tiempo de un incremento
rápido en esperanza de vida en los países desarrollados ha terminado”,
escribe.
En todo caso hay que
preguntarse si existe un límite biológico. Hayflick recuerda que “no hay pruebas
de que la duración máxima de la vida sea distinta de lo que era hace cien mil
años. Es decir, que se sitúa en torno a los 115 años. La probabilidad de que
vivamos hasta los cien años ha aumentado, pero para que crezca realmente la
longevidad se deberían alterar los procesos de envejecimiento. Y dicho
incremento sería imperceptible a lo largo de varios milenios”. En la
actualidad podemos aspirar a vivir dos tercios del máximo de la vida humana.
Pero para ir más allá… Juan Martínez
Hernández, uno de los impulsores de Renace, Registro Nacional de
Centenarios de España, que nace bajo el auspicio de la Sociedad Española de
Médicos Generales y de Familia (SEMG), matiza. “La progresión de la esperanza de vida es
incuestionable. Y 120 es un límite puramente estadístico. Digamos que la
posibilidad de llegar a esta edad es casi cero”.
Cuando hablamos de
supercentenarios, nos referimos a los que superan los 115 años. De acuerdo con
el Instituto Max Planck de Rostock, en Alemania, sólo 19 personas han alcanzado
esa edad desde 1900 (de los cuáles únicamente dos han sido hombres). El récord
pertenece a Jeanne Calment, que
murió el 4 de agosto de 1997 a los 122 años. “Si el número de seres humanos que han
vivido a lo largo de la historia se cifra en 110.000 millones de personas, es
significativo que tan sólo una persona haya alcanzado los 120 años. Por lo
tanto, la frontera de los 115 años constituye una auténtica barrera en la
biología del ser humano”, señala un estudio del profesor de la
Universidad Carlos III de Madrid José
Miguel Rodríguez Pardo del Castillo para la Fundación Mapfre (El riesgo de
longevidad en las personas centenarias). Además, tener en cuenta que pocas
partidas de nacimiento de personas que afirman tener más de 115 años pueden
aceptarse como auténticas. La mayoría de ellas no fueron un requisito legal en
muchos estados hasta bien entrado el siglo XX.
¿Por
qué ciertas personas alcanzan y hasta superan los 100 años y otras no? No hay una
respuesta clara. Lo que sí se ha detectado es que los que sobreviven más tienen
un estado de salud que en muchos puntos es similar a personas una década más
jóvenes. Se ha comprobado que son resistentes al cáncer: no desarrollan esta
enfermedad. “Una
de las características de este colectivo es la llamada compresión de la
morbilidad. Es decir, que viven con buena salud durante un tiempo largo y sólo
se enferman hacia el final. De hecho, el porcentaje de los centenarios que
enferman de cáncer es más bajo que el de los de setenta años. Y esquivan
durante décadas la demencia y los problemas cardíacos”, explica
Paola Sebastiani. Por ejemplo, según el Journal of Health and Welfare
Statistic, en la isla de Okinawa, en Japón, hay 61 centenarios por 100.000
habitantes. Viven en perfecto estado de salud toda la vida y, de golpe, una
acumulación de enfermedades les mata muy rápido.
Parece ser que los centenarios
envejecen más lentamente. Reinald
Pamplona, catedrático de Biofisiología en la Universitat de Lleida, asegura
que “son
seres excepcionales porque tienen un índice de resistencia a la oxidación. Los
organismos celulares consumen oxígeno y de alguna manera, producen residuos.
Pues bien, hay personas que, de alguna manera, son más eficientes. Funcionan
mejor. Este colectivo tiene un metabolismo diferente”, explica. De
la misma manera, el diseño biológico de las mujeres explicaría porque ellas
sobreviven más años. “Hasta que no les llegue la menopausia ellas presentan
una cierta resistencia a las patologías. Su declive empieza más tarde”,
añade este experto.
Las explicaciones sobre el
secreto de los centenarios siempre se fundamentan en dos pilares: el estilo de vida y los genes. Los que
creen que el peso de las condiciones ambientales es decisivo, hacen hincapié en
varios factores, como la ausencia de contaminación, el ejercicio físico y la
alimentación. “Hemos
hecho estudios en los que cambios de estilos de vida pueden alargar hasta 14
años la esperanza de vida y así podremos pasar de los 75 hasta los 90 años.
¿Cómo? Ingerir cuatro piezas de fruta, hacer ejercicio, no fumar y tomar un
vasito de vino”, señala José Viña. Parece haber consenso en este
sentido, que comer poco (o no tanto) nos alargará la vida.
Por ejemplo, Matthew Piper, del Instituto de Salud y
Envejecimiento de la Universidad de Londres, ha demostrado que si se reduce la
dieta de una rata en un 40%, vivirá entre un 20% o 30% más. “La restricción
dietética es capaz de reducir la producción mitocondrial de radicales libres. Y
hay una clara relación entre la producción de radicales libres y la longevidad
máxima”, dice Pamplona. Este académico cita el ejemplo de la isla de
Okinawa: “Allí
no comen nunca hasta saciarse. Ingieren pocas proteínas y mucha verdura y pescado.
La restricción calórica produce efectos, porque se cambia el metabolismo. Y al
final el organismo se oxida menos”. “Estas personas simplemente regulan mejor
su expresión genética. Es decir, que frenan suavemente y aceleran con
moderación”, subraya José Viña.
