"Una verdad sin
interés puede ser eclipsada por una falsedad emocionante".
Es una frase
del escritor británico Aldous Leonard Huxley que puede sintetizar una realidad
palpable en cualquier sociedad: los engaños que nos suelen acompañar en nuestra
vida pública y privada. Desde hace unos días, la actualidad deportiva ha puesto
en el podio de mentirosos al ciclista Lance
Armstrong, que finalmente acabó confesando que se dopó, después de sostener
lo contrario durante más de diez años. En una entrevista exclusiva realizada
por la popular Oprah Winfrey, el
deportista acabó confesando su gran mentira y puso en manos de la opinión
pública la redención de su pecado. Arsmtrong es el último caso de una lista de
personajes públicos que se han visto obligados a confesar una mentira. Muchos
de ellos son deportistas, pero también hay casos más sensibles, como el de la
barcelonesa Alicia Esteve, que se
inventó ser una superviviente de los trágicos atentados del 11-S, o el de Enric Marco, que fingió ser un preso
del nazismo.
¿Qué lleva a alguien a inventarse una mentira de este calibre? ¿Podemos aguantar
el sentimiento de culpa? ¿Qué es lo que nos lleva a confesar? ¿Se puede
perdonar y volver a confiar en un mentiroso?
Clases
de mentirosos
Mentir es un acto consciente,
aunque no todo el mundo es capaz de hacerlo, según señala el catedrático de
psicobiología José María Martínez Selva.
En su libro La gran mentira, Selva
describe dos tipos de mentirosos: el fabulador y el sinvergüenza. “El fabulador es
alguien acostumbrado a contar mentiras a lo grande y en todos los ámbitos; se
reinventa aunque lo hayan descubierto antes, mientras que el sinvergüenza es
aquél que lo que intenta es lograr una ventaja para llegar a alcanzar un
objetivo que no puede conseguir o que no tiene la seguridad para lograrlo”,
explica el autor. A juzgar por esta definición, y con algunos matices,
deportistas como Arsmtrong o la atleta Marion
Jones, que también confesó que se había dopado, estarían englobados en esta
segunda definición.
En La gran mentira (Ediciones
Paidos), un libro publicado en 2008, José Martínez Selva ya dedicaba un
capítulo a deportistas, especialmente en áreas como el atletismo o el ciclismo:
“No es que
sea visionario, es que simplemente es algo que se veía venir. En ese momento,
algunos compañeros ya habían denunciado a Arsmtrong, y se dejaba entrever
cierta trama en muchos equipos que se tapaban y defendían entre ellos para
mantener viva la industria del dopaje”. Ciclistas como el escocés David Millar -que confesó haber tomado
toda clase sustancias ilegales en el libro Pedaleando en la oscuridad
-Armstrong, o atletas como Marion Jones, acabaron confesando, víctimas de su
propia mentira. “El autoengaño funciona hasta el punto de
que la persona tiende a buscar explicaciones que justifiquen racionalmente su
conducta. Lo que se acaban creyendo son, precisamente, esas justificaciones,
pero en todo momento son conscientes de que han hecho algo mal”,
señala Selva.
Confesión
y sentimiento de culpa
El filósofo Alexander Pope aseguraba que “el que dice una mentira no sabe qué tarea ha asumido,
porque estará obligado a inventar veinte más para sostener la certeza de ésta
primera”. Dicho de otra manera, para mentir hay que tener memoria,
sino, la mentira se acaba girando en tu contra, y no todo el mundo es capaz de
sobrellevar el peso de la culpa, por lo que al final uno se ve obligado a
confesar. Pero no es el único factor que puede llevar a una persona como
Arsmtrong a poner punto y final a su invento: “Hay varias cosas que han podido influir,
como que las pruebas fueran tan potentes que ya no pudiera más con ellas, un
argumento emocional al ver el daño que estaba haciendo a su propia familia, o
incluso la búsqueda de algún incentivo como el perdón para luego poder
dedicarse a otra especialidad liberado de culpa”, explica Martínez
Selva.
Como en su día hizo Marion
Jones, el ciclista escogió la vía de la televisión para sincerarse con la
opinión pública. Hay una expresión popular que reza “mentira
confesada es mitad perdonada”, aunque para Selva no siempre es
así: “La
confesión da alivio, pero apartarse de la norma también implica una sanción. En
este caso, el alivio no es suficiente porque Arsmtrong era una ejemplo para
miles de personas, y su confesión queda agravada por el hecho de ser un ídolo
para mucha gente y estar enrolado a una fundación de ayuda para combatir el
cáncer. La caída es tremenda”.
