A menudo vemos comportamientos de otros que nos
molestan: un vecino de butaca que come en el cine; el amigo que ignora tu
conversación en favor de los mensajes del móvil; el pasajero de autobús que
discute por teléfono a todo volumen... Y uno se pregunta dónde está el respeto
Hace algunas semanas Roberto difundió un chiste en
el grupo de WhatsApp de la familia. Un minuto después llegaba el comentario de
su prima: “No es gracioso, es machista”.
Sorprendido, Roberto contestó: “Es un chiste”.
“No, es una falta de respeto”, dijo ella.
De ahí la conversación derivó a los cambios sociales, la necesidad de romper
los estereotipos sexistas y de acabar con los micromachismos, pero sirvió,
sobre todo, para que Roberto se parara a pensar si en otras ocasiones también
estará siendo irrespetuoso sin saberlo, si quizá las faltas de respeto han cambiado.
“Hoy
en día es más difícil tener claras cuáles son las faltas de respeto, saber qué
es lo que puede agredir a los otros, porque la sociedad es más heterogénea y
somos grandes abanderados de los derechos individuales y de la libertad de
expresión”,
afirma la socióloga María Silvestre,
profesora de la Universidad de Deusto. “En una sociedad más homogénea –como la de gran parte del
siglo pasado– hay un reconocimiento social de las normas que todo el mundo debe
aplicar y asumir como propias, y las faltas de respeto son muy claras porque la
sociedad las rechaza y las recrimina; pero a medida que la sociedad se abre
desaparecen esas faltas tan rígidas, todo se difumina más y depende del criterio de cada uno, somos
más libres y la subjetividad cuenta mucho, y no es tan fácil decir qué es lo
que puede no respetar a los otros”, coincide la filósofa Victoria Camps. Pero da pistas para
adivinarlo: “Faltar al respeto es indiferencia, no
tener en cuenta al otro, pasar de él”. En una línea similar se
expresa Vicente Martínez-Otero,
profesor de Psicología Educativa de la Universidad Complutense: “En las
relaciones interpersonales el respeto supone deferencia, una mirada atenta al otro, reconocer su dignidad y su valor,
tanto de las personas como del entorno, de los animales y la naturaleza”.
MÁS QUE
TOLERANCIA
Silvestre aclara que no hay que confundir respeto con tolerancia
ni con lo políticamente correcto. “El respeto implica más esfuerzo, exige no sólo tolerar
algo sino acercarte a esa manifestación,
entenderla y aceptarla; y aunque los discursos y actitudes marcados por lo
políticamente correcto frenan ataques a mujeres o a minorías, tampoco
garantizan el respeto” porque éste requiere comprender y aceptar su forma de
ser o de pensar.
A este respecto, María Rosa Buxarrais, psicóloga y profesora de Educación y Valores
en la Universitat de Barcelona (UB), opina que hoy es más difícil ser
respetuoso porque hay más diversidad y pluralidad en la forma de
ver la realidad y de ser feliz, pero también advierte que, precisamente por
eso, es más necesario que nunca el respeto y la educación en valores en
general. “Si
no se respeta a quien no vive como tú, quien no piensa como tú o no viste como
tú, si uno sólo prima lo suyo y piensa en salirse con la suya sin ver si lo que
hace puede molestar a los demás, nos encaminaremos al caos”, alerta.
Porque, como comenta Martínez-Otero en 10
Criterios para encontrarnos (CCS), el respeto se considera la ley fundamental
de cualquier relación, sea de pareja, entre un jefe y un empleado,
entre profesor y alumno o entre vecinos; sin respeto cualquier relación se
debilita y tiende a quebrarse. “La convivencia se distingue sobre todo por la actitud respetuosa; el respeto es el
factor integrador que posibilita la vinculación, porque las relaciones entre
personas no pueden depender únicamente de las leyes”, dice.
EDUCACIÓN
Pese a su trascendencia para la convivencia,
sociólogos, filósofos y pedagogos aseguran que el respeto está en desuso. “A la sociedad
española le hace falta madurar desde el punto de vista cívico, hace falta más
educación para convivir, para respetarnos unos a otros; en lugar de suprimir la
asignatura de Educación para la Ciudadanía como se ha hecho con la última
reforma, habría que desarrollarla orientada a la cultura cívica y democrática y
enseñar qué implica la convivencia”, enfatiza Marta Postigo, profesora de Ética de la Universidad de Málaga. A su
juicio, el respeto en el fondo es educación, y la educación “implica
aprendizaje, tanto en casa como en el instituto, para saber respetar a las
otras personas y al entorno”.
