Releo
a Carlos Castaneda y encuentro este texto luminoso, que resumo:
“La mayor
parte de nuestra energía la dedicamos a defender nuestra importancia. Si
fuésemos capaces de perder una parte de esa importancia, nos sucederían dos
cosas extraordinarias. En primer lugar, liberaríamos nuestra energía del
esfuerzo de mantener la idea ilusoria de nuestra grandeza; y, en segundo lugar,
conseguiríamos la energía suficiente para asomarnos a la verdadera grandeza del
universo.”
Sí.
De nuevo
pienso en la humildad como vacuna contra toda sobredosis de ego. Quien es
verdaderamente grande no necesita defender su importancia, no necesita influir.
Simplemente
se deja ser en paz. No intenta demostrar, sino que muestra. No
intenta vencer, sino que convence con su propio ejemplo. No intenta forzar,
sino que ofrece. No usa la manipulación ni la seducción como recurso, sino que
se expresa simple y bellamente. No da consejos si no se le piden. No se
entromete si no es solicitado. Deja a los demás vivir en paz. Por eso, cuando
encuentras un ser humano así, te sientes en paz y regenerado en su contacto y
presencia. Porque como no tienen un ego que defender, nuestro propio ego, por
resonancia emocional, se relaja, se olvida de sí, y felizmente nos deja en paz.
Así, uno se abre al milagro, a la belleza de lo sencillo, a lo verdaderamente
humano, a la vida. Un bello árbol no se piensa a sí mismo, y no se recrea en su
ego, por ejemplo.
Lo
resume bien el amigo Claudio Naranjo: “Hay que dejarse en paz”.
¿Paz
en el mundo? Sí, cuando haya paz en cada uno. Y Castaneda nos muestra el camino
en el breve texto citado.
Àlex
Rovira
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