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dilluns, 12 de gener del 2015

Adolescentes en la era Instagram. Amelia Castilla. El País.

Foto Samuel Sánchez
Se mueven entre el pasotismo y el consumismo. Acostumbrados a una vida de entretenimiento y de series, los jóvenes describen el presente como “inestable e injusto”.
Dicen que somos vagos y que solo estamos para jugar a la play y divertirnos. Estamos hartos de estereotipos, dice Jaime Alba
“Pensando que los cuidamos, los condenamos al desánimo, los mimamos para luego abandonarlos", cuenta José Antonio Marina
Su idea de una jornada ideal pasa por no acudir a clase, no madrugar, tener una tarjeta black (“pero sin corrupción”) y estar con los amigos y pasarlo bien. Lo cuentan entre risas y algo de rubor seis alumnos, de 17 años, del Instituto Severo Ochoa, en la localidad madrileña de Alcobendas. Chicos de clase media, la mayoría de padres divorciados y con problemas escolares, motivo por el que han sido derivados a Diversificación o al Programa de Cualificación Profesional Inicial Voluntaria, cursos para obtener la ESO con contenidos más bajos. Todos consideran a la familia como un valor fundamental. “La convivencia es buena aunque discutimos mucho. Me repite las cosas muchas veces y me rallo. Ella suele llevar razón pero a veces resulta pesada”, cuenta Daniel León Vargas, de 16. Su sueño sería irse con su novia a vivir a otra ciudad, quizás Nueva York.
Les mola mazo o les renta pero no se han chinado; viven en la keli y no les va el canteo. Estamos en el recreo, tres horas después de su llegada al centro escolar. Como el resto de sus compañeros entraron en tromba al patio, a las ocho de la mañana. Todavía quedaban unos segundos para una ojeada rápida a la pantalla del móvil y enviar un último WhatsApp. El centro escolar lo deja bien claro en los carteles pegados por las paredes. En clase están prohibidos los móviles, sobre todo para proteger a los profesores de filmaciones vejatorias que luego se cuelgan en Youtube. Para evitar conflictos los dejan sobre una mesa y se los devuelven a la salida. El castigo por usarlo en clase es una semana sin móvil. Los usan en los pasillos y los profes muchas veces hacen la vista gorda. Pillarlos con ellos en la mano supone un conflicto añadido y un enfrentamiento que conviene evitar. De los más de tres millones de adolescentes españoles (muchachos de edades comprendidas entre los 12 y los 17 años) un 84%, posee teléfono móvil para su uso personal, pagado por sus padres, según datos del Instituto de la Juventud, basados en una encuesta de 2012. El sondeo avisaba de la tendencia al alza. Duermen con el móvil y miran la pantalla al menos un centenar de veces al día. España se encuentra en la media de Unión Europea y en todos los estados miembros se comprueba el mismo ascenso y comportamiento. Igual que su relación con las redes sociales que ya ha acabado por generalizarse. Su uso es mayor cuanto menor es la edad. En poco más de tres años se ha pasado del 60% en 2009 al 90% en 2011.
Infantiles, consumistas, críticos, de moral relajada, acostumbrados a una vida de entretenimiento y de series, los adolescentes de la era Instagram ya no van tan a lo grande como sus hermanos mayores. En su playlist suena Nirvana, Arctic Monkeys, Red Hot Chili Peppers, Imagine Dragons, David Guetta y algo del peor reggaeton. Entre sus prioridades no figura cambiar el mundo pero sí su entorno. Son más individualistas que las generaciones que los han precedido. “Mis alumnos son muy de tripas, se mueven por instinto, pueden leer cualquier cosa sin necesidad de intelectualizar nada. En esos años, les afectan sobremanera las separaciones de los padres. Llevan una vida muy de entretenimiento; se ríen con programas como Adán y Eva, la exaltación de la estupidez supina, pero son clientes fieles de series como Homeland o Juego de tronos”, cuenta Victoria Menéndez, profesora de Lengua y de Inglés del Severo Ochoa. Lleva 25 años en la enseñanza y casi siempre con adolescentes. “Antes se rebelaban contra todo, ahora no necesitan pelear tanto como antaño. Disponen de un mundo propio que Internet y las redes sociales han contribuido a crear pero los veo muy positivos y honestos”.
Según el estudio Jóvenes y valores sociales, del Centro Reina Sofia, los adolescentes españoles han asumido que les tocará vivir una vida low cost. Han aceptado que deben revisar a la baja sus expectativas, fundamentalmente en relación con perspectivas o proyectos personales. Describen el presente como “incierto, inestable e injusto”. Se sienten engañados y desconfían del sistema. En general culpabilizan a las instituciones adultas —de las que no se sienten partícipes— pero focalizan su desconfianza especialmente en la política tradicional y en la figura del político profesional. Cada vez son más los que apuestan por actitudes de compromiso social y de cambio. El filósofo José Antonio Marina cree que los jóvenes del siglo XXI son conscientes de que se ha roto un pacto social implícito. “Antes la sociedad le decía al joven que si cumplía su alianza y se portaba bien la comunidad estaría en condiciones de responder pero eso se ha fracturado. Hemos ido a una época de impotencia confortable, en el sentido de decir, esto es lo que hay y me voy a ir acomodando para aprovechar lo que tengo, sin grandes esperanzas. Desde hace unos cuantos años, pensando que los estamos cuidando lo que estamos es condenándolos al desánimo, los mimamos para luego abandonarles”.
