Tras una ruptura sentimental, tras la
pérdida de un ser querido, tras algo que no nos ha salido bien…la gente suele
utilizar palabras de consuelo, y a menudo a dichos vocablos les acompaña un
sonoro; ¡ánimo!
Ciertamente, esto se dice de manera coloquial, con la intención
de desear bienestar y con la pretensión de brindar apoyo. Es una manera social
que todo el mundo ha escuchado u utilizado alguna vez. Ahora bien, pensando que
realmente alguien está sufriendo un mal momento, ¿tiene eficacia está palabra?
Escribo este post desde una vertiente reflexiva. La cual, desde la psicología
social me llama especialmente la atención.
La palabra; ánimo proviene del latín
animus, aunque a su vez deriva del griego y es traducido como “soplo”. La
transcripción es voluntad, fuerza,
valor… y se refiere al estado energético de un sujeto. De ahí que nuestras buenas
intenciones se centren en mandar vigor y resistencia pero analicemos bien ese
mensaje desde la realidad.
Partimos de la base de que una persona
desanimada por algo, lo que precisamente no puede hacer es animarse y menos con
un propósito tan desiderativo como este.
Hago hincapié en la buena voluntad con el que, “la palabra” es mencionada, pero
a mi modo de entender, cae cual cohete estrellado entre montañas y con un eco
perdido al viento.
Todo ello me hace pensar en los
recursos que tenemos a nivel psicosocial para enfrentarnos al dolor y al
consuelo de nuestros semejantes y es que muchas veces, nos quedamos sin
herramientas verbales para empatizar con los infortunios de la vida. Me permito
traducir la palabra de la que hablamos en; “todo pasa, vendrán tiempos mejores”… y se me
ocurre que detrás de dichos mensajes hay una incógnita del porqué pasan las cosas y cómo deben
arreglarse.
Ciertamente necesitamos de la
comprensión y la empatía de los otros, pero me pregunto hasta que punto levanta
la moral tan típica expresión. ¿Será que nuestro abanico verbal de habilidades
sociales es limitado, para decir que lo malo también tiene fecha de caducidad?
En definitiva…tópicos con mala praxis y buena fama.
Solemos quedarnos verbalmente al
desnudo, cuando nuestro amigo nos cuenta que su mujer le ha dejado. No sabemos
qué decir cuando hemos de dar el pésame a un conocido. Intentamos minimizar el
impacto doloroso cuando alguien se queja de que algo no salió como
esperaba y se nos queda la mente en
blanco cuando pensamos que tenemos que aliviar un sufrimiento que ni nosotros
sabríamos gestionar. Así que; “ánimo que seguro que saldrás adelante y que además el
tiempo todo lo cura” y tal cual liberamos tan difícil situación.
Pero ¿libera?. ¿Qué
tal dar un abrazo?
Me siento animoso cuando estoy feliz.
Me siento animado cuando todo va bien. Me siento animadísimo cuando consigo lo
que quiero, pero no me siento con ánimo cuando lo que ocurre me duele. Y tanto
es así que la palabra “ánimo” no me anima e incluso dese la lejanía me parece
hasta cómica. Dime
cómo lo ves, dime si desde fuera no parece tan grave. Escúchame
mientras me desahogo. Aconséjame si quieres desde tu cariño y
aprecio o dame
pistas para enfrentarme a eso que no sé. También puedes callar y acompañarme con
tu silencio o insinuarme que comprendes y que tú tampoco sabes cómo
encauzar aquello que pasa pero no me digas “ánimo”, pues si de animar se trata, con esta
expresión me dejas solo.
Blog soncomosomos, Núria Costa.
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