La palabra ambición proviene
del verbo latino ambire, que significa ir por uno y otro lado, merodear, ir
alrededor. Como el depredador antes de atacar a la presa, que merodea a su
alrededor antes de saltarle a la yugular.
Más que ambición necesitamos vocación. La vocación
es una llamada (del latín vocare), una llamada interior que tiene a convocar
(con-vocar), lo mejor de nosotros mismos. Ambas tienen mucha fuerza. Pero una
empuja “desde abajo”, mientras que la otra tira “desde arriba”. La ambición
nace del yo y acaba en el yo, mientras la vocación nace en el yo y acaba en el
nosotros.
“Mi vocación es servir”, diría uno, el
que quiere dar y/o darse a los demás porque da sentido a su vida. “Mi ambición es forrarme”, diría otro, el
que piensa en términos de yo-mi-me-conmigo. Si invertimos los términos, aparece
la contradicción cínica: “Mi vocación es forrarme”, o la provocación paradójica
“Mi ambición es servir”.
La ambición se ancla en la materia; la vocación en el alma. La ambición
desea lo material para el propio logro o placer; la vocación anhela servir, ser
útil, aportar valor, dejar un legado.
¿Pueden ir juntas? Sí, claro.
Pero lo óptimo es que la vocación guíe. Así es como podemos crear mejores
realidades. Que se lo preguntaran, por ejemplo, a Vicente Ferrer, que en paz descanse. Su vocación se tradujo en
prosperidad para los descastados. Gracias a su vocación, los que no tenían
nada, ni esperanza, hoy tienen dignidad, techos bajo los que dormir, un mejor
futuro, tienen esperanza. Eso sería el caso de una sana ambición centrada en la
vocación de servicio. Bendita sea.
¿Quién deja una huella en el mundo? Las dos. Pero
la vocación deja huellas de prosperidad generosa, culta y amable. Y la ambición
que va a saco destroza paisajes, vidas y seres humanos. La vocación pura puede
crear arte y voluntariado. La ambición pura puede crear guerras y miseria.
¿Quién gana la partida? Por favor, que gane la vocación
sentida o, por lo menos, que la vocación ayude a canalizar sanamente las
ambiciones de los que anhelan pero no saben.
Besos y abrazos,
Álex
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