Tengo 55 años. Parisino, dos hijas, una francesa
(14) y una francokeniana (13). Autodidacta, dejé la
escuela a los 15 años. Amo el mestizaje y la universalidad. En Francia tenemos un problema de educación, integración,
inmigración y pobreza que nos ha explotado en la cara.
A los 16 años se marchó...
Mi relación con la familia no era buena y me fui a
ver mundo. Me enrolé en el ejército para ser guía de montaña y ahí empecé a
hacer películas. Siempre me interesó la vida de los otros.
¿Qué filmaba en la montaña?
Acompañaba a expediciones; en mi primer
documental, a una expedición formada por personal de Médicos del Mundo, del
Instituto Pasteur y científicos rusos. Fuimos los primeros occidentales en
adentrarnos en los pueblos nómadas del Gran Norte de Siberia y vivir con ellos
(1993). Gané muchos premios.
¿Qué encontró?
Gente que vivía en plena naturaleza, pero los
niños fueron rusificados, arrancados de sus padres y llevados a internados
rusos.
Una zona con un suelo muy rico.
Sí: cobre, oro, gas, que los rusos querían. Viví
con esos pueblos cuatro meses y me contaron que cuando los niños volvían ya no
hablaban la lengua materna; algunos padres, al no poder comunicarse con ellos,
se suicidaban. Como suele pasar en la historia, acabamos con una cultura para
quedarnos con sus riquezas. Es un ciclo. Un ciclo cruel. Muy cruel.
También pude pasar mucho tiempo con los guerreros masái en Kenia, donde viví
doce años. Una comunidad muy cerrada.
¿Qué le llamó la atención?
La vida de guerrero dura cinco años, hasta que una
nueva generación los reemplaza, y entre ellos no hay jerarquía, todos están en
el mismo nivel. Los más viejos se ocupan de los jóvenes. Es una vida llena de
aventuras, pelean contra otras etnias por el ganado.
Sus películas sobre fauna salvaje han sido muy
premiadas.
Sí, mis películas sobre babuinos, cocodrilos,
leones, guepardos y elefantes fueron mucho más exitosas que la de los masáis.
Me equivoqué, quise recrear una historia y tendría que haber hecho un
documental. Fue un estrepitoso fracaso.
Algo aprendería.
Muchísimo, entre otras cosas, que el del cine es
un mundo muy cruel y que el éxito nunca es completo ni la derrota definitiva,
lo que cuenta es el compromiso.
Años en plena naturaleza acechando animales.
Amo esa vida hecha de encuentros, en la que una
cosa me lleva a otra.
¿Qué le llevó a Camino a la escuela?
Estaba filmando una película sobre elefantes en
medio de la nada, en Kenia, y veía pasar niños corriendo descalzos por los
valles, en medio de la sabana... Un día paré a uno: “¿Qué haces aquí corriendo a las seis de la
mañana?”. “Pues he salido de mi pueblo hace un par de horas y
detrás de esa colina está mi escuela”. “¿Y por qué no te quedas con tu familia
cuidando de los animales?”. “Quiero tener
una educación”.
Impactante.
Pensé que debía de haber más niños como Jackson
por el mundo. La familia de Jackson es muy pobre, comen una vez al día: una
col. Pero él, con 11 años, y su hermana de 7 atraviesan la sabana para ir a la
escuela: te pueden atacar los búfalos, los elefantes... En la escuela de
Jackson cada año mueren cuatro o cinco niños.
¿Qué otra historia le ha conmovido?
La de Samuel, un niño discapacitado de India cuya
relación de amor con su madre y con sus dos hermanos es increíble. Tenía tantas
ganas de ir a la escuela que sus dos hermanos pequeños lo llevan hasta allí
arrastrando una silla de ruedas imposible, construida con una silla de camping,
durante una hora y media, atravesando ríos y lodazales.
¿Qué quiere ser de mayor Samuel?
Médico, “para curar a todos los niños que están como yo”,
dice. Al principio íbamos a poner un narrador en la película, pero cuando oí lo
que los niños iban contándose entre ellos mientras caminaban entendí que no
hacía falta decir nada más.
¿Y Jackson qué quiere ser de mayor?
Quiere ser aviador y recorrer mundo, así que ha
venido conmigo a Francia, Japón, Qatar. Es un gran embajador para la educación.
Coge el micro frente a grandes empresarios y les pide que ayuden a su país. Y cuando sabe que
aquí a los niños no les gusta ir a la escuela se vuelve loco, no puede
entenderlo.
La historia de Zahira también impacta.
Recorre 22 kilómetros por el Atlas marroquí, nevado en invierno,
para llegar a la escuela, cuatro horas y media caminando. Y recorre
los pueblos de la montaña para intentar convencer a otros padres de que dejen
que sus hijas vayan a la escuela.
Esos niños le han marcado.
Sí, ha sido un encuentro profundo y verdadero. Me
ha gustado vivir con ellos y sus familias. Es el universo en el que me siento
bien. Me siento mejor allí, con ellos, que recibiendo el premio César.
¿Esta película ha mejorado sus vidas?
Un
grupo de amigos ha creado una asociación para ayudarlos en sus sueños. Y yo
recorro Occidente intentando crear conciencia entre los países ricos de que los
pobres tienen futuro con nuestra ayuda.
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