
Yo soy
yo y mis circunstancias: El entorno nos condiciona. Puedo
hacer algo que me apasione pero si no me apetece estar con mis compañeros o
jefe será muy difícil que me siente realmente motivado ni mucho menos, feliz.
Un trabajo que me aporta satisfacción es aquel que favorece las relaciones sociales de
calidad. Pero si los niveles de relación son muy altos, puede que no
tengamos tanta privacidad, sintamos que perdemos el tiempo y luego tengamos
jornadas que se estiran como un chicle en nuestras agendas. Una vez más, cuidado con la dosis.
A mí
el control:
El control es la capacidad para tomar decisiones. Si creemos que tenemos la
suficiente autonomía a la hora de desarrollar nuestras tareas, nos sentiremos
más realizados. Ahora bien, como es una cualidad “vitamínica”, en muchas
personas un exceso de autonomía puede generarles bloqueo. Dicha reacción las he
encontrado sobre todo en jóvenes que comienzan su vida laboral y al principio
buscan una cierta seguridad inicial.
Desarrollo,
desarrollo y más desarrollo: El aprendizaje es uno de los ingredientes
fundamentales para nuestra motivación intrínseca. Aprender nos enriquece, nos da sentido, nos
ayuda a estrujar nuestras neuronas… en definitiva, nos motiva. Así
pues, si el trabajo ofrece la posibilidad de continuar aprendiendo y de poner
en práctica lo que sabemos, nos ayudará a sentirnos mejor y más felices. ¿Cuántas cosas
te permite aprender tu trabajo?
Un
desafío retador, por favor: Nos movemos por objetivos y si son
demasiado fáciles, pueden llevarnos a la desmotivación. Si resultan imposibles,
tampoco son positivos. Ya lo hemos dicho, la clave está en la dosis adecuada: Han de resultar
retadores, invitarnos a poner en juego nuestras habilidades y a aprender,
pero sin que ello nos suponga una sobrecarga de trabajo que nos desborde.
Adiós
a la rutina:
La variedad nos gusta (por supuesto, siempre hay personas que son excepciones)
y dicha variedad puede ser desde las tareas a las personas que conocemos. La
rutina nos mata por dentro. Sin embargo, como todo depende de su justa medida,
si vivimos un trabajo donde hay demasiada variedad puede que tengamos que
dedicar un exceso de atención y por ello, despistarnos para lograr nuestros
objetivos. El
grado de variedad o de rutina, una vez más, va a depender de cada persona y de
su momento vital.
La
belleza de la claridad y del sentido: Debo tener claro cuál es mi
papel, qué esperan de mí mis jefes, compañeros o clientes. Necesito recibir feedback para poder hacer
bien las cosas y sobre todo, comprender el para qué sirve lo que estoy
haciendo. Si no tengo una visión global, es muy difícil sentirme
motivado. Es más, podemos tener el trabajo “perfecto” en funciones, compañeros,
ubicación… pero si diariamente lo que hacemos se destruye, preferiremos
cambiarnos a otra organización.
¿Y el
dinero no es importante? Por supuesto que lo es. Si no
llegamos a fin de mes, por muy bonito que sea el resto, será difícil sentirnos
motivados. Ahora bien, ya lo hemos dicho en otros artículos: el dinero no da
la felicidad y movernos solo por esa variable, es una mala brújula.
Lo interesante del salario no siempre es la parte puramente económica sino el
reconocimiento que ello implica. Y como ha demostrado Warr, si nos sentimos
justamente retribuidos, por mucho que aumente, no va a suponer una mayor
satisfacción (y sí el riesgo de vernos en cárceles de oro, de la que hablaremos
en otro momento).

Referencias
Sources
of happiness and unhappiness in the workplace: A combined perspective, escrito
por Peter Warr y publicado en 2013 en Journal of Work and Organizational
Psychology.
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