¿Te has parado a pensar alguna vez cuánto de ti
hay en verdad en ese rostro que muestras cada día? ¿Cuántas veces eres TÚ en
realidad el que aparece y habla ante los demás, en lugar de ese otro YO que te
has inventado, porque piensas que es así como los demás quieren verte?
Debemos ser conscientes de que cada vez que
fingimos ser como no somos, estamos atrayendo a nuestra vida a gente que
responde a ese patrón, a esa forma de mostrarnos ante ellos. Y a la vez estamos
alejando a quienes sí podrían apegarse a nuestra verdadera esencia que queda
oculta tras la máscara. Por eso se insiste tanto en la importancia de ser
auténticos.
Usamos la máscara para evitar que la gente vea nuestras
debilidades, para luego descubrir que al no poder ver nuestra
humanidad, los demás no nos quieren por lo que somos, sino por la máscara que
empleamos.
Usamos una máscara para preservar nuestras amistades,
luego descubrimos que perder un amigo por haber sido auténtico no es nuestra
perdida, sino de la máscara.
Usamos una máscara para ser diplomáticos y evitar
ofender a alguien, y no nos damos cuenta de que las personas que vale la pena
tener a nuestro lado repudian las simulaciones.
Usamos una máscara hermosa y sin imperfecciones
convencidos de que es lo mejor que podemos hacer para ser amados, pero sin
percatarnos de que aquel que nos quiera de verdad habrá de amarnos incluyendo
los defectos que camuflamos.
Al final descubrimos una triste paradoja: lo que
más deseamos lograr con las diferentes máscaras que usamos, es precisamente lo que
impedimos que llegue a nuestra vida con ellas puestas.
«Deja que el mundo sepa cómo eres y no cómo crees
que deberías ser, porque tarde o temprano, si estás actuando, te olvidarás de
actuar. ¿Y dónde estarás tú? (Fanny Brice)
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