Todos los seres humanos
compartimos al menos un anhelo, el de alcanzar la felicidad en nuestra vida. No
obstante, desconocemos
que estamos nadando a contracorriente, porque nuestro cerebro no está diseñado
para ello.
Si hay algo que compartimos todos
los seres humanos, seamos de la cultura que seamos, es el anhelo de alcanzar la
felicidad. Sin embargo, si nos preguntan, nos cuesta definir en qué consiste eso de ser bienaventurados
y cada uno alegamos un cóctel propio de ingredientes imprescindibles para
lograrlo: que si un tirabajo que me satisfaga y me haga sentir
realizado, que si una familia, que si una casa en el campo, que si los hijos,
que si los amigos, que si disponer de tiempo de calidad para disfrutar de las
aficiones...
Desde niños escuchamos
historias acerca de príncipes y princesas que se encuentran, se casan y
empiezan una vida de color de rosa. Leemos novelas con buen final, consumimos
películas que muestran luchas de superación en la que los protagonistas tratan por
todos los medios de dejar de lado el dolor y el sufrimiento y comenzar una vida
nueva. Por no hablar de la publicidad: beba tal para sentirse bien, conduzca
tal coche, viaje a tal sitio, coma tal alimento, vista tal ropa y será feliz.
Y, últimamente, una nueva oleada de libros de crecimiento personal, de
programas de radio y televisión sobre bricolaje emocional nos cuestionan
nuestro estado de ánimo y nos explican cómo ser felices en siete pasos.
El mensaje que nos llega es
claro: nuestro
fin último en huida es la felicidad o al menos hacer todo lo posible por tratar
de alcanzarla. Parece que estemos abocados a ello irremediablemente.
Casi obligados. Sin embargo, tenemos un problema del que, tal vez, no seamos
conscientes: ese deseo nuestro de ser dichosos choca de bruces con lo que la
evolución nos depara. Porque pese a todos nuestros esfuerzos por llegar a tan
codiciado estado, el cerebro -ese órgano que nos empuja a enamorarnos, a
alimentarnos, a actuar de una forma u otra, a vivir cada día, a sentir; que es
fruto de muchos millones de años de evolución biológica, construido a golpes de
azar y determinantes ambientales resulta que no está preparado ni proyectado
para la felicidad permanente. "Sólo
contiene un diseño máximo y es el de la supervivencia. Puede que nos duela
admitirlo, pero es así. La ley suprema del funcionamiento del cerebro es
mantenernos vivos, no felices. Y eso implica en su esencia lucha, dolor,
desazón y sufrimiento", explica Francisco Mora, doctor en Medicina por la Universidad de Granada y
doctor en neurociencias por la de Oxford; acaba de publicar ¿Está nuestro cerebro diseñado para la
felicidad? (Alianza Editorial).
Felici... qué?
A lo largo de la historia de
la humanidad, la búsqueda de la felicidad ha sido un potente motor para la
sociedad. Desde el antiguo Egipto, pasando por los pensadores clásicos de Roma
y de Grecia, los filósofos orientales e incluso las religiones, se ha tomado la
dicha como eje central para crear valores y normas con los que guiar la
conducta humana.
La psicología, la sociología,
e incluso la economía han tratado de arrojar luz sobre esta cuestión y han
elaborado numerosos estudios en los que han medido parámetros como la
satisfacción en el trabajo, la autorrealización personal, la familia, el
entorno social, para valorar cuán feliz es una sociedad. Incluso se ha creado
una base de datos mundial sobre la felicidad. Y en los últimos años, también
las neurociencias se han interesado por este tema.
La felicidad, tal como la
entendemos en la actualidad, es una construcción mental relativamente reciente,
que para nacer necesitó de un cerebro social complejo como el que desarrollamos
hace 70.000 años. "Nace de las altas funciones cognitivas del cerebro humano.
-considera Mora-. Hasta hace muy poco, en la historia del pensamiento, la idea
de felicidad había sido tratada sin referencia al cerebro que la producía. Y si
todo reside en el funcionamiento de este órgano, está claro que los
conocimientos obtenidos por la neurociencia cognitiva pueden aportar una cierta
perspectiva que arroje luz sobre este concepto".
