Muchas personas esconden
su malestar psicológico a sí mismas y a los demás tras una máscara sonriente.
En parte, porque sienten vergüenza y no quieren que los demás sepan sobre su
estado anímico; en parte, porque enfrentarse al sufrimiento psicológico es complicado
Un estudio constata que
El 71% de los que sufren depresión lo ocultan
Quieren llegar a todo en el
trabajo, la familia, el ocio, las relaciones sociales... Perfeccionistas y
autoexigentes, no se permiten mostrar ningún signo de debilidad y trasmiten la
imagen de que todo va bien. No quieren que los demás descubran que sufren. Y se
esfuerzan por aparecer siempre amables, dispuestos, controlados, cumpliendo con
todas sus responsabilidades.
“Muchas personas ocultan
su malestar”,
considera María del Mar Martín,
psicoanalista del Espacio Psicoanalítico
de Barcelona. Algo, hasta cierto punto, saludable y normal. Sólo hasta
cierto punto. Hay personas que se ponen una máscara sonriente para poder
afrontar su vida sin que se note que por dentro están a punto de romperse. Y no
dejan ayudarse ni delegan por lo menos parte de sus responsabilidades. Sufren, pero
intentan vivir como si no sufrieran. No se permiten reconocer su
malestar psicológico ni ante los demás ni ante sí mismos. Fuerzan la sonrisa,
la amabilidad, su ritmo de vida… para que su pareja, hijos, amigos o compañeros
de trabajo no les hagan la temible pregunta: “¿Estás bien?”. Y, si preguntan, se enrocan
afirmando que no tienen ningún problema. Aunque el gran problema no es esconder el malestar
a los demás, sino escondérselo a uno mismo. “Por eso mantienen un runrún constante en
su mente; siempre tienen que estar activos, trabajando mucho, con mucha vida
social, volcados en los demás…”, señala María del Mar Martín. Una manera de
huir de uno mismo.
Según la psicoanalista Araceli Fuentes, “hay personas que creen que se las ama por
la imagen que transmiten, así que se esfuerzan en dar una determinada imagen.
Muchas de estas personas no se gustan y tratan de parecer distintas a como se
ven a sí mismas”. Se visten todas las mañanas, antes de salir de
casa, con la imagen social que creen que les sienta mejor. “Sólo hay que ver cómo se arreglan
físicamente algunas personas y que muchas se hacen cirugía estética”,
apunta el psiquiatra Domingo Díaz del
Peral. “No se han planteado que
quizás su belleza tiene que ver con su imperfección, con no adecuarse al
canon”.
Esa máscara sonriente y de
fortaleza se puede entender como una forma de intentar engañarse a uno mismo y
de disimular ante los demás. “Hay quien sobreactúa cuando pasa por una mala época.
Sobreactúa para intentar no perder sus referencias habituales. Bastantes
personas llegan a la consulta psicológica después de una época de mucha
actividad”, explica Joana
Guarch, psicóloga del Hospital Clínic de Barcelona. Como si quisieran
probarse que, al hacer todo lo que tienen que hacer y con buena cara, no están
tan mal. Mantienen su agenda a tope, cuando “tendrían que adaptar su ritmo de vida para estar en
armonía”, considera Domingo Díaz del Peral. “No
se puede estar siempre al cien por cien”. En lugar de eso, se
empeñan en poder con todo, en vencer a sus circunstancias, cuando, en realidad,
el problema está más dentro que fuera.
A largo plazo, esa lucha
desesperada por negarse el malestar no suele ser un buen negocio. Un día puede
llegar la gota que colma el vaso y se produce el crujido, el desmoronamiento
emocional, y se cae la máscara. “O desconectas tanto de lo que te pasa que sigues
sufriendo pero ya no sabes ni por qué”, señala María del Mar Martín.
“Y acabas
teniendo un vida muy pobre, vives alienado. Y eso es peligroso porque la única
manera de cambiar lo que no te gusta es ser consciente de ello”.
Ese malestar psicológico puede
tener síntomas muy variados: ansiedad, angustia, tristeza, tensión,
irritabilidad, alteraciones del sueño, problemas psicosomáticos como dolores de
cabeza o estomacales… Un malestar que se esconde tras una máscara sonriente y
que puede tener numerosos motivos: que a uno no le gusta la vida que lleva,
conflictos psicológicos que se arrastran desde hace años, que la pareja no
funciona, que por culpa de problemas laborales se desmorona la vida que se está
llevando, que se ha apostado por una rutina que en realidad no es la que uno
desea, que uno está asumiendo más responsabilidades de las que puede afrontar… “Y hay quien deja
de lado todo eso porque seguramente no sabe qué hacer con lo que le pasa. Es
una manera de negar el problema”, afirma María del Mar Martín. “Es lo que se
conoce en psicoanálisis como formación reactiva. Una persona siente mucha
tristeza y dolor y lo convierte en lo contrario”. Es decir,
actividad casi frenética, un sucedáneo de alegría y disponibilidad, un no pasa
nada yo puedo con todo… El malestar sonriente. “Es algo que se ve en terapia”.
“Algunas personas consideran que son débiles o inmaduras por
sufrir psicológicamente o por padecer una enfermedad mental”, explica Joana
Guarch. “Y dicen en terapia que sienten vergüenza
de estar pasando por una depresión”. El problema es que la vida
cada vez aprieta más. “Y muchas personas no pueden demostrar su debilidad
porque creen que eso rebaja su imagen social”, apunta Domingo Díaz
del Peral. Por lo que niegan su malestar y se marcan más exigencias de las que
pueden cumplir. “Lo
que aumenta el riesgo de deprimirse”.
