Vivimos en un mundo donde todo
avanza sin parar, donde el conocimiento no deja de crecer, donde
permanentemente aparece algo nuevo que merece la pena conocer, sea por la
solución tecnológica que nos aporta, o porque nos enseña a pensar y a actuar
mejor y más eficientemente. Por ello es imprescindible estar al día, aprender y
formarse continuamente, comprender, prever, estar lo mejor preparados posible.
Por ello es importante aplicar los siguientes principios para ir a por el
tesoro:
a) Voluntad de aprendizaje continuo, es decir, no
dejes nunca de aprender. La formación continua es esencial: lee, aprende,
estudia, investiga, cuestiónate. Filosofía, cuanto más sepamos, más amplia será
nuestra visión del mundo y las oportunidades que veremos en él. Somos como la
tecnología: quien no actualiza su conocimiento, deja que su software quede
rápidamente obsoleto y desconectado de la realidad. ¿Trabajarías hoy con un PC
de los años noventa? ¿Irías con un móvil como aquellos pesados maletines de
autonomía limitadísima y sistemas de comunicación que ya no son útiles? ¿Verdad
que ni siquiera lo concibes? Pues la persona que, pongamos por ejemplo, acabó
sus estudios hace veinte años y no se ha puesto al día, se queda tan obsoleta o
más que esos equipos del pasado.
b) Conocimiento especializado y diferencial. Si quieres
ser relevante, tienes que ser distinto, y para ser distinto tienes que mirar el mundo y
conocerlo de forma diferente a como lo hace el resto. Si eres
distinto, serás relevante, la gente te verá y por lo tanto tendrás muchas más
opciones de ser elegido. No solo se trata de que sepas mucho de lo tuyo, sino
que sepas algo que nadie más sabe. Aristóteles Onassis afirmaba que “el secreto de un gran negocio consiste en saber algo que
nadie más sabe”. Pues eso.
c) Haz del error el mayor conocimiento y haz
de la crítica el mayor aprendizaje. Quien no se equivoca es que no actúa
y, por lo tanto, no aprende. Basta ya de vivir los errores como máculas que hay
que ocultar, como pecados de los que necesitamos la absolución. Solo quien nada
hace no se equivoca. Lo inteligente es aprender del error para
mejorar. Luego equivócate, pero extrae conclusiones útiles que te permitan
saber más que nadie de lo tuyo.
d) Premia las ideas de tu gente. Hay que tener
en cuenta que el 90 por ciento de la innovación del mundo no nace de altos
costes de inversión en I+D, sino de ideas y opiniones de los propios empleados
de la empresa. Si
quieres desarrollar tu conocimiento para llegar al tesoro, escucha a tu gente y
piensa que la idea más pequeña y más simple puede revolucionar un negocio.
Piensa, por ejemplo, que el post-it fue el resultado de la perseverancia de un
ingeniero que se preguntó qué hacer con un pegamento que no pegaba bien… pero
tardó catorce años en encontrarle una utilidad a un pegamento de baja calidad.
e)
Cultiva la paciencia y la perseverancia en la voluntad de aprender y descubrir.
Dicen
que Edison repetía la siguiente frase: “La gente que
dice que no se puede hacer no debería interrumpir a quienes lo están haciendo”.
Y es verdad. El conocimiento especializado y diferencial, el saber que aporta
valor, requiere por un lado de una gran perseverancia y, por otro, de una
mirada distinta de la realidad. Siempre he pensado que lo que convierte a
alguien en un genio es la capacidad de hacer obvio lo que hasta el momento estaba
oculto y a la vez era evidente. Que la Tierra gira alrededor del Sol hoy está
fuera de toda duda. Que la relatividad existe es un hecho. Que la sangre
circula por nuestro cuerpo, también. Que nuestros genes y los de los monos
tienen muchísimo en común, es obvio (a veces, descaradamente obvio). Que hay
recuerdos y vivencias del pasado que no somos capaces de evocar porque resultan
muy dolorosas y en algunos casos insoportables, es tristemente evidente… Pero a
Galileo, Newton, Servet, Darwin o Freud y a tantos otros genios de su momento
les costó muchos disgustos defender sus “obviedades”, que fueron negadas y
perseguidas por sus coetáneos, en algunos casos, con extrema violencia. Los genios
miran la realidad de una manera diferente. Utilizan su cerebro para imaginar,
para crear, partiendo de datos fiables y contrastables. Luego
traducen sus descubrimientos a un lenguaje comprensible para todos. Parece
fácil, pero para ello hacen falta cuatro cosas:
- Saber pensar: tener modelos de referencia.
- Tener buena información: preguntar, observar, escuchar y, en
definitiva, ayudarse de los sentidos.
- Arriesgarse a salir de lo conocido hasta el momento (se necesita
coraje).
- Y, sobre todo, arriesgarse a comunicarlo.
Pero hay un ingrediente más. En
las biografías de Madame Curie, Thomas Edison, Albert Einstein, Santiago Ramón
y Cajal, Antoni Gaudí, Sigmund Freud… se constata que todos los hoy
considerados genios perseveraron y trabajaron mucho en la construcción de su saber.
Y aunque cuando pensamos en ellos solo nos vienen a la cabeza los clichés de
sus éxitos, conviene recordar que antes de esos éxitos hubo… ¡fracasos! Un
ensayo y error, una preparación, una tenacidad y una gran fe en el resultado.
Decía, brillante, Giacomo Leopardi que “la paciencia es
la más heroica de las virtudes, precisamente porque carece de toda apariencia
de heroísmo”. ¡Cuánta verdad! Es famoso el hecho de que Edison
realizó más de mil intentos antes de lograr su primera bombilla eléctrica (piénsalo
despacio, mil intentos: uno, dos, tres… ). Cuando alguien le preguntó cómo era
capaz de perseverar en el intento tras tantos fracasos su respuesta fue firme,
irónica y contundente: “Perdone que le
corrija. No he fracasado ni una sola vez. De hecho, ahora conozco mil maneras
diferentes de no hacer una bombilla”. Muy pocos nacen siendo
genios. Detrás de la genialidad hay una creatividad que muchas veces procede de
la perseverancia, paciencia y especialización que escasos humanos son capaces
de alcanzar. Pablo Picasso lo dejó muy claro: “No sé en qué momento llegan la
inspiración y la creatividad… Lo que sé es que hago todo lo posible para que,
cuando lleguen, me encuentren trabajando”. Para vivir “oportunidades geniales”
es imprescindible que seamos perseverantes a la hora de intentar sacar provecho
de los talentos o habilidades que tenemos y del entusiasmo que nace cuando
hacemos de nuestra pasión el objeto de nuestro trabajo.
Este
artículo y otros anteriores son una síntesis del libro “El Mapa del Tesoro”,
escrito por Álex Rovira y Francesc Miralles, y publicado por Editorial Conecta.
Álex Rovira
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