Para estudiarla desde la
ciencia, como no se pueden introducir sondas en el cerebro, los
neurocientíficos han ideado una especie de test que mide el bienestar subjetivo
de las personas; es una especie de interpretación médica de la felicidad,
apunta el doctor Ed Diener, de la
Universidad de Illinois. Y este índice de bienestar incluye tanto aspectos
emocionales como cognitivos. Los primeros se refieren al sentimiento interno
que experimentamos y tienen un contenido más hedónico; los segundos van más
allá y tienen que ver con la satisfacción global de la vida. Además, no sólo se
tienen en cuenta las cosas positivas, sino también la ausencia de situaciones o
emociones negativas.
La vida duele.
Para David Victori, un joven realizador catalán de 30 años, la felicidad
o su satisfacción personal pasa por dedicarse a lo que le apasiona, el cine.
Hace unos meses apareció en todos los in formativos de televisión junto al
actor Michael Fassbender en el
Festival de Venecia. Acababa de ganar una competición internacional, convocada
por la productora de Ridley Scott, con su corto La culpa. El premio: medio
millón de dólares para realizar una webserie, junto al propio Scott y con
Fassbender como protagonista.
Llegar hasta allí no fue nada
fácil, en ningún sentido. David Victori las ha pasado bien canutas: durante
años no ha tenido ni un euro para nada y ha atravesado situaciones delicadas.
Ha tenído que vivir en casa de amigos, fue rescatado por sus padres cuando se
le acabaron los ahorros, cuando proyectos que parecía que iban a salir adelante
se estancaban o se perdían en el cajón de alguna productora. Por si fuera poco,
hace menos de dos años su hermana mayor murió de repente, de un ictus cerebral,
lo que supuso un mazazo emocional brutal para la familia. Todo ello,
ingredientes suficientes para muchos para tirar la toalla y sumirse en la tristeza
o la desolación. En cambio, y pese a todo, Victori no ha perdido en ningún
momento la sonrisa ni ha cejado en su empeño. Y no ha dejado, sobre todo, de
sentir que es feliz.
"La vida es conflicto -afirma este joven realizador-.
Tengo la suerte que desde muy pequeño me he tomado el vivir como un gran juego,
viendo que el mundo es lo suficientemente rico como para que siempre haya un camino
que tomar, una solución que aportar al problema que en ese momento te preocupa.
Las emociones como el miedo tienen el enorme poder de cegarnos y bloquearnos,
pero siempre trato de ver la vida igual, ni buena ni mala. Y la entendamos o no, probablemente sea en cada momento lo que debe ser".
Sin saberlo tal vez, Victori
con esa afirmación de que vivir es enfrentarnos continuamente a conflictos ha
dado en tina de las claves de la neurociencia: el problema como motor de la vida;
tenemos un cerebro diseñado para ir superando escollos y garantizar así la
supervivencia. Para
ello, ha desarrollado dos herramientas neuronales: el placer y el dolor.
La primera nos recompensa cuando llevamos a cabo acciones básicas para la vida,
como alimentarnos o el sexo, y nos empuja a repetirlas. Y la segunda (el dolor)
funciona a modo de alerta, de aviso de un peligro inminente para nuestra
subsistencia. "El dolor es el impulsor de la
existencia. Y es precisamente el sufrimiento lo que nos lleva a la concepción
de la felicidad", alega el científico Francisco Mora.
Buscando recetas.
Quizás esa forma que tiene
Víctori de girar el vaso para apreciar nuevos ángulos e intentar verlo siempre
medio lleno, con optimismo y humor, es lo que le hace afrontar con eficiencia
las situaciones adversas, reorientarlas y poder ver dentro de la desgracia la
parte positiva para salir adelante. Aprender del dolor pero sin caer en el sufrimiento.
