Esta
semana deseo compartir un fragmento de “La Buena Suerte” que escribí junto con
mi amigo Fernando Trías de Bes. En él, la siguiente reflexión: solo podemos
hablar de Buena Suerte si ésta es compartida. Espero que os llegue.
Así pues, las cosas se habían puesto
difíciles. No había agua en ninguna otra parte del Bosque Encantado. En fin
¿qué se le iba a hacer? Sid era una persona sensible, por eso, la mezcla de belleza,
tristeza y ansiedad de la voz de la Dama del Lago le llevó a interesarse en el
problema de la Dama, para ver si podía ayudarle.
— Y,
decidme Señora, ¿por qué no sale agua del lago? De todos los lagos sale agua.
De todos los lagos nacen arroyos o ríos.
— Yo…
yo… — por primera vez, la voz de la Dama del Lago expresó una voz sin
contrastes, una voz triste. Era una voz de dolor—. Porque en mi lago —prosiguió— no
hay continuidad. No hay nuevos ríos que salgan de mí. En mí, solamente cae
agua. Solamente recibo agua, pero ningún arroyo brota de mi seno. Por eso tengo
que vivir siempre pendiente de que los nenúfares duerman para que puedan cantar
durante la noche. Durante el día no duermo para velar el sueño de los nenúfares
y durante la noche sus cantos no me dejan conciliar el sueño. Vivo esclava de
mi agua. Por favor, márchate y no despiertes a mis nenúfares.
Sid se dio entonces cuenta de que lo
que el lago tenía en abundancia era, precisamente, lo que a él podía hacerle
falta: un arroyo de agua.
—Yo
puedo ayudarte, le dijo Sid—. Pero
dime una cosa: ¿tú sabes cuánto agua necesita un trébol?—. La Dama del Lago
contestó.
— Necesitan
agua en abundancia. Necesitan agua directa, agua de un arroyo. La tierra en la
que nacen los tréboles debe estar siempre húmeda.
— ¡¡Entonces,
entonces… yo puedo ayudarte a ti y tú puedes ayudarme a mí!!
— ¡¡Sccchhhhh!!
No grites tanto, que ya has despertado a un nenúfar. Dime cómo.
— Si
me dejas hacer un surco que parta de tu lago, un arroyo que nazca en ti,
lograré que el agua no se acumule más en tu seno. No haré ningún ruido.
Sencillamente haré un surco en la tierra y el agua saldrá de tu lago. De esta
forma, no tendrás que preocuparte más por los nenúfares. Podrás dormir siempre
que quieras.
La Dama del Lago se quedó pensativa. Después, accedió:
—De
acuerdo. Pero no hagas ruido—. Inmediatamente, la Dama del Lago,
desapareció, ante el asombro de Sid.
Sin esperar un instante, éste
improvisó con su espada una azada, que colgó de la parte trasera de su caballo.
Cabalgó de nuevo hacia el terreno escogido. A medida que cabalgaba, la espada
creaba una profunda zanja y el agua los seguía, descargando al lago de su
pesada carga. El agua llegó hasta la tierra fresca y nueva. Sid lo había
conseguido: había encharcado la tierra creando un arroyo directo, que nunca
había existido antes en el bosque encantado. Era el primer arroyo que jamás
había existido en ese bosque.
Se puso a dormir junto al espacio que
había creado. Reflexionó sobre lo ocurrido y recordó lo que siempre le había
dicho su maestro: la vida te devuelve lo que das. Los problemas
de los demás son a menudo la mitad de tus soluciones. Si compartes, siempre ganas más.
Era justamente lo que había pasado: estaba dispuesto a renunciar al agua, pero
cuando comenzó a entender el problema de la Dama, fue cuando, paradójicamente,
se dio cuenta de que ambos necesitaban lo mismo, y de que en una sola acción,
los dos salían ganando.
[…]
El caballero Nott estaba desolado.
Probablemente, Merlín había recibido la información errónea. O incluso, peor:
se le empezó a pasar por la cabeza que Merlín pudiera haberle engañado.
Nott se sintió verdaderamente deprimido.
Era el tercer habitante que le decía que no habría suerte para él. Estaba tan
obsesionado con tal realidad, que no podía ver más allá. Realmente, escuchar a
otros decir lo que uno ya sabe, no conduce a más que reafirmarse en la propia
evidencia. Cualquier persona que, como Nott, está únicamente
obsesionada por saber si hay o no tréboles en el bosque, no puede pensar más
allá de eso. No puede tomar conciencia de que sea necesario hacer algo al
respecto. Por eso, Nott estaba tan abatido, se sentía víctima, se sentía
utilizado, engañado. Se encontraba en una situación en la que no veía
probabilidad de éxito alguna.
[…]
Durante el sexto día, Nott se dedicó a
vagar apesadumbradamente por el Bosque Encantado. Realmente no pensaba que
fuera a encontrar ningún trébol, pero tampoco quería volver solo al palacio
real. Puestos a hacer el ridículo, prefería compartirlo con Sid.
Además, le costaba tanto reconocer sus errores o
fracasos que optaba por hacer responsable de los mismos a otros. “Soy víctima de
un error o engaño de Merlín”, se decía a sí mismo.
El sexto día fue el más aburrido de
cuantos pasó Nott en el bosque. A pesar de que logró cazar bastantes bichos
raros y topó con extrañas plantas nunca vistas, no ocurrió nada especialmente
relevante.
Lo peor era una sensación que le
deprimía enormemente: estaba ya convencido de que él no tendría suerte en la
vida. De lo contrario, ya tenía que haber encontrado el Trébol Mágico. A no
ser, claro está, que Merlín le hubiera engañado.
Pero si Merlín le había engañado, ¿por
qué no volvía a palacio? ¿Por qué en el fondo seguía esperando?
Esperar era darle la razón a Merlín,
era la esperanza de tener suerte, lo que se convertía a estas alturas en
constatar que la suerte no llegaba. ¿Qué estaba haciendo mal? ¿Por qué era tan
desgraciado? “Yo
soy especial. Yo, merezco la suerte. ¿Por qué no me llega, si yo la merezco?”
se decía para sí, Nott.
Así transcurrió todo el día el
caballero del caballo oscuro y de la capa oscura. Como no le quedaba nada más
que hacer, decidió ir a hablar con Ston, la Madre de las Piedras. Quería
confirmar con alguien más lo que ya sabía: que en el Bosque Encantado no iba a
nacer ningún Trébol Mágico. Que él no era una persona de suerte.
No es extraño que Nott hiciera eso,
pues este es un rasgo curioso de las personas que piensan que no tienen suerte.
Buscan otras
personas que les confirmen su forma de ver la vida. Ser víctima no le gusta a
nadie, pero exime, aparentemente y solo aparentemente, de toda la
responsabilidad de la desgracia.
Cuarta
Regla de la Buena Suerte
Preparar circunstancias
a la Buena Suerte no significa
buscar solo el propio beneficio.
Crear circunstancias,
en las que otros también ganan,
atrae a la Buena Suerte.
Besos y abrazos,
Álex
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