Palabras, imágenes, canciones, emociones que nos acompañan en nuestro camino.


dimarts, 5 de febrer del 2013

AMOR HACIA UNO MISMO. Gaspar Hernàndez.

Sí pensamos solo en nuestros errores, seremos incapaces de ver nuestros logros
No todo empieza ni termina en el ordenador; una buena via de escape es la naturaleza.
Suena ególatra, narcisista. Sin embargo, la gente que  se desprecia a sí misma desprecia a los demás. Se­gún el psicólogo de origen italiano Walter Riso, que acaba de publicar el libro Enamórate de ti (Columna/ Planeta), lo ideal sería querernos la mayor cantidad de tiempo posible. El amor a uno mismo actúa como un factor de protección para las en­fermedades psicológicas. Y genera bienestar y calidad devida.
No se trata de sentirnos únicos y por encima de los demás, «sino de la capacidad genuina de reconocer, sinvergüenza ni temor, las forta­lezas y virtudes que poseemos e integrarlas al desarrollo de nuestra vida», escribe Riso.
El problema es que muchas veces nos regodeamos en el dolor autoin­fligido. Cuenta Riso la anécdota de una señora que viajaba en un tren y, a las 3 de la mañana, mientras la mayoría de los pasajeros dormía, comenzó a quejarse en voz alta: «¡Qué sed tengo, Dios mío! ¡Qué sed tengo, Dios mío!». Y así una y otra vez. La insistencia despertó a varios de los pasajeros, hasta que uno fue a buscar dos vasos de agua: «Tome, señora, calme su sed, y así dormire­mos todos”. La señora se los bebió; todo parecía que había vuelto a la normalidad. Hasta que, al cabo de poco, se oyó a la señora que decía y repetía: «¡Qué sed tenía, Dios mío! ¡Qué sed tenía, Dios mío!».
Incorporamos el castigo psico­lógico a nuestras vidas. Muchas ve­ces, a causa de una autoexigencia excesiva. Como dice el amigo Riso, la felicidad no está en ser el mejor vendedor, la mejor madre, el mejor hijo, el mejor jefe, en sobresalir en cualquier cosa, sino, simplemente, en intentarlo de manera honesta.
Los que no se aceptan a sí mis­mos son «demasiado duros» a la hora de criticar su rendimiento y muy «blandos» cuando evalúan a otra gente. Quererse a uno mismo es «hacer la vista gorda» frente a pequeños errores. «Hay que mimar al yo», sostiene: las personas muy estrictas consigo mismas se colo­can «una camisa de fuerza» para no desquiciarse, y el resultado suele ser el desajuste psicológico.
¿Cómo mimar al yo? Tratándonos como trataríamos a un amigo o a un hijo. Una cosa es cometer una torpeza y la otra es que sea­mos torpes. Las personas no solo «somos», sino que también «nos comportamos». Intentemos no ser perfeccionistas. Desorganicemos (un poco) nuestros horarios, dice Riso. Descubriremos que todo si­gue más o menos igual y que tanto ímpetu controlador era un derroche de energía. No nos concentremos solo en nuestros errores, porque seremos incapaces de ver nuestros logros. Disfrutemos del viaje: Re­cordemos que la felicidad suele salir barata. Un paseo, un baile, un beso; jugar un partido, cocinar... Y redes­cubrir los matices de la existencia, a los cuales, cada vez prestamos menos atención.
Gozar de la vida no significa caer en una bacanal de conducta descontrolada. El veneno está en la dosis. Se trata de cultivar el deleite equilibrado. No vivir enfrascados en una forma de vida cicatera con nosotros mismos. «Cuando lo coti­diano se vuelve demasiado usual y puedes prevertu futuro inmediato hasta el mínimo detalle, algo anda mal. Preocúpate», escribe Riso. Una buena vía de escape es la naturaleza; recuperar la percep­ción de determinados sonidos, olores, colores. No todo empieza ni termina en el ordenador.
Como dijo el filósofo Alan Watts, hoy en día pensamos acerca de grandes abstracciones, pero cada vez dedicamos menos atención al mundo de la realidad física, al mundo de tierra, árboles, aguas y gente.


Cap comentari:

Publica un comentari a l'entrada