Sin embargo, esa resiliencia, que es como en psicología se denomina a esta
cualidad de Victori, básica para el bienestar de la persona, no suele ser lo
habitual. La mayoría de nosotros solemos regodearnos en el padecimiento y la
pesadumbre que causa el dolor; nos quedamos enganchados a las cosas negativas
que nos pasan, nos damos golpes contra la pared una y otra vez, y nos
lamentamos, lo que en ocasiones nos impide pasar página y hace que nos
enredemos en sufrimientos innecesarios. Y eso, al final, acaba haciéndonos
tremendamente infelices.
El desasosiego nos hace
lanzarnos a la búsqueda de recetas, de fórmulas que nos conduzcan como por arte
de magia a ese estado de dicha permanente, a ser posible cuanto antes. “La sociedad, en
general, está muy desorientada. No
sabemos cómo ser felices, como demuestra la profusión, por ejemplo, de
manuales de autoayuda que proliferan de un tiempo a esta parte -considera el filósofo Francesc Torralba, director de la
cátedra Ethos de Ética Aplicada de la Universitat Ramon Llull-. No consumes ya
lo que tienes. Si eres feliz, ¿por qué leer un libro sobre cuál es el camino
hacia la felicidad, por ejemplo? Toda esta literatura del happíness es un
indicio claro de una necesidad de la gente a la que la industria editorial
responde con libros desiguales".
"Es que no podemos ser felices, por mucho que lo
intentemos -espeta el neurocientífico Francisco Mora-. Al menos de forma
permanente, porque el cerebro humano no
lo permite. Los códigos construidos y depositados en él no dejan alcanzar
la felicidad constante, lúcida, sin sufrimiento. No obstante -alega este
experto y divulgador-, es posible llegar a parpadeos de felicidad, momentos
fugaces, que son aquellos que experimentamos cuando uno se aleja mentalmente
del mundo y se encuentran satisfechos los placeres y no se siente ni dolor ni
sufrimiento".
"Tiene sentido que sea así, que no podamos ser
felices deforma permanente -asegura Arcadi Navarro, investigador ICREAy
vicedirector del Instituto de Biología Evolutiva UPF-CSIC-. En el fondo, un estado de insatisfacción es necesario
para el progreso, necesario para llegar a reproducirte, para alimentarte,
para intentar acumular toda una serie de recursos que te permitan tener éxito
como organismo. Si asociamos la felicidad con satisfacción de deseos, que es
una de las definiciones posibles, entonces que no seamos felices es algo muy
positivo. Lo interesante es tener
diversos grados de felicidad, que me estimulen a moverme, a actuar para
conseguir cosas. Estados transitorios de felicidad. Porque estamos programados no para la felicidad,
sino para la búsqueda de la misma".
¿Y la Biología?
En este sentido, los estudios
científicos llevados a cabo con parejas de gemelos por Thomas Bouchard en 1979 son reveladores. Este profesor de
Psicologíade laUniversidad de Minnesota estudió a gemelos que fueron separados
después de nacer y dados en adopción a familias distintas. Bouchard estudió la
heredabilidad de muchos rasgos de la personalidad, caracteres religiosos,
sociológicos y también de felicidad. Se percató de que los gemelos separados
tenían el mismo porcentaje de posibilidades de tener personalidades similares,
intereses y actitudes que los gemelos que se habían criado juntos en el seno de
una misma familia.
Eso le llevó a la conclusión
de que había variaciones genéticas que nos predisponen también a sentirnos más
o menos contentos o felices, al margende las influencias externa-y de las circunstancias
vitales de cada uno.
"Eso nos abre una pregunta: si realmente hemos de
ser felices, si la selección natural nos hubiera hecho tender a la felicidad,
¿por qué esta variabilidad genética hace que las personas sean más o menos proclives
a ella? ¿No tendría que haber una felicidad universal favorecida por la
selección natural? -se pregunta Navarro-. La respuesta debería ser que no. Los estados de insatisfacción son los que nos garantizan, como especie,
la supervivencía".
Y esa insatisfacción causa dolor.
Con todo para la psicología
positiva, surgida a finales del pasado siglo y basada en la importancia de las
emociones, ser feliz no pasa por evitar a toda costa ese dolor y el
sufrimiento, porque eso implicaría rechazar una parte intrínseca de nuestro
ser, sino por asumir el dolor como parte
propia del aprendizaje vital. "Ser humano
implica morir y también sufrir. No podemos alcanzar un tipo de felicidad
constante y eludir el sufrimiento", considera Jenny Moix, psicóloga de la Universitat
Autónoma de Barcelona y autora de Felicidad
flexible (Aguilar).
