¿Somos conscientes de la importancia que tienen nuestros
pensamientos a la hora de crear nuestra realidad? Y, concretamente, ¿somos
conscientes de la fuerza que tienen nuestras creencias, es decir, lo que
creemos sobre nosotros mismos, sobre los demás y sobre la vida a la hora de
condicionarnos en nuestra cotidianidad? Porque, en realidad, somos,
en buena parte, lo que creemos que somos. Desde nuestra subjetividad nos
construimos como sujetos y nos relacionamos con los demás y con el mundo. Y al
relacionarnos, vamos construyendo una interpretación de éste, que acaba siendo
lo que llamamos nuestro mundo, y de la vida, que acaba siendo nuestra vida. Nuestro sistema
de creencias inconscientes, nos guste o no, modela nuestra realidad subjetiva
(actitudes, pensamientos, emociones, autoestima y proyecciones) y, en
consecuencia, nuestra respuesta al entorno.
Del mismo modo
que nuestras creencias pueden actuar como freno para nuestra realización,
también es cierto que, además, en la dimensión contraria, pueden hacer las
veces de trampolines o de alas. Porque somos nosotros quienes a partir de nuestras
actitudes y creencias construimos nuestras realidades. Es decir: lo
que creemos es lo que creamos. Es más, por lo general, no sabemos de
lo que somos capaces hasta que lo intentamos, pero para intentarlo debemos
partir de la confianza mínima para dar el primer paso; debemos tener fe en que
podemos crear nuestro anhelo. Sin ello no hay la mínima intención necesaria que
precede a toda creación. Para crear, a cualquier nivel, es necesario que se dé
una primera condición fundamental: creer que podemos. Y aunque ésta es una
condición a menudo necesaria, no es suficiente.
Nuestras
creencias sobre nosotros mismos y las que ponemos sobre la realidad establecen
un diálogo permanente que acaba actuando como el software de un programa que
opera las veinticuatro horas del día. Dicha conversación inconsciente es la
clave de la transformación humana y social. Porque la creencia está en el origen del vínculo, de la
confianza. Veámoslo en un ejemplo: si un niño recibe de sus padres y
escuela la formación y educación necesarias que le permiten construir un
sistema de creencias sano, objetivo y equilibrado, tendrá la fuerza interior
suficiente, construida en una mezcla óptima de ternura y límites necesarios,
que le permitirá gozar de confianza en sí (autoestima) para creer que puede
tirar adelante, arriesgarse, aprender de sus errores, responsabilizarse,
rectificar, mejorar continuamente, en definitiva, crecer e ir conquistando
parcelas de la realidad y de la vida. Este proceso es el que hace que los seres humanos
devengan buenas personas, buenos profesionales y buenos ciudadanos.
Como indica la palabra, las creencias se construyen desde el
creer, y a su vez, el creer se construye desde la confianza. Si
creemos en algo o alguien es porque confiamos en ese algo o alguien. Luego, el
diálogo con la realidad, el ensayo y error, el esfuerzo y aprendizaje, la
recompensa que supone el logro, la realización y el placer de crear y
transformar nacen de la confianza en uno mismo, en el otro y en la vida. Creer es
confiar, y confiar es crear. Sin confianza no declararíamos nuestro
amor, no traeríamos hijos al mundo, no invertiríamos para mejorar, no nos
arriesgaríamos, no innovaríamos. Sin confianza no merecería la pena vivir. Sin
confianza no hay encuentro verdadero, motor de transformación de la realidad.
Sin confianza no podemos amar y no podemos sabernos amados. En realidad el
desamor, no es más que la ruptura de una confianza en el otro. Confiar y vivir
en pos de una plenitud van de la mano. Confiar y crear, son uno. Crear y vivir
son identidad cuando van unidos de la mano de la confianza.
Confiar, creer, amar, crear, lograr, son los cinco verbos que
transforman el mundo. Quien confía, cree, quien cree, ama,
quien ama, crea, quien crea amando y confiando, logra. En consecuencia, el
aforismo que reza “tanto si crees que puedes, como si crees que no, estás
en lo cierto”, es de puro sentido común. Si uno cree en su fuero
interno que no lo logrará, no dará el paso necesario, y si lo da, la
inseguridad actuará como elemento que tenderá a boicotear la iniciativa. En el
extremo contrario, quien se prepara, se forma, aprende, entrena con tesón,
ensaya con alegría y esfuerzo, disfruta del proceso, le encuentra un sentido,
incorpora los errores como activos de su experiencia, abandona el victimismo en
pos de la responsabilidad, va construyendo una personalidad y una dialéctica
con el mundo que le permiten avanzar y lograr en el camino de la vida, porque
va esculpiendo una confianza en sus propias capacidades para conducirse y
gestionar la existencia. Por todo ello, sin duda, hace mucho más el que quiere que
el que puede.
Para crear, insisto, es necesario creer que podemos. Pero
no entendamos esta creencia como un acto de fe ciega e inconsciente, sino todo
lo contrario: es la consecuencia del
triunfo de la voluntad y del activo de la experiencia.
Álex Rovira
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