Alberto
García-Alix, premio Nacional de Fotografía 1999
Tengo 56 años. Nací en León y vivo en Madrid con mi pareja.
Autodidacta. Este país necesita una regeneración,
más democracia, listas abiertas; me avergüenza tanto corrupto. Si digo
que no creo, temo mentir y si digo que creo, temo no ser sincero. Creo en el poder de la vida.
Un romántico
Sigue siendo un motero, con su chupa y su pañuelo al cuello. Es demasiado
temprano para hablar de la vida y la muerte con este poeta de la imagen, que no
acaba las frases, que no encuentra palabras, sincero y desgarrador. Paseamos
por La Virreina (Barcelona), donde expone 76 fotografías y dos vídeos:
autorretratos de un mundo que roza la sordidez y el lirismo a partes iguales,
aunque nunca fue un maldito, sino más bien un devorador de vida (lo segundo lo
sigue siendo). "Me recuerdo como un vitalista incansable -escribe en Autorretrato (La
Fábrica)-, un echado para delante, quizá porque no ambicionaba mucho. Sólo
deseaba una vida intensa e independiente".
¿Fue un niño feliz?
Sí. Mi miedo fueron los curas,
sus castigos; la indefensión del niño frente a lo externo.
Años
después Madrid eclosiona y usted está ahí.
Sí, haciendo fotos de mi
entorno y de mi vida. Pero yo nunca fotografié la movida, simplemente estaba ahí,
y éramos pocos.
El
Madrid canalla.
Ahora lo veo todo tan
ingenuo... Había agitación, convulsión, la performance era una actitud.
Sostenidos por nuestra vitalidad, derrochábamos vida, nada era suficiente.
La
heroína se instaló entre ustedes.
Yo empecé a los 20 años, cuando
todavía era muy minoritaria. Conocí a una mujer que era adicta y me enamoré de
ella.
¿Cuántos
años estuvo enganchado?
Estuve entrando y saliendo. Yo
siempre he tenido un gran afán de supervivencia. Cuando me veía muy mal, lo
dejaba unos meses.
¿Cómo
lo hacía?
Los amigos decían que tenía
fuerza de voluntad, yo creo que era más miedo que otra cosa. De repente me veía
mal: mal yo, mal mi pareja... Pero no me arrepiento.
...
He pensado mucho en la heroína.
Destruye toda intención de ser, anestesia todo dolor. La fotografía fue un gran
anclaje para superarlo, luego recaía como drogadicto de fin de semana, y de ahí
al lunes... Hubo épocas peores y épocas mejores.
Antesala
del infierno.
Lo veo en la fotografía, hay
épocas más lúcidas y otras en las que apenas hacía fotos. Pero hay dolores
mucho más grandes.
Usted
ha visto morir a muchos amigos y a un hermano.
Sí, Willy, mi hermano, murió de
sobredosis a los 25 años. Fue el primero en morir, y su hija Nuria la primera
en nacer. Una lección magistral de vida. Luego mis amigos: un inmenso
cementerio.
Doloroso.
El dolor de la ausencia es insondable. Pero la muerte es
cotidiana, es algo natural, está en el camino.
¿Dónde
y cómo se desenganchaba?
Con el alcohol.
¿Por
qué todo esto?
En los tiempos que corren, tan
políticamente correctos y tan falsos, es difícil hablar de lo que estamos
hablando. Nunca he visto la heroína como algo peyorativo. Hice fotos de amigos
y de mí mismo poniéndome, y no me da ningún pudor. Entre un alcohólico y un
heroinómano no hay mucha diferencia, pero el cartel de drogadicto se lo ponen a
los de la heroína. Demasiados prejuicios.
¿Pero
qué le daba la heroína?
Siempre fui un gran hedonista.
Pasarlo bien era todo lo que pedía a la vida.
Ha
pagado un alto precio.
Yo creo que soy un
privilegiado, mi trabajo me ha permitido crear, educarme. Durante muchos años
he vivido de manera muy humilde, muy pobre, pero he tenido una gran libertad.
En 1986 mi vida dio un vuelco, me separé de la mujer que amaba.
¿Una
relación difícil?
Entre drogadictos siempre lo
es. Perdí hasta la casa, pero me ofrecieron una exposición que fue bien y
empezaron a surgir trabajos. Seguía drogándome, pero había algo que me
sujetaba. Siempre he sido positivo.
¿Pese
a sus Tres tristes vídeos?
Me fui a París a hacerme un
tratamiento químico muy potente porque tenía el hígado destrozado y tuve que
dejar de consumir todo tipo de drogas. Por suerte conocí a una mujer y lo viví
en pareja.
¿Y
cómo veía el mundo sin drogas?
Triste. Yo estaba acostumbrado
a pasar las noches en los bares, y para empezar a trabajar tenía que meterme
algo; ese era mi proceso creativo, y aquello fue un corte radical con cualquier
tipo de hábito.
Usted
se libró del sida.
Pero no me libré de mí mismo. Hoy mi vida ha cambiado, ya no
estoy en la droga y vivo enamorado. Me hubiera gustado hacer más fotos, y
mejor, haber tenido más conciencia.
¿Por
qué ha elegido el retrato?
La magia de la vida es el encuentro. Vivimos inmersos en un
monólogo interior permanente. Cuando escuchas, sientes la resonancia, lo que
tiene que ver contigo eso que estás mirando, la esencia de la vida y de lo
humano.
Mirar
escuchando.
Todos tenemos días negros. Uno
de esos días estás en tu habitación mirando el techo. La mente no calla, y de
repente dice: "Esa esquina es el decorado de mi
fracaso". Si te levantas y coges la cámara y lo fotografías, eso es
resonancia.
...
He estado en el entierro de un
amigo. Muy triste, pero he pensado: "¡Jo, qué buena foto!". Automáticamente,
eso paraliza el monólogo interior, incluso te saca de los sentimientos.
¿Qué
siente ante sus autorretratos?
Que fui ese, pero que ya no lo
soy. Hoy soy un hombre más, que quiere conocerse y que cada vez tiene menos
pelo.
Usted
sigue con su cámara de carrete.
Sí, en la fotografía digital
hay mucha falsedad, todo está retocado, y para mí la belleza está en el mundo
de la imperfección.
http://www.albertogarciaalix.com/obra/
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