Hay quien cree que escondiendo
su dolor ante los demás se lo esconde a sí mismo. “Porque
cuando el otro te devuelve lo que te pasa te das cuenta de ello”,
señala María del Mar Martín. Así que el esfuerzo por disimular se convierte
prácticamente en una profesión que exige estar en alerta las 24 horas del día.
Para Araceli Fuentes, “el esfuerzo por
disimular la tristeza o la depresión no conduce más que a un callejón sin
salida. No hay clínica sin ética, y la clínica de los afectos
tiene relación con personas que no quieren saber sobre las determinaciones
inconscientes de lo que les pasa o que rechazan las ofertas vitales que se les
ofrecen. En cierta medida son anoréxicos que rechazan esas ofertas. Disimular lo que a uno le ocurre tiene sus límites,
pues hay afectos que no se pueden disimular, como la angustia. Desde luego,
siempre es mejor tener el coraje para afrontar lo que a uno le pasa y pedir
ayuda cuando es necesario, pues el sufrimiento se suele acabar imponiendo”.
Además hay que tener en cuenta
que no siempre es fácil identificar la causa del malestar. Alguien tropieza en
la calle y se rompe el tobillo. Duele, y todo el mundo lo entiende. Pero ¿cómo explicar el dolor emocional si no hay
radiografías que muestren la fractura interior? No es sencillo hablar del
sufrimiento psicológico con uno mismo, y mucho menos con los demás. Según un
estudio de la Universidad Nacional de Australia y la Universidad de Melbourne,
muchas personas con depresión creen que los demás evitan relacionarse con
ellas. Así que, muchas veces, parece más fácil colocarse una máscara sonriente
antes que intentar compartir el sufrimiento con los demás.
En el caso de que ese malestar
se deba a una enfermedad mental, todo se complica. Domingo Díaz del Peral
explica que “debido
al desconocimiento hay una actitud social negativa hacia las personas que
sufren enfermedades psicológicas”. Que si una persona que tiene una
depresión o un trastorno de ansiedad (problemas que, por otra parte, sufren
millones de españoles) es imprevisible, que si no puede gobernar su vida, que
si puede ser violenta… “Hay personas que consideran que quienes sufren depresión
son perezosos, débiles, incapaces”. O, como apunta Joana Guarch, “sospechan que
algo malo o raro pasa en la familia, que alguna cosa tienen que esconder”.
O acusan a la persona que está sufriendo de que no se quiere responsabilizar de
su vida o “de
que si tuviera problemas reales no se podría permitir el lujo de estar
deprimida”. Prejuicios que
favorecen la discriminación. “Por eso mucha gente no cuenta que sufre una depresión ni
en su entorno más cercano”, señala Domingo Díaz del Peral. Un
estigma social que se puede ver agravado en quienes se dedican a profesiones en
las que es muy importante la imagen que se proyecta: comerciales, vendedores,
políticos, artistas… “Veo muy complicado que un político se atreva a reconocer
que está deprimido. El 18% de los que tienen depresión lo ocultan por motivos
relacionados con el estigma que puede suponer en el trabajo”. Y,
según un estudio del Instituto de Psiquiatría del King’s College de Londres, el
71% de los que sufren depresión desea esconder su problema a los demás.
El estigma hace que uno se
sienta mal consigo mismo, reduce la autoestima, dispara la culpabilidad y
empeora el malestar. El riesgo es que la
persona que está sufriendo se convierte en víctima y fiscal, y se acuse a
sí misma de falta de fortaleza, de perezosa, de no valer para la vida actual. Y
caiga en el autoestigma. El portazo casi definitivo para no salir de esa
situación. Como explica María del Martín, el autoestigma que genera el malestar
psicológico hace que “a la gente le cueste venir al psicólogo. No quieren
pedir ayuda porque no quieren aparecer como personas rotas, vulnerables”.
Como si hubiera que poder con todo, como si el hecho de estar pasando una mala
época, de no poder con todo, “te convirtiera en menos, como si no valieras”,
añade Domingo Díaz del Peral.
“Pero ¿quién puede con
todo?”,
se pregunta Joana Guarch. “Todo es mucho”.
Quienes se esfuerzan por esconder su malestar de forma desesperada suelen ser
muy autoexigentes, hiperresponsables, perfeccionistas. “Sienten que todo pasa por ellos, que no
pueden fallar”. Evidentemente, nadie está obligado a publicar a los
cuatro vientos o en las redes sociales que está pasando por una mala época.
Aunque esforzarse desesperadamente por ocultarlo no parece una buena decisión.
Algunos científicos han realizado curiosas investigaciones para demostrarlo.
Según investigadores de la Universidad Estatal de Michigan (Estados Unidos), intentar disimular el malestar puede
empeorar el estado de ánimo. Para llegar a esta conclusión, estudiaron el
comportamiento de varios conductores de autobús: los que forzaban una sonrisa
falsa, porque no estaban bien de ánimos, empeoraban.
“La verdadera salud
mental está en intentar adaptar las capacidades a los retos sin forzar una
imagen social falsa”, considera Domingo Díaz del Peral. Pero para
muchas personas no es fácil reconocer que tienen que frenar. Entrar en el
taller de reparación significaría renunciar a la imagen social que proyectan y
cambiar algunas cosas. En definitiva,
hacerse preguntas incómodas.
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