Tengo 43 años. De Adís Abeba (Etiopía), vivo en Nueva York, donde dirijo
un club de tenis. Mi novia, que es de
Barcelona, está embarazada. Estoy licenciado en
Geología. Los políticos priorizan el interés propio al general Soy copto, pero me interesa más la comunidad que la
Iglesia
LA GRANDEZA
Cuando
en los JJ.00. de 1960 Abebe Bilála, humilde pastor etíope, ganó el maratón un
cronista escribió: "Nosotros necesitamos medio millón de soldados
italianos para ocupar Etiopía, un solo soldado etíope ha conquistado Roma».
Su participación no estaba prevista, sustituyó al representante de su país,
lesionado, y lo hizo descalzo. Bikila es un símbolo de cómo la humildad puede
derrotar a cualquier superpotencia. Otro etíope tenaz luchó durante años para llevar
su historia al cine, The athlete, pelicula aplaudida y galardonada pero nunca distribuida. Afee, la
asociación de familias de niños de Etiopía, organiza hoy un único pase en el
auditorio Axa con fines benéficos
Cuando tenia seis años vi a mi abuela tirada en el
suelo junto a la radio llorando.
¿Alguna mala noticia?
El emperador había muerto tras 45 años de
imperio.
¿Lo que llegó fue mejor?
Tras dos años sangrientos, en los ochenta, y gracias
a la ayuda de la URSS los militares impulsaron iniciativas culturales. Pero en
el norte había guerra y hambre.
La guerra quedaba lejos de la capital.
Las familias de Adís Abeba se encerraron en sí
mismas y se volcaron en la educación de sus hijos. Cuando no hay libertad y el
gobierno no permite ni opinar ni pensar los ciudadanos trasladan el ámbito de
las libertades a su ambiente familiar.
Y así nació una pequeña clase media.
Sí, a la que yo pertenecía. Pero el 85% de la población
sigue siendo rural. Mi padre se crió en un pueblo agrícola y emigró a la capital
en 1941, tras la
guerra contra los italianos. Se abrió camino hasta ser farmacéutico. Mi madre
era licenciada en Ciencias Sociales. Los cinco hijos vivimos en EE.UU.
¿Cómo fue su vida hasta que emigró?
Vivíamos en una
sociedad en la que el tiem po no existía, era todo nuestro, y la calle, el patio
de casa. Pero en 1983, a mis 12
años, llegaron los relojes Casio y todo cambió. A partir de que el tiempo se introdujo en
nuestras vidas, la comunidad se desintegró, creció una actitud individualista
y egoísta.
Da que pensar.
Hay un antes y
después del Casio rojo. Antes, mi abuela me enviaba a la tienda a preguntar
la hora, que nunca era exacta porque me entretenía por el camino.
También llegó la tele.
Un televisor para toda una comunidad y con un único
canal. Y llegaron los pianos Casio con la música programada, que sustituyó a
la música tradicional. Más que la guerra, el mayor impacto de mi infancia fue vivir la sustitución
de lo tradicional por lo digital y de lo etíope por lo extranjero a
través de los programas rusos.
Impactante.
Los familiares del campo seguían viniendo de visita
a la ciudad a contarnos las historias de nuestra tradición oral. Pero corrimos
demasiado tras la modernidad. Nos pasó como a las hienas, que corren tan cegadas tras
su presa que acaban mordiéndole el cuerno y pierden los dientes. Por
lo demás, yo pasé la infancia jugando con una vieja raqueta de tenis que compró
mi madre.
¿Y para qué la compró?
Se la compró a un vendedor ambulante porque era muy
barata. Mi padre se compró un libro para aprender y se apuntó a un club de tenis.
Así me convertí en tenista.
A los 18 años se fue a Washington.
La guerra contra Eritrea no cesaba y mi madre
decidió que me fuera. Recurrió a sus víejos amigos de la universidad y una
familia me acogió. Me trataron como a un hijo, me empapé de cultura, me
llevaban al cine, conciertos... Pero fue difícil, porque era una sociedad muy
cerrada.
¿El tenis le permitió estudiar?
Sí, me becaron. Era bueno, piense que yo venía de
jugar con un raquetón de madera y pasé a una ligera raqueta de grafito.
¿Y cómo se convirtió en director y actor de cine?
Nunca estuvo en mis planes, pero yo tenía un ídolo, Abebe Bikila,
el primer africano que ganó una medalla de oro en los Juegos Olímpicos. Yo
quería explicar su historia. Lo intenté en un artículo para la revista universitaria
y luego en un canal de televisión dedicado a biografiar antes de los Juegos de Atlanta.
¿Les interesó?
No. Fue entonces cuando escribí el guion y con Davey
Frankel decidimos hacer la película. Davey me dijo que fuera a Etiopía a buscar
a alguien que se pareciera a Bikila. Busqué y busqué, y al final me convencí de
que si perdía peso, yo podía ser ese actor.
Es usted valiente, Rasselas.
He convivido con este proyecto durante quince años,
la historia de un pastor de las montañas que tocaba el arpa tradicional como
el rey David; el hombre descalzo que conquistó loma en el maratón de los
JJ.00. de 1960 y que había
perdido a su padre dos décadas antes en la guerra contra los italianos, cuando
los fascistas invadieron Etiopía.
Realmente épico.
Es la historia de
David y Goliat, de la humildad, de la superación. No era un
profesional: en el último momento sustituyó a un corredor que se lesionó. Y
fue el primero en repetir victoria: ganó también el maratón de Tokio en 1964.
Un ejemplo para los jóvenes africanos. ...
En la victoria y en la desgracia. Tras su accidente
de coche, Bikila fue de los primeros en participar y promover los Juegos Paralímpicos.
Compitió en la modalidad de tiro al arco y carreras de trineos.
¿Qué tenemos que aprender los occidentales de su
gente?
Paciencia, que es
un nombre muy común de las mujeres de mi tierra; tenacidad, humildad,
capacidad de sufrimiento y respeto. Percibimos nuestro país como
una madre. Etiopía es la cuna de la humanidad.
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