Los síndromes de nuevo cuño son
una radiografía de la sociedad en la que vivimos y de nuestras relaciones con
los demás. La mejor vacuna es la amplitud de horizontes y admitir que la verdad
es un territorio fronterizo.
Nuestro afán por etiquetarlo
todo responde a la necesidad de hallarun orden en un mundo caótico y diverso.
Detrás de los trastornos de
identidad hay una huida. La persona reconstruye su mundo para compensar sus
carencias.
Aunque los sociólogos hablen de la supremacía de la
imagen en la era actual, la cultura humana va tan ligada al lenguaje que para
nosotros sólo existe aquello a lo que podemos poner nombre. Nuestro afán por
etiquetarlo todo responde a la necesidad
de hallar un orden en un mundo caótico y diverso.
Nuestro afán por etiquetarlo
todo responde a la necesidad de hallarun orden en un mundo caótico y diverso.
Detrás de los trastornos de
identidad hay una huida. La persona reconstruye su mundo para compensar sus
carencias.
Aunque los sociólogos hablen de la supremacía de la
imagen en la era actual, la cultura humana va tan ligada al lenguaje que para
nosotros sólo existe aquello a lo que podemos poner nombre. Nuestro afán por
etiquetarlo todo responde a la necesidad
de hallar un orden en un mundo caótico y diverso.
Lo que no se etiqueta no existe, aunque las
víctimas se enamoraran de sus captores muchos siglos antes de que el síndrome
de Estocolmo ingresara en los diccionarios. Este síndrome -la complicidad del
secuestrado hacia su secuestrador- debe su nombre a lo acontecido en 1973 en un
banco de la capital sueca. Tras un robo que se complicó en el Kreditbanken, los
delincuentes tomaron un grupo de rehenes durante seis días. Cuando finalmente
tuvieron que entregarse, las cámaras captaron cómo una víctima besaba a uno de
sus captores. La sorpresa de la opinión pública aumentó cuando los secuestrados
defendieron a sus captores durante el juicio, además de negarse a colaborar con
las autoridades. Desde entonces, el término se ha popularizado, hasta el punto
de que cualquier persona que acepta una situación de violencia o sumisión puede
ser tachada de sufrir el síndrome de Estocolmo.
Sería necesaria toda una enciclopedia para recoger
los miles de síndromes que se han catalogado en los últimos años. En estas
páginas recogemos sólo los más comunes en el seno de la familia, para terminar
con unos cuantos trastornos excepcionales que nos señalan los límites de la
percepción humana.
SÍNDROME
DE LA ABEJA REINA
"La expresión 'madre trabajadora' es del todo
redundante". (Jane Sellman)
Tras un siglo XX en el que las mujeres -y algunos
hombres- occidentales han batallado por la igualdad de sexos en todos los
ámbitos, en los últimos años están resurgiendo los viejos valores de la
maternidad.
La abeja reina rechaza
la lucha feminista, ya que no cree que los problemas de la mujer sean culpa de
los hombres. Puesto que quien padece este síndrome suele haber alcanzado una
buena situación económica y social, adopta el papel de supermadre y acepta el rol tradicional
femenino. La entrega a la familia puede llevarle a pensar que el trabajo de su
marido es más importante que el suyo. Adiós a la conciliación laboral.
Un rasgo distintivo de la abeja reina es la crítica a cómo las
mujeres trabajadoras crían a sus hijos, a los que auguran un futuro de
inseguridad e inadaptación. Las nuevas corrientes que abogan por una crianza
más cercana a los mamíferos -lactancia natural a demanda, lecho compartido por
padres y niños- comparten esta perspectiva.
Las causas del síndrome hay que buscarlas en la
decepción de muchas mujeres por unas conquistas sociales que sólo han logrado
doblar su trabajo, ya que el hombre no ha compensado en el hogar la
incorporación de ella al mercado laboral. Ante esa insatisfacción, la maternidad de toda la vida ha
resurgido como alternativa vital.