La
ausencia de estrés también es fundamental. Una macroinvestigación
(Longevity Project), que abarca un horizonte de 80 años, ha constatado que los
divorciados tienen una esperanza de vida más corta que los casados. La
convivencia parece sentar bien al organismo, así como las relaciones sociales.
En Okinawa, la mayoría de los ultracentenarios disfrutan de un tejido de protección muy fuerte: tienen una gran
consideración por parte de los habitantes. Y está comprobado que la liberación
de endorfinas que se produce en estos casos promueve el bienestar y fortalece
el sistema inmunológico. Ramon Bayés,
catedrático de Psicología de la Universitat Autónoma de Barcelona (82 años) y
autor de varios libros, explica que una
actitud psicológica positiva alarga la vida. Para ello, en primer lugar, “hay que aceptar
las limitaciones que nos impone progresivamente la naturaleza e intentar vivir
el presente tan plenamente como nos sea posible; la vida no es agua estancada, es cambio. Hay que encontrarle un
sentido y tratar de mantenerse apasionados, ilusionados, generosos, compasivos,
hasta el final. Oliver Wendell Holmes, médico y poeta del siglo XIX, decía que
‘los hombres no dejan de jugar porque se
hagan viejos; se hacen viejos porque dejan de jugar’”.
En cambio, los que defienden la
preponderancia de los genes en la longevidad se basan en un hecho bastante
común en otras especies de la naturaleza: la supervivencia del más fuerte. El
organismo es el que manda y poco más se puede hacer. Aquí el estudio de referencia
es del profesor Nil Barzai, del
Instituto de Investigación del Envejecimiento de la Universidad de Yeshiva en
Nueva York. Se comparó el estilo de vida de 477 personas, todos judíos
asquenazíes (un grupo genéticamente uniforme) de entre 95 y 112 años, con otros
3.000 individuos de población general nacidos en la misma época. Los resultados
mostraron que aquellos que han logrado una vida excepcionalmente larga comían
tan mal, hacían tan poco ejercicio, consumían tanto alcohol y tabaco y tenían
tanto sobrepeso como aquellos que se habían muerto hacía mucho tiempo.
Parecería que portarse mal, si uno tiene una base genética favorable, no sería
incompatible con vivir muchos años.
En cambio, no está claro que
estos genes se puedan transmitir. Si alguien tiene un padre que vivió 100 años,
tendrá muchos puntos para llegar a la misma edad. Pero también hay muchos
centenarios sin antecedentes familiares. En todo caso, Paola Sebastiani cree
que en un futuro se podrían producir fármacos capaces de reproducir ciertos compuestos
metabólicos imputables a estos genes, para que el resto de la población también
pueda alargar su vida.
Ahora bien, si cada vez más personas empiezan a superar
el umbral del siglo, es evidente que la sociedad tendrá que reorganizarse.
Según Hayflick, un mundo en que se hubieran eliminado las principales causas de
muerte costaría al sistema, debido a la gran presencia de ancianos, hasta 50
veces el coste anual del actual esfuerzo público por curar estas enfermedades!
Pero no sólo es el aspecto económico. Con una pequeña armada de centenarios en
el horizonte, todo va a cambiar. “¿Acaso puede alguien pensar que el envejecimiento va a
afectar sólo a las dificultades de financiación de los gastos de las
jubilaciones y de la sanidad, sin repercutir en la influencia, y en la ética
misma, de Europa?”, se preguntaba Jean Claude Chesnais, director del Instituto Nacional de Estudios
Demográficos de París.
¿Es
deseable vivir tanto?
“Hay que
tener en cuenta que el aumento de la esperanza de vida siempre ha sido
acompañado de los progresos sociales”, hace notar Juan Martínez
Hernández. “Tras
la caída de la URSS, durante una década hubo un caos en los antiguos países del
pacto de Varsovia, y la esperanza de vida bajó. Hasta reaparecieron viejas
enfermedades”, dice. “Podríamos con intervenciones médicas tal vez forzar la
máquina para que los mayores lleguen a los 100, pero en malas condiciones.
Tampoco se trata de suministrar medicamentos en exceso. Hay que ser prudente
con los ancianos y los mayores. Si son
felices y tienen vida próspera y productiva, bien. Pero aumentar la esperanza
de vida no tiene que ser un fin en sí mismo”, reflexiona
Hernández.
Según el profesor Pamplona, “si las cosas
van como deberían, los 80 años del futuro serán como los 60 de hoy”.
Para ello, subraya Ramon Bayés, “estos ancianos
deberán encontrar y desarrollar una actividad –da igual que
sea escribir, meditar, pintar, cultivar un huerto, observar nubes, andar,
coleccionar postales, tocar un instrumento, acompañar a alguien, etcétera- en
la que, mientras la hacemos, no sintamos
el paso del tiempo y que, una vez realizada, nos descubramos satisfechos”. Kaare Christensen coincide y trata de
imaginarse esta futura sociedad de centenarios: “Yo creo que si el siglo XX fue el siglo de
la redistribución de la renta, el siglo XXI puede ser el siglo de la
redistribución del trabajo entre distintas clases de población y a lo largo de
distintas las edades de la vida. Los individuos podrán combinar trabajo,
educación, placer y crianza de los hijos en distintos grados y en diferentes
etapas vitales”. 100 años, se
dice pronto.
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