Ilustración Anna Parini |
Hay personas que tienen tanto miedo
a ser heridas que terminan viviendo a la defensiva
Se muestran frías y desafiantes en
un intento por lograr el control sobre su entorno
La mejor defensa no es un buen ataque. La mejor
defensa es no sentirse atacado. Gerardo
Schmedling
Muy pocas personas miran fijamente a los ojos
cuando hablan con sus interlocutores. Debido a la falta de seguridad, o de
costumbre, suelen desviar la mirada a la nariz o la boca. Sin embargo, hay
quienes no saben mirar de otro modo, clavando sus ojos de forma directa, franca
y honesta. Y cuando uno se encuentra con alguien que mira así, muchos se pueden
sentir algo incómodos e incluso intimidados.
No es casualidad que a estas personas se le
cuelgue el sambenito de desafiadores. Quienes van de cara por la vida suelen irradiar un aura
de poder y fuerza. De hecho, suelen ser individuos que enseguida
están al mando de la situación. Nadie pone en duda que son líderes natos. Y que
desprenden un magnetismo de lo más seductor. Sin embargo, su liderazgo a menudo
deviene en autoritarismo, en especial cuando se sienten amenazados. Es entonces
cuando aflora su enorme visceralidad, arremetiendo con dureza y agresividad a
quienes se atreven a confrontarlos.
Están tan acostumbrados a imponer su voluntad
sobre los demás que no soportan que nadie les diga lo que tienen que hacer.
Poseen madera de jefes y algún que otro rasgo de tiranos. Más que respeto, los
demás les tienen miedo. No es muy recomendable cuestionar su autoritarismo. Ni
mucho menos discutir o pelearse con ellos. Cuando piensan que alguien ha
actuado de manera injusta, se sienten legitimados a contraatacar de forma
violenta. El fuego que anida en sus entrañas tan solo necesita de una pequeña
chispa para estallar en llamas, quemando todo aquello que obstaculiza su paso.
El justiciero que llevan dentro quienes viven a la
defensiva les dota de una fuerza sobrenatural, ayudándoles a desarrollar un
instinto protector al servicio de los suyos, o de aquellos que consideran más
vulnerables y débiles. Y para no perder el dominio de sí mismos, tratan
desesperadamente de controlar cualquier situación. Los individuos
que poseen este tipo de personalidad no resultan fáciles de conocer. Viven detrás de
una coraza. Cuanto más en conflicto entran con los demás, más se
protegen y se encierran en sí mismos. En casos extremos terminan por aislarse
de su entorno social, pudiendo llegar a vivir como ermitaños. Una historia
refleja la clave para deshacerse de esa protección excesiva.
Un viejo
pescador vivía completamente solo en una playa alejada del pueblo. Harto de
discusiones, conflictos y peleas, llevaba años sin relacionarse con nadie. Se
había convertido en un hombre frío y distante, que pasaba los días leyendo y
pescando. Un día salió a navegar con su pequeña barca en alta mar. De pronto
apareció un bote que chocó frontalmente contra el del pescador. Este se pegó
tal susto que dio un salto y cayó directamente al agua.
Mientras
nadaba para volver a subir a su barca, empezó a maldecir al tripulante del otro
bote.
“¡Pero ¿cómo
has podido chocar contra mí?! ¡Con lo grande que es el mar! ¡Maldito seas! ¡Ya
verás como te coja!”.
Al conseguir
sentarse y recuperar la compostura se dio cuenta de que allí no había nadie
más. Era un bote a la deriva. El viejo pescador estaba empapado, rabioso y sin nadie
a quien culpar. De pronto, por primera vez en mucho tiempo, emitió una enorme
carcajada. Algo en su interior hizo clic. Y esa misma tarde se dejó caer por el
bar del pueblo.
Para que estos desafiadores bajen la guardia es
fundamental que comprendan las motivaciones ocultas que les llevaron a tomar el escudo y
a desenfundar la espada en primer lugar. Por más que les moleste
reconocerlo, son como los cangrejos: muy duros por fuera y extremadamente
blanditos por dentro. Su apariencia hostil y fuerte no es más que una fachada,
un mecanismo
de defensa que han desarrollado desde niños para que nadie vuelva a
hacerles daño. Y también para tratar de que nada, ni nadie, pueda dominarlos.