SÍNDROME
DEL EMPERADOR
"En todo ser humano subyace una corriente de violencia:
si no se comprende y canaliza a tiempo, puede desatar la guerra
o la locura" (Sam Peckinpah)
Cada vez son más frecuentes las denuncias de padres
contra hijos que sufren el síndrome del emperador. El término hace referencia a
la conducta de los niños o adolescentes
que se comportan como pequeños tiranos y no dudan en maltratar verbal y
físicamente a sus progenitores para lograr sus caprichos.
El emperador se relaciona con los padres
como si fueran sus súbditos, y si no le complacen, reacciona de manera
violenta. Las estadísticas arrojan que las denuncias por agresiones de los
hijos se han multiplicado por ocho en los últimos años. ¿A qué se debe este
fenómeno?
Según la psicóloga Montserrat Domènech, "detrás de estos episodios de violencia hay unos
padres que no han sabido fijar límites". Coincide en este
diagnóstico Javier Urra, autor de El pequeño dictador, que denuncia que algunos pedagogos
"transmiten
el criterio de que no se le puede decir no a
un niño, cuando lo que le neurotiza es no saber lo que está bien y está mal.
Ésa es la razón de que tengamos niños caprichosos y consentidos, con una
filosofía muy hedonista y nihilista".
En los estudios realizados sobre este síndrome, el
55% de las agresiones se producen como reacción a la autoridad de los padres,
mientras que un 17% está relacionado con la exigencia de dinero por parte de
los hijos.
SÍNDROME
DEL NIDO VACÍO
"La soledad la sufren los que construyen muros en lugar
de puentes" (Joseph F. Newton)
Se
denomina así a la sensación de soledad que embarga a los padres cuando sus
hijos abandonan el hogar, lo que en ocasiones puede desatar una depresión.
Muy común en las mujeres que se han implicado más
que su compañero en la educación de los niños, el síndrome del nido vacío causa
en quien lo padece un sentimiento de inutilidad. Detrás de esta crisis hay un
cambio de hábitos que aún está en proceso. Los padres que han dedicado los
mejores años de su vida a luchar por el bienestar de la familia se encuentran
de repente desprovistos de su misión primordial. Esto se ve agravado por
la distancia física y mental que empieza a crearse entre hijos y progenitores
cuando no comparten el hogar.
La conciencia del nido vacío se hace más patente en los
padres que se han consagrado a los hijos sin desarrollar otros intereses
personales en su tiempo libre. El remedio está, por tanto, en recuperar el
tiempo perdido descubriendo aficiones a las que no habían podido aplicar su
talento por falta de tiempo y energía.
En
el caso de las parejas que a la marcha de los hijos se suma el fin de la vida
laboral, la opción más saludable es abrir compuertas al exterior. El placer de viajar, por ejemplo, puede ser una fuente de energía e
inspiración cuando las obligaciones familiares y profesionales quedan atrás.
TRASTORNOS
DELIRANTES
"La verdad siempre es más extravagante que la ficción"
(Lord Byron)
Además de los síndromes que hablan de nuestras
relaciones familiares, los hay mucho menos comunes, pero están debidamente
catalogados en los manuales de psiquiatría:
Síndrome de Capgras. Quien
lo padece se aferra a la creencia de que sus familiares y amigos más cercanos
han sido reemplazados por impostores de idéntica apariencia. Se han recogido
casos de personas que no quieren compartir lecho con su cónyuge debido a esta
paranoia. Bastante recurrente en casos de esquizofrenia grave, este síndrome ha
inspirado películas como La invasión de los ultracuerpos.
Síndrome de Fregoli. Variante del anterior
-pero aún más raro-, la persona cree que quienes la rodean son en realidad un
mismo individuo que se disfraza para ocultar su apariencia. Recibe su nombre
por el actor Leopoldo Fregoli, cuyas actuaciones en vivo se caracterizaban por
la rapidez con la que cambiaba de vestimenta y de registro para encarnar los
distintos personajes.