"Sería lo mismo que pensar que si seguimos todos los
consejos saludables, como practicar ejercicio físico regularmente, comer sano,
no fumar, no vamos a morir nunca". Se puede ser
feliz y experimentar sufrimiento, porque amar va ligado a sufrir considera
Francesc Torralba, filósofo: "Uno puede ser muy feliz con su familia y sus
hijos, pero seguramente porque los quiere, padecerá. El hecho de querer evitar
el sufrimiento es casi como decir que queremos evitar amar. Y, sin lugar a
dudas, los seres humanos estarnos hechos para amar y ser amados, en activa y en
pasiva".
Lo que importa es el camino
La neurociencia nos hace ver
que no es posible un estado permanente de felicidad pero nos puede dar
herramientas para entendernos mejor, comprender cómo funciona nuestro cerebro y
aprovechar ese conocimiento para tratar de hallar maneras de sentirnos y vivir
lo mejor posible. Y aprender así estrategias para que sepamos enfrentarnos a las
diferentes situaciones que se nos irán presentando a lo largo de la vida.
"Una de las cosas que hace el cerebro es
programarnos para buscar ser felices, dotarnos de una herramienta que nos
impulse a buscar un estado final, una
meta donde lo importante no es la meta en sí, sino que estás haciendo un
camino, y luego harás otro, y luego otro. Y así sucesivamente", apunta el investigador Arcadi
Navarro. Y una de las cosas que hace nuestro cerebro es precisamente
recompensarnos por cada pequeña acción positiva que hacemos para nosotros
mismos.
"Es el
proceso lo que tiene sentido. Es como si tuviéramos a lo largo de la vida
un saquito de semillas que sembrar en nuestro interior. Si esa tierra interior
no está bien preparada, por mucho que plante, que riegue y que salga el sol, no
crecerá nada", indica Mercé Conangla, psicóloga, Al frente de
la Fundació Ámbit, Instituto de Crecimiento Personal, junto a Jaume Soler. "Los conflictos no deben bloquearnos porque los problemas son vida y todos tienen
solución excepto la muerte. Cuando comienzas a aprender guión, te enseñan
que sin conflicto no hay historia y que, además, sin conflicto no hay interés
por parte del público. Detrás de esta regla de oro del guión, hay una lección
de vida, que nos habla de lo que hay tras la energía que nos mueve como seres
humanos. Cuando conocí al director Bigas Luna, a los 17 años, su primera
lección fue que "un rodaje es
solucionar problemas, uno tras otro. Y eso es también lavida", afirma
David Victori. Quizás no podamos llegar
a ser felices de forma constante, pero quizás podamos hilvanar, uno tras otro,
infinitos parpadeos de felicidad.
DERECHO ATENER UN MAL DÍA
A veres parece que estemos
obligados a ser felices. Llegamos al
trabajo despojados de la sonrisa, y rápidamente los compañeros nos preguntan
qué nos pasa, e intentan indagar en nuestros estados de ánimo. Y es que parece
que, afirma la psicóloga Jenny Moix, de la UAB “vivimos
presionados a ir con una sonrisa de anuncio pintada en la cara todo el dia.
Algo realmente agotador.”
Solemos considerar algunas
emociones, como la tristeza o el enfado, como negativas. Pero las emociones no son ni buenas ni malas per se. Simplemente nos señalan algo que está
pasando. Sentirse excitado, rabioso, inquieto o triste es normal si estamos
atravesando un momento o una situación que nos hace sentir así. Sólo se convierte en un problema cuando
esas emociones, como la ansiedad o la tristeza, se cronifican. De manera
que, como seres complejos que somos, debemos simplemente aceptar esta complejidad y riqueza de emociones que experimentamos.
Me encanta iniciar el dìa leyendo buenos documentos! Gracias! Le escribo desde El Salvador!
ResponEliminaMuchas gracias Ethel, un beso!
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