Prefiero sufrir una injusticia que cometerla. Sócrates
Ilustración Anna Parini |
Quienes viven tras una coraza comparten un mismo
tipo de recuerdo. En muchos casos, algo sucedió cuando todavía eran niños inocentes e
indefensos. Tal vez un cambio de colegio. Una separación de los
padres. Un accidente. Abusos y maltratos de cualquier tipo, o la muerte de un
ser querido. No importa tanto el qué, sino cómo interpretó el suceso la persona que lo
vivió. A raíz de afrontar alguna situación adversa suele tomar conciencia
–siendo todavía muy niño– de que el mundo es un lugar amenazante, injusto y violento,
donde solo los fuertes y los duros consiguen sobrevivir.
Esa es precisamente su herida. La que nace de haber conectado
con su propia vulnerabilidad. Al negar y condenar esta debilidad,
esa persona empieza a construir, ladrillo a ladrillo, una muralla que lo
proteja de volver a sufrir. Paradójicamente, al vivir a la defensiva, con el
tiempo se convierten en adultos controladores y dominantes. Y también hiperreactivos.
Es decir, que están a la que saltan. Por eso suelen mostrarse tan agresivos y
cosechan multitud de conflictos.
Los problemas derivados de este tipo de actitud
van más allá. Una vez cesa la lucha, estas personas tienden a culpar a los
demás por el sufrimiento que han experimentado. Y al hacerlo, se
sienten legitimados para castigar a sus supuestos agresores. Pueden llegar
incluso a vengarse de ellos de forma cruel. Al mismo tiempo también se culpan a
sí mismos del sufrimiento que consideran que han causado a los demás. Es
entonces cuando, en un intento desesperado por redimirse, pueden llegar a hacerse daño a sí mismos,
tanto física como emocionalmente.
Solo podemos perdonar cuando comprendemos que el
otro nunca nos ha hecho daño. Irene
Orce
Llegados a este punto, cabe diferenciar entre el dolor físico y
el sufrimiento emocional. Es cierto que tenemos el poder de matarnos
unos a otros. Pero nadie nos ha hecho sufrir sin nuestro consentimiento.
Los demás pueden tomar decisiones que nos perjudican directamente, o
comportarse de una forma con la que no estamos de acuerdo. Pueden incluso
insultarnos a la cara. Pero si analizamos estas situaciones detenidamente, nos
damos cuenta de que lo que sentimos no tiene tanto que ver con lo que ha
sucedido, sino con nuestra interpretación de los hechos.
El punto de inflexión en la vida de quienes viven
detrás de una coraza llega el día en que empiezan a cuestionar una creencia tan
falsa como limitante: “Los demás son la causa de mi sufrimiento”. Es
entonces cuando comprenden que el poder –el de verdad– no consiste en vivir a
la defensiva o tratar de controlar, sino en ser verdaderamente dueños de sí mismos.
Para lograrlo, han de dejar de ser reactivos para empezar a cultivar
la responsabilidad.
Es decir, deben aprender el arte de responder de forma proactiva frente a cada
situación adversa y cada persona conflictiva con la que se cruzan.
La culpa existe en una sociedad victimista, una
que condena el hecho de que las personas necesitemos cometer errores para evolucionar.
Por ello, el gran aprendizaje vital de estos desafiadores pasa por perdonarse a sí
mismos por los errores cometidos en el pasado, lo que les permitirá
liberarse del sentimiento de culpa que cargan a sus espaldas. Ese es
precisamente el significado de la palabra “inocencia”: el estado del alma libre de
culpa. Solo así pueden perdonar a quienes consideran que les agredieron:
llegando a comprender que, más que maldad, el motor de los errores de los demás
fue la
ignorancia y la inconsciencia. Vivir sin coraza implica aceptar y
sentir la propia vulnerabilidad. Esta es la auténtica fortaleza.
PARA SOLTAR LA
CULPA
Un
libro
‘Matar
a un ruiseñor’.
Harper Lee (Zeta). Estados Unidos, años treinta. Un negro es acusado de violar
a una joven blanca. Un abogado blanco lo defenderá, dejando sus propios
prejuicios a un lado. Una oda a la inocencia, al perdón y a la redención.
Una
película
‘El Padrino’. Francis Ford Coppola. En esta película, Marlon Brando
interpreta a un capo de la mafia de Nueva York que valora el perdón y que tiene
sentido de la justicia. Un gran personaje de la historia del cine.
Som responsables d'acceptar. Gràcies Borja i Joan.
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