Acostumbramos a programar los días y así le damos la espalda a
la espontaneidad.
El cambio, la creación, los
descubrimientos vitales, tienen como sustrato la espontaneidad. Los niños
pequeños aprenden con gran rapidez porque les está permitido jugar y
experimentar. Al llegar a la edad adulta, nuestra progresión se ralentiza e
incluso llegamos a sentirnos estancados. A fuerza de repetir los mismos hábitos
y tareas se va estrechando nuestro margen para imaginar y romper moldes. Nos
volvemos previsibles y conservadores. Preferimos encerrarnos en nuestra zona de confort al
desafío de la reinvención.
Intelectualmente, muchas
personas tienen la impresión de pasar dos tercios de su tiempo durmiendo, desde
un punto de vista creativo. Sin embargo, ¿qué hacemos con el otro tercio a nuestra disposición?
“Los grandes
improvisadores son como sacerdotes: solo piensan en su dios” (Stéphane Grappelli)
Estamos tan acostumbrados a
programar las horas y los días, a llenar cualquier espacio vacío, que la agenda
se ha acabado apoderando de nuestro tiempo libre. Incluso el fin de semana
vamos a golpe de silbato. Y así pasamos la vida, dándole la espalda a la espontaneidad
e incluso a la felicidad. Como apunta el ensayista Mario Satz, ríe más un bebé
que un niño; un niño, que un adolescente, y un adolescente, que un adulto.
¿Será la menor ausencia de barrotes cotidianos lo que facilita la alegría? La
buena noticia es que está en nuestra mano recuperar la libertad perdida. Como
mínimo, en un tercio de nuestra vida.
En su clásico Tus
zonas erróneas, Wayne Dyer
define la espontaneidad como “ser capaz de ensayar cualquier cosa de repente, tomando
la decisión de hacerlo en un momento, simplemente porque es algo que te gusta y
de lo que puedes disfrutar”. Esto no sucede con mucha frecuencia,
sobre todo cuando alguien ocupa lo que se denomina un “cargo
de responsabilidad”.
Este tipo de personas “viven su vida
sometidas a cánones rígidos, sin fijarse en lo absurdas que son muchas de las
normas que respetan ciegamente. Sienten un terrible miedo a lo desconocido.
Nunca discuten lo que se les dice, sino que más bien se aplican con rigidez a
hacer lo que se espera de ellos. Pero la gente rígida nunca crece”.
Se paga un alto precio por
restringirse a una vida tan pautada. El individuo que ciega su manantial
interior de espontaneidad suele padecer algunos de estos síntomas: amargura y
resignación por llevar una vida no elegida; fatiga física y mental ante el
aluvión de obligaciones que cumplir: distanciamiento
de la pareja y una mayor tendencia a la infidelidad; estrés y ansiedad permanentes;
sentimiento de que la vida pasa muy rápido y que se vive solo
para pagar facturas. Quien padezca uno o varios de estos síntomas puede
afrontarlo de la forma más lúdica posible: dedicar una parte de su tiempo a vivir como una banda
de jazz. Ahora veremos cómo.
Para entender cómo la
espontaneidad conecta con la alegría interior tomemos como ejemplo una banda de
jazz melódico. Los músicos empiezan siguiendo la armonía y la tonada que el
público conoce. Llega un momento, sin embargo, en el que rompen con la
partitura y comienzan a improvisar. Sus expresiones cambian al instante. Pasan de la
concentración a la sonrisa, y es en estos momentos cuando realizan las mayores
proezas musicales. Se divierten. Y su disfrute se contagia de
inmediato al público, que aplaude la huida de los músicos de los barrotes del
papel pautado. Han entrado en un estado de flow, el concepto estudiado por el
profesor de psicología Mihaly Czikszentmihalyi.
Este fluir
es una experiencia de intensa felicidad que se vive cuando logramos estar
totalmente sumergidos en una actividad que nos llena de libertad y multiplica
nuestras capacidades.
Cuando sintonizamos la emisora
mental de lo lúdico y lo imprevisible no solo alimentamos nuestra alegría
interior y nuestra creatividad. También estamos mucho más preparados para el
cambio. Y eso porque, como reza el aforismo atribuido a Einstein, “la mente es como un paracaídas, funciona
mejor si está abierta”.
“La creación espontánea
es la razón por la que hay algo en lugar de nada, el porqué de la existencia
del universo, el porqué de nuestra existencia” (Stephen Hawking)
El lector puede preguntarse al
llegar a este punto: ¿cómo podemos improvisar, reinventarnos, después de
tantos años sometidos a una vida cuadriculada? La respuesta la
tenemos en el plácido jugar de los niños, que fluyen creando universos de
fantasía. Volviendo al lenguaje del jazz, los niños “tocan
de oído”, improvisan constantemente y de ese modo van haciendo
sus descubrimientos. Esta mente salvaje, lúdica e infantil no se restringe al
ámbito artístico, sino que podemos hacer uso de ella en actos tan cotidianos
como un beso, la contemplación de un atardecer, un momento de baile o un chiste.
El músico y ensayista Stephen Nachmanovitch apunta: “Ningún momento
volverá a repetirse de la misma manera. Cada uno sucede una sola vez en la
historia del universo”. E incluye dentro de los actos de libertad
creativa el lenguaje común. Por eso, además de liberar nuestro tiempo libre
para actividades que ejerciten nuestra creatividad, merece la pena disfrutar de
la conversación con personas que dominen este viejo arte.
¿Cuántas grandes ideas y
resoluciones habrán salido del diálogo entre dos buenos amigos? Probablemente
muchas, ya que el ser humano agudiza su ingenio cuando se sirve del otro como
espejo de sus propias capacidades.
“El viaje más
apasionante es aquel que se emprende sin saber adónde ir” (Johann W. Goethe)
Si recuperamos el valor de la espontaneidad,
no solo disfrutaremos más de nuestro tiempo libre y de las relaciones con
nuestros seres queridos; también aumentaremos nuestro abanico de soluciones
para los problemas que puedan surgir en ámbitos más rígidos, como el laboral.
Una vez le hemos dado la vuelta
al papel pautado, la vida y la resolución de problemas dejan de ser un
ejercicio mecánico para convertirse en un constante reto creativo donde la
intuición y la improvisación son instrumentos básicos. Aplicado a una vida
individual, no
se trata de llevar una rutina desordenada, sino de alimentar ese orden con las
inspiraciones del caos.
Volviendo al clásico de Wayne Dyer, este autor concluye que
demasiado a menudo identificamos lo desconocido con el peligro. Sin embargo, nunca saldrá
nada nuevo de circuitos previsibles y caminos trillados. En el jazz,
la libre improvisación es más importante que el tema principal. Del mismo modo,
si abrazamos
la espontaneidad de la vida, entenderemos nuestra existencia como una partitura
en blanco donde no hay nada escrito porque todo está por hacer.
LIBROS
– ‘Flow’, de Mihaly Czikszentmihalyi (Kairós).
– ‘Tus zonas erróneas’, de Wayne Dyer (DeBolsillo).
DISCOS
– ‘Someday my prince will come’,
de Miles Davis (Sony).
– ‘My favourite things’, de
John Coltrane (Rhino).
– ‘Somethin’ else’, de
Cannonball Adderley (Blue Note).
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