No todo empieza ni termina en el ordenador; una buena via de escape es la naturaleza.
Suena
ególatra, narcisista. Sin embargo, la gente que se desprecia a sí misma desprecia a los demás.
Según el psicólogo de origen italiano Walter
Riso, que acaba de publicar el libro Enamórate
de ti (Columna/ Planeta), lo ideal sería querernos
la mayor cantidad de tiempo posible. El amor a uno mismo actúa como un factor
de protección para las enfermedades psicológicas. Y genera bienestar y calidad
devida.
No
se trata de sentirnos únicos y por encima de los demás, «sino
de la capacidad genuina de reconocer, sinvergüenza ni temor, las fortalezas y
virtudes que poseemos e integrarlas al desarrollo de nuestra vida», escribe
Riso.
El problema es que muchas veces nos
regodeamos en el dolor autoinfligido. Cuenta Riso la anécdota de una señora
que viajaba en un tren y, a las 3 de la mañana, mientras la mayoría de los
pasajeros dormía, comenzó a quejarse en voz alta: «¡Qué
sed tengo, Dios mío! ¡Qué sed tengo, Dios mío!». Y así una y
otra vez. La insistencia despertó a varios de los pasajeros, hasta que uno fue a
buscar dos vasos de agua: «Tome, señora,
calme su sed, y así dormiremos todos”. La señora se los bebió; todo
parecía que había vuelto a la normalidad. Hasta que, al cabo de poco, se oyó a
la señora que decía y repetía: «¡Qué sed tenía,
Dios mío! ¡Qué sed tenía, Dios mío!».
Incorporamos el castigo psicológico a nuestras vidas. Muchas veces,
a causa de una autoexigencia excesiva. Como dice el amigo Riso, la felicidad no
está en ser el mejor vendedor, la mejor madre, el mejor hijo, el mejor jefe, en
sobresalir en cualquier cosa, sino, simplemente, en intentarlo de manera honesta.
Los que no se aceptan a sí mismos son «demasiado duros» a la hora de criticar su rendimiento y muy «blandos» cuando evalúan a otra gente.
Quererse a uno mismo es «hacer la vista
gorda» frente a pequeños errores. «Hay
que mimar al yo», sostiene: las
personas muy estrictas consigo mismas se colocan «una
camisa de fuerza» para no desquiciarse, y el resultado suele ser
el desajuste psicológico.
¿Cómo mimar al yo? Tratándonos como trataríamos a un amigo o a un
hijo. Una cosa es cometer una torpeza y la otra es que seamos torpes. Las personas
no solo «somos», sino que también «nos comportamos». Intentemos no
ser perfeccionistas. Desorganicemos (un poco) nuestros horarios, dice Riso.
Descubriremos que todo sigue más o menos igual y que tanto ímpetu controlador
era un derroche de energía. No nos concentremos solo en nuestros errores,
porque seremos incapaces de ver nuestros logros. Disfrutemos del viaje: Recordemos
que la felicidad suele salir barata. Un paseo, un baile, un beso; jugar un
partido, cocinar... Y redescubrir los matices de la existencia, a los
cuales, cada vez prestamos menos atención.
Gozar de la vida no significa caer en una bacanal de
conducta descontrolada. El veneno está en la dosis. Se trata de cultivar el
deleite equilibrado. No vivir enfrascados en una forma de vida cicatera con nosotros
mismos. «Cuando lo cotidiano se vuelve demasiado
usual y puedes prevertu futuro inmediato hasta el mínimo detalle, algo anda mal.
Preocúpate», escribe Riso. Una buena vía de escape es la naturaleza;
recuperar la percepción de determinados sonidos, olores, colores. No todo
empieza ni termina en el ordenador.
Como dijo el filósofo Alan Watts, hoy en día
pensamos acerca de grandes abstracciones, pero cada vez dedicamos menos
atención al mundo de la realidad física, al mundo de tierra, árboles, aguas y
gente.
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