Foto Samuel Sánchez
Adolescencia. Su uso se ha generalizado pero el concepto teen como tal tiene su origen, en los años cincuenta del siglo pasado. En todas las culturas existía un rito de paso, de final de la infancia a otra vida, pero se ha creado específicamente un espacio formativo que se remonta al final de la Segunda Guerra Mundial y que coincide con mejoras notables como la escolarización total y la llegada de los jóvenes al mundo del trabajo a partir de la mayoría de edad. En ese tiempo se han vertido ríos de tinta tratando de analizar la rebeldía adolescente, algo que básicamente no ha cambiado con el tiempo aunque ahora surjan nuevas teorías sobre esa etapa de la vida. En la adolescencia se desarrollan las grandes capacidades sentimentales e intelectuales. También la mayor parte de las adicciones nacen en esa etapa. Hasta ahora, muchos de los comportamientos escandalosos o un poco arriesgados lo atribuíamos a las pobres hormonas pero nuevas teorías proponen aprovechar esa etapa en lugar de malgastarla.
El talento de los adolescentes (Ariel), nuevo título de José Antonio Marina, anuncia el cambio de modelo que se está viendo en muchos países y por caminos distintos: “No se trata solo de un asunto sociológico y pedagógico, el cambio viene de la mano de la neurología. Hasta ahora, sabíamos que había un gran periodo de aprendizaje que era prácticamente donde se consolidaba todo y eso sigue siendo verdad, pero lo que no habíamos sospechado es que en la adolescencia se produce un rediseño completo del cerebro. Es como si la naturaleza hubiera preparado el cerebro primero para hacerse cargo de un mundo al que el pobre niño llega tremendamente despistado y luego lo vuelve a aprovechar para que se independice y se haga adulto. Es como atravesar dos etapas de enorme plasticidad”.
En el Severo Ochoa, los problemas los dan 25 alumnos de una plantilla de 1050, un porcentaje mínimo pero, como sucede en otros centros escolares, en torno a esos conflictos se articula la leyenda. “Se ha generalizado el mito de la crisis de la adolescencia, cosas como que de repente lo pasan muy mal, con angustia vital, seres imprevisibles e irresponsables y eso no es así, pero si lo repetimos un buen número de veces acabaremos por creerlo”, recalca Marina.
A mediodía, la puerta del instituto madrileño Beatriz Galindo, se transforma en una marea de sudaderas, deportivas, vaqueros y leggins. Solo unos pocos encienden ansiosos un pitillo antes de despedirse hasta el día siguiente. Julia y Clara Nolla, hermanas de 15 años, alumnas bilingües de cuarto de la ESO “odian” que le presenten el futuro que les espera como un mundo donde habrá más pobres y trabajos peor remunerados. “Necesito tener ideales, ya basta de amenazas. Entiendo que nos preparan para ser mayores pero estamos en nuestro derecho de soñar. Pienso en el mañana como algo lejano aunque, sinceramente, espero que se hayan resuelto los problemas económicos cuando sea mayor”, dice Clara. Las hermanas no se dejan llevar por la “yupi vida”. Clara toca el bajo en un grupo, saca buenas notas y no sabe bien lo que quiere ser de mayor, quizás psicóloga. Su hermana Julia comparte esa opinión sobre cómo los adultos tratan de contarles la vida a partir de su experiencia y, claro, ellas quieren vivir su “propia vida”. Ambas dieron un paso al frente cuando se debatía la reforma de la Ley del aborto que proponía el entonces Ministro de Justicia, Alberto Ruiz Gallardón. “Mucha gente se quedó en sofá pero pensamos que era el momento de hacer algo. Fuimos a las manifestaciones. Si se juega con nuestro futuro hay que intentar cambiarlo”, cuenta Julia. En el centro escolar disponen de una capilla pero ellas ni son creyentes ni han sido bautizadas. Les gusta que Religión sea una optativa
El fin de semana, los que no juegan al fútbol salen a “a divertirse” con los amigos. Recalan en los parques cercanos, las boleras o los pubs. Evitan la violencia pero reconocen que en cualquier momento puede llegar un gamba con ganas de liarla. Basta un “¿y tú que miras?” desafiante para que las cosas se compliquen. De vez en cuando, puede caer alguna cerveza, pero no es lo habitual aunque ninguno niega que en su entorno se fuma (porros también) y se bebe alcohol con total naturalidad. Las encuestas más recientes del Instituto de la Juventud apuntan que un 55% puede llegar a casa a la hora que quiere y el 50,6% por ciento puede beber copas sin problemas. “La tolerancia con el alcohol es muy estúpida. No nos preocupa el botellón sino el efecto que produce entre los vecinos”, añade Marina. Sostiene que estamos importando el modelo nórdico: emborracharse cuanto antes consumiendo bebidas fuertes. “Hasta en esto estamos modificando la sana costumbre mediterránea de tomar bebidas suaves que acompañaban la conversación y la fiesta”.