La atleta Marion Jones confesó entre lágrimas que no se quería lo suficiente como para decir
la verdad, y si su objetivo fue lavar la imagen marcada por la
sombra del dopaje, logró justo el efecto contrario. Perdonar a un mentiroso y,
sobre todo, volver a confiar en él, es una tarea complicada: “La confianza cuesta mucho de construirse,
pero se destruye muy rápidamente. Lo único que se puede hacer en este caso
es rehacer la vida y demostrar que no se es un fabulador y que se está muy
arrepentido”, asegura Selva, que pone el ejemplo de Mario Conde y “todos los
esfuerzos que está haciendo para crearse otro tipo de identidad pública”.
Vidas
inventadas
El deporte no es el único
ámbito social que ha vivido en los últimos meses una mentira que ha acabado
derivando en un juicio paralelo de la opinión pública. Las historias inventadas
de Alicia Esteve, que se creó una
doble personalidad para hacerse pasar por una superviviente de los atentados de
Nueva York de 2001, y la de Enric Marco,
que presidía la asociación Amical de
Mauthausen y que se presentó como falsa víctima del nazismo en el campo de
concentración de Flossenburg,
salieron a la luz después de que diferentes investigaciones periodísticas dieran
con la verdad. Dos casos que, según Selva, presentan algunas diferencias: “Alicia es una
auténtica fabuladora porque lleva así toda la vida. Estoy seguro de que, allí
donde esté, seguirá inventando. Su única
finalidad es ser el centro de atención, destacar, conocer a gente importante, y
eso no tiene ninguna justificación. El caso de Enric es distinto porque utiliza una invención como arma sindical y
política para combatir el nazismo. Es algo que se acerca más al fraude, eso
sí, utilizando una historia que es dolorosa para mucha gente”.
Falsas
promesas
“Un buen actor es un
hombre que ofrece tan real la mentira que todos participan de ella”, aseguraba el
actor y director italiano Vittorio
Gassman. En el ámbito político es frecuente escuchar promesas incumplidas y
medias verdades de protagonistas que libran diariamente una lucha por llegar a
la opinión pública con la máxima transparencia posible. Una asignatura que,
ahora mismo, parece difícil de aprobar por gran parte de la clase política de
nuestro país. “La promesa incumplida puede ser una gran
mentira, y eso es algo que se está produciendo en política como un hábito
más. Lo más grave es que no veo ningún signo de arrepentimiento o de
explicación por parte de los políticos”, asegura Selva, que cree que
“esto está
generando una falta de credibilidad general que es muy mala porque da la impresión de que cualquiera puede
hacer lo que le dé la gana, y eso genera incertidumbre y malestar”. Para el psicólogo, el factor cultural
que hay implícito en las mentiras tiene también mucho que ver: “En las culturas mediterráneas se perdona mucho más la
mentira, e incluso la picaresca parece que está bien vista”.
Mentiras
sociales
odos hemos mentido en alguna
ocasión e incluso se ha demostrado que algunos primates también se mienten
entre ellos, por lo que hay una parte de la mentira que es innata en nosotros,
aunque el factor cultural y el factor aprendido tienen muchísimo más peso en
nuestra conducta. “Hay mentiras que son inevitables en la vida social ya que ésta es compleja
y, a veces, nos vemos arrastrados”, asegura Selva. La lista de este
tipo de mentiras no es precisamente corta: mentiras para economizar el
lenguaje, para causar buena impresión ante los demás y guardar nuestra imagen,
mentiras por autoengaño, mentiras piadosas, por cortesía, protección o por
miedo. “Hay una gradación de la mentira social más
o menos tolerable a una mentira que se va transformando en algo peor”,
explica el catedrático, que cree que la mentira mala más común es “aquella que se utiliza para manipular a los demás con el
fin de conseguir algo”. El hecho de que no nos pillen mintiendo
nos anima, según Selva, a seguir mintiendo con más frecuencia: “Uno de los
beneficios que se obtiene con la mentira es conseguir algo bueno o evitar algo
malo. Si la persona ve que ha tenido
éxito, tiende a repetirlo”.
Richard Nixon, Bill Clinton,
Enric Marco, Lance Arsmtrong, David Millar, Marion Jones, Tiger Woods, Anna
Anderson, Alicia Esteve o Ana Rosa Quintana son algunos de los mentirosos que
han tenido que confesar públicamente su gran engaño. No son los únicos de la
lista, ni serán los últimos que pasarán a los anales de la historia como
protagonistas de una aventura con final infeliz. Aristóteles dijo que “no basta decir solamente la verdad, mas conviene mostrar
la causa de la falsedad”. Un
reto social pendiente, tanto en nuestra vida pública como privada.
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