Para esta especialista en filosofía moral, que
ahora se observen más faltas de respeto no tiene que ver tanto con que la
sociedad sea más diversa o con que la tecnología nos proporcione nuevos canales
de comunicación como con el hecho de no cuidar la educación y las normas cívicas
tanto como en otros países. “Si uno sabe que hay que respetar a las chicas, lo hará
en la calle y lo hará por WhatsApp o donde sea; y si a uno le enseñan a
respetar las normas de convivencia, a no ensuciar, a no hablar en voz alta, a
respetar a las personas de su entorno, lo aplicará en el cine, en la plaza o en
el autobús”, ejemplifica. Lo que sí ha contribuido según Postigo a
que ahora se observen más conductas irrespetuosas en espacios públicos es la
expansión del consumismo. “Cuando vivíamos en una sociedad económicamente deprimida
eran muy pocas las personas que iban al cine o a los restaurantes; hoy la clase
consumista se ha ampliado y son muchas más las personas que van, pero no basta
con ir, también hay que saber
comportarse”, describe.
La socióloga María
Silvestre también vincula las faltas de respeto con una sociedad más
igualitaria. “Valores
tradicionales que es importante transmitir a los hijos como la obediencia y el
respeto se han vinculado erróneamente a la autoridad y la jerarquía, y cuando
se ha perdido la legitimidad de la autoridad y se han difundido los principios
de igualdad y la libertad de expresión se ha desdibujado lo que supone el
respeto; pero que las relaciones sean más horizontales e igualitarias no quiere
decir que no haya que respetar al otro”, manifiesta. Y apunta que
esto se observa en las familias, donde los menores han pasado de no tener
privilegios y exigirles obediencia y respeto a convertirse en los reyes de la
casa.
INDIVIDUALISMO
Y TECNOLOGÍA
La profesora Buxarrais
desliga jerarquía y respeto: “La gente se respeta poco porque la sociedad es cada vez
más individualista y se prima más lo
de uno que lo de los demás o el bien común; pero no puedes pretender que te respeten si no respetas, es una relación
recíproca”. Y enfatiza que las faltas de respeto a menudo parecen
nimias –como no saludar al entrar en un sitio–, pero se van multiplicando y
acumulando “y
se llega a un punto en que, perdidas las buenas costumbres, parece que no somos
humanos”. Martínez-Otero
cree que la falta de tacto con los otros también se ve acrecentada por el hecho
de que muchas relaciones están mediadas por las tecnologías. “Hoy la actitud,
en general, es menos sensible a los demás, a sus necesidades, a sus derechos;
no siempre hay la empatía suficiente, acaso por la prisa, por el estrés y por
la omnipresencia de la tecnología, que hace que las otras personas aparezcan
menos nítidas, se las conozca peor y se pierda implicación personal y la
prudencia en el trato”.
EL CONTAGIO
Hay unanimidad entre los expertos en que el
respeto, como el resto de valores, se transmite y se aprende, y que en ese ámbito
padres y escuela juegan un papel fundamental. Pero también dejan claro que no
son los únicos responsables de que proliferen las faltas de respeto en la
sociedad. “El
respeto es cuestión de educación y
la educación no depende sólo de la familia y de la escuela; cuentan también los
políticos, los medios de comunicación y todos los agentes sociales que dan la
pauta de cómo hay que comportarse, que sirven de modelo y socializan durante la
infancia y la adolescencia”, afirma Victoria Camps. Y resalta que las cosas se aprenden no sólo porque
alguien las enseñe, sino también por ósmosis, por contagio o influencia. “Si todo el entorno es irrespetuoso, por más que te
enseñen a ser respetuoso no se te acaba inculcando nada”, dice.
A este respecto Buxarrais llama la
atención sobre las intervenciones de políticos y famosos en medios de
comunicación: “Hay
programas que son un atentado contra la dignidad de las personas, una falta de
respeto constante, y si los niños y los jóvenes ven la falta de respeto como
algo habitual, como algo que se hace y no pasa nada, lo toman como tal”
y lo trasladan a su cotidianidad.
Martínez-Otero opina que
fomentar el respeto “pasa por fortalecer
nuestra mirada personal a los demás, por saber que los otros son personas
con necesidades, derechos, etcétera, y que debemos actuar con la debida cautela
en los asuntos que puedan tener un impacto en la convivencia”. Para
ello propugna una autorregulación social de un marco de cortesía que rija tanto
las relaciones convencionales como las del ciberespacio. María Silvestre asegura que si en la década de los cincuenta la
sociedad fue capaz de establecer un marco como el de los derechos humanos,
ahora debería de poder establecer un marco ético de mínimos, de respeto y de
aspectos que no pueden ser vulnerados por una afirmación exagerada de los
principios individuales. “Tenemos el derecho de opinar, de sentir, de actuar como
individuos, pero ese derecho tenemos que verlo y entenderlo dentro del consenso
ético al que hemos llegado como sociedad”, apunta. Y añade que ello
implica pasar de una educación enfocada al individuo en sí mismo a otra que eduque al
individuo en sociedad. “Potenciamos habilidades y capacidades en los niños pero
nos dejamos en el margen otras cuestiones, como la ética, que son importantes
para la convivencia”, reflexiona.
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