A los alumnos de Victoria Menéndez no les gusta que la policía los trate como delincuentes “por sistema”, una queja que comparten algunos de sus alumnos. En ocasiones, protesta Jonatan Cueva, alumno de Diversificación, “estamos sentados en un banco hablando tranquilamente y los secretas nos piden que nos identifiquemos o que enseñemos las mochilas”. Las multas por beber pueden llegar a los 500 euros.
Virginia del Álamo, compañera de clase, toca en Bus Stop, un grupo de sonidos acústicos, que se foguea artísticamente en pequeños antros. El domingo visitó el Rastro madrileño en busca de banderas anarquistas y republicanas para decorar los locales de ensayo. Toca la guitarra, el bajo y la batería. Se lleva bien con sus padres aunque no le gusta que la fiscalicen o que su padre la llame al móvil cuando está con los amigos exigiendo que vuelva a casa “ya mismo”.
Su compañero, David Alcázar, de 17 años, quiere ser policía. Desde pequeño admira a los agentes que protegen a las mujeres maltratadas y le gustan los documentales de Policías en acción. Ni la profesora ni los alumnos soportan la imagen estigmatizada que se tiene de esta etapa de la vida que la RAE define como aquella en que se pasa de la niñez al desarrollo completo del organismo, lo cual influye en el carácter y en el modo de comportarse.
Foto Samuel Sánchez
Hace 25 años, cuando Menéndez empezó a impartir clases, leía a sus alumnos Tiempo de silencio, algo impensable en la generación Instagram. “Ahora, no lo entenderían. Usan un lenguaje muy limitado y plagado de onomatopeyas. En clase solo se pueden leer fragmentos. Elegimos los más atractivos y asequibles”. Entre las lecturas recomendadas figuran La Celestina y el Mío Cid, pero algunos profesores, sobre todo si no dependen de grupos cerrados, prefieren iniciarlos en otras lecturas. Ha probado con textos tan dispares como las rimas de Bécquer y algunos fragmentos de Gomorra y ha triunfado: “¿Profe, dónde venden ese libro?”. Le importa un bledo lo que lean con tal de que lean.
Fernando J. López profesor de un grupo de teatro del instituto madrileño San Juan Bautista, en el que participan treinta alumnos de entre 14 y 18 años, comparte plenamente esa tesis. Se rebela ante lo que considera una aberración: “El sistema es mecanicista y eso no favorece la creatividad. ¿Cómo es posible que digamos que los adolescentes no leen en absoluto si luego se agotan determinadas lecturas? la cuestión no es que no leen, sino que no leen lo que nosotros queremos que lean, dice. Como profesor y escritor, autor de La edad de la ira, un best seller juvenil y una novela de iniciación que narra desde dentro la vida en una escuela de un grupo de adolescentes, trata de ponerse en la piel de los chicos y ofrecerles textos que les puedan interesar para convencerles de que la literatura es fascinante. Su retrato de los jóvenes con los que trabaja a diario rebosa optimismo. “Viven en la edad en la que te formas como persona y trazas las relaciones con tu entorno. Adolescente es el que adolece de algo y ellos están llenos de ganas de hacer cosas, aunque, a veces, no sabemos conectar con eso. Los profesores y los padres marcan mucho, demandan pero no comunican. ¿Qué necesitamos de verdad? un lenguaje común. A pesar de la edad del pavo o precisamente por ello en esos años se pueden generar vocaciones, intereses y aficiones. La idea de este escritor es que se combine la exigencia con el optimismo. “Los chicos de hoy además de las clases llevan a cabo actividades extra escolares. Son muy capaces”.
Todos conocen y se enorgullecen de Malala, la joven paquistaní de 17 años, que obtuvo en el año que acabó el jueves el Premio Nobel de la Paz. Sergio Gato, de 15 años, y Jaime Alba, de 14, alumnos de cuarto de la ESO en el colegio privado Ramón y Cajal, compaginan los estudios con la exploración de cosas nuevas. “Ya se pasó la época en que buscábamos el vértigo en el parque de atracciones, ahora tenemos un punto de vista diferente de las cosas”, apunta Gato. “Mucha gente piensa que somos vagos y solo estamos para nuestras cosas, que se resumen en jugar a la play y salir los viernes pero nosotros también estamos hartos de clichés, añade Alba. Ambos han creado con el dinero de sus ahorros (900 euros) una firma de ropa, Kuone, que vende camisetas y sudaderas. Tienen planes de ampliación para el verano. En clase trabajan con el iPad y para la asignatura Iniciativa emprendedora, una hora semanal, diseñaron una web que facilita la comunicación para una parroquia del barrio de Caño Roto, surgido en los años 50 para acoger a los inmigrantes,

Todos los adolescentes consultados para este reportaje darían una oportunidad a Podemos, aunque luego sean como los demás. Gato y Alba sostienen además que todos los partidos son malos y que hay que hacer una limpieza. Y vosotros con quién os quedáis: “Con el partido de en medio”.



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