Síndrome de Cotard. Se trata de uno de los
trastornos psiquiátricos más insólitos, ya que la persona cree que está muerta
o bien que es inmortal. Quien sufre el síndrome llega a pensar que sus órganos
vitales han dejado de funcionar e incluso que se encuentran en proceso de
putrefacción, con alucinaciones olfativas incluidas. Esta clase de delirios ha
experimentado un revival con la recuperación de las
historias de vampiros a través de la serie Crepúsculo o de la película Déjame
entrar.
Más allá de los brotes psicóticos o delirantes,
detrás de todos estos trastornos de identidad hay una huida. La persona se
aparta de una realidad que no puede manejar y reconstruye su mundo para
compensar las propias carencias emocionales.
CREENCIAS
Y HORIZONTES
"Vigila lo que pretendes ser, porque acabarás siendo lo que
pretendes" (Kurt Vonnegut)
En 1985, el neurólogo Oliver Sacks sorprendió al
mundo con su antología de casos clínicos El hombre que confundió a su mujer con
un sombrero. Entre
los ensayos que componen el libro se cita el drama de Jimmie G., que padecía el
síndrome de Korsakoff, una extraña forma de amnesia. Este paciente se
comportaba de forma totalmente normal, excepto por el hecho de que no podía
recordar nada de su vida desde el final de la Segunda Guerra Mundial. Incapaz de
retener lo que acababa de suceder sólo unos minutos antes, vivía congelado en
1945, ajeno a lo que había vivido en las cuatro décadas posteriores.
Sacks recoge otros casos llamativos, muchos de
ellos causados por lesiones cerebrales; sin embargo, el mensaje de todos estos
síndromes -sean comunes o extraordinarios- es que cada ser humano vive en un mundo hecho a la
medida de sus creencias. Así como la persona presa del síndrome de
Estocolmo vive confinada en el universo mental del agresor, cada síndrome expresa
una visión restringida del mundo.
Cada abeja reina cree que sólo su visión de la
maternidad puede generar personas felices, y el emperador no concibe una realidad en la
que él -o ella- no reciba todas las atenciones. No son tan distintos, en cierto
modo, del hombre aferrado a 1945, ya que lo característico del síndrome es la
porción de realidad que quien lo padece deja fuera.
La mejor vacuna contra los síndromes es aceptar que vivimos en
un mundo que contiene muchos otros mundos posibles. Nuestro pasaporte a todos
ellos es la amplitud de horizontes y admitir que la verdad es un territorio
fronterizo cuyos límites cambian según la posición del observador.
CASOS CLÍNICOS Y ALGO
MÁS
1. Libros
El
hombre que confundió a su mujer con un sombrero, de
Oliver Sacks (Anagrama).
Síndromes
raros en psicopatología, de M. D. Enoch & H. N. Ball (Triacastela).
2. Películas
Mejor
imposible, de James L. Brooks (Sony).
El
síndrome de Stendhal (El arte de matar), de Darío Argento (Medusa).
3. Discos
Unknown
pleasures, de Joy Division (London).
Welcome
to my world, de Daniel Johnston (High Wire).
Qué interesante, Joan !
ResponEliminaEsos casos son referidos en el libro de Sacks ?
Merce
No, todos no, els síndrome de Korsakov que menciona si. Pero hay muchos y, por cierto, curiosos y muchas veces escalofriantes!,.
ResponEliminaMe resulta muy interesante la entrada, Joan ! bueno, en verdad todas lo son...
ResponEliminaEl tema de los síndromes da mucho qué pensar.... ciertamente.
Me gustó muchísimo el libro de Jacinto Muñoz "El asesino hipocondríaco" es, además de instructivo , divertidísimo y una excelente lección de filosofía también. En ese libro, se tocan muchísimos síndromesDejo el enlace
http://www.juanjacintomunozrengel.com/Elasesinohipocondriaco/
Merce