Releo fragmentos de texto subrayados hace tiempo, y encuentro esta joya de la Dra. Elisabeth Kübler-Ross, de su necesario libro, “Lecciones de Vida”:
“¿Qué ocurriría si
empezáramos a correr algunos riesgos, si nos enfrentáramos a nuestros miedos?
¿Y qué si fuéramos más lejos, si persiguiéramos nuestros sueños, si
obedeciéramos a nuestros deseos? ¿Qué ocurriría si nos permitiéramos
experimentar libremente el amor y encontrar satisfacción en nuestras
relaciones? ¿Qué clase de mundo sería éste? Un mundo sin miedo. Puede que sea
difícil de creer, pero la vida tiene muchas más cosas de las que nos permitimos
experimentar.
Muchas más cosas serían posibles si dejáramos de ser cautivos
del miedo.
Hay un nuevo mundo dentro y fuera de nosotros –un mundo en el
que hay menos miedo– esperando a ser descubierto.
Pero es fácil experimentar temor donde no hay peligro. Ese tipo
de miedo es ficticio, no es real. Puede parecer real pero no tiene base en la
realidad y, aun así, nos mantiene despiertos por la noche, nos impide vivir.
Parece no tener propósito ni clemencia, nos paraliza y debilita el espíritu
cuando lo dejamos actuar. Esta clase de
miedo se basa en el pasado y desencadena miedo al futuro. Pero este miedo inventado sirve de hecho a
un propósito: nos da la oportunidad de aprender a elegir el amor. Es un
grito de nuestra alma pidiendo crecer, pidiendo sanarse. Son oportunidades para
elegir de nuevo y de manera diferente, para elegir el amor por encima del
miedo, la realidad por encima del espejismo, el presente por encima del pasado.
Para los propósitos de éste capítulo y para nuestra felicidad, cuando nos
referimos al miedo estamos hablando de estos miedos ficticios que restan valor
a nuestra vida.
Si sabemos abrirnos paso
a través de nuestros miedos, si somos capaces de aprovechar todas las
oportunidades posibles, podemos vivir la vida que tan solo nos habíamos
atrevido a soñar. Podemos vivir libres de juicios, sin temor a la censura de
los demás, sin restricciones.
Nuestros miedos no
evitan la muerte, frenan la vida. Difícilmente llegamos a reconocer hasta qué punto dedicamos la
vida a manejar el miedo y sus efectos. El
miedo es una sombra que lo obstruye todo: nuestro amor, nuestros verdaderos
sentimientos, nuestra felicidad, nuestro ser mismo.”
Los actos que surgen de nuestro
coraje nos elevan por encima de nuestras posibilidades y dan forma a nuestra
vida. Porque el coraje no es la ausencia
de miedo, sino más bien la consciencia de que hay algo por lo que merece la
pena arriesgarse, aunque tengamos miedo.
Curiosamente, Elisabeth
Kübler-Ross, considerada la principal autoridad mundial sobre el acompañamiento
a enfermos terminales dice que si se pregunta a una persona que está a punto de
morir qué volvería a hacer si viviera, la respuesta en la práctica totalidad de
los casos es ésta: “Me hubiera arriesgado más”.
Cuando, de nuevo, la Dra. Kübler-Ross preguntaba al moribundo el porqué de esta
respuesta, los argumentos que recibía se caracterizaban por el siguiente estilo
de reflexión: “Porque
aquello que quería hacer y no hice por miedo; o aquello que quería decir y no
dije por pudor o temor; o aquella expresión de afecto que reprimí por un
excesivo sentido del ridículo, me parecen una nimiedad absoluta frente al hecho
de morirme. La muerte es algo que no
decido yo, la vida me empuja a ello y ahora, frente a ella, me doy cuenta de
que todas esas circunstancias que me parecían un reto terrible son una nimiedad
comparada con el hecho de que me muero y no hay vuelta atrás”.
Se trata sin duda de una respuesta cargada de sentido común si tenemos en
cuenta que la vida es una gran oportunidad de arriesgarnos para aprender,
crecer, compartir y amar.
Quizás las cosas que nos
parecen difíciles no lo son tanto si nos arriesgamos y si pensamos en que
gracias al coraje que nace del amor podremos superar muchos retos y
dificultades. ¿Y si no lo logramos? Pues
por lo menos habremos aprendido algo en el proceso y quizás se abran otras
puertas inesperadas en nuestro camino de vida.
Como en cierta ocasión me dijo
una mujer curtida por la vida a base de dificultades:
“Mira,
Álex, en realidad el refrán ese que todos conocemos ‘Algunas veces se gana, y
otras se pierde’ no es cierto.
¿No?
–le respondí yo–.
¡No!,
me dijo convencida. El refrán debería decir ‘Algunas veces se gana, y otras se
aprende’.
“Eso
sí –añadió mi amiga–, una o uno tiene
que tener las ganas de extraer una lección para no volver a pasar por el mismo
sufrimiento, si está en nuestras manos”.
Algunas veces se gana, otras, se aprende. Para meditar sobre
ello y aprender el arte de navegar por la vida.
Besos y abrazos,
Álex
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