A menudo aceptamos hacer cosas que no deseamos para satisfacer a
otros. Sin embargo, atender a nuestras necesidades y deseos sin herir a los
demás es indispensable para mantener relaciones sanas.
Si hiciéramos un test con preguntas
del tipo:
- «¿Te cuesta rehusar la invitación de unos amigos cuando te proponen algo que en realidad no te apetece?»,
- «¿Sobrecargas tus días por no ser capaz de rechazar o posponer ciertos proyectos o tareas?»,
- «¿Te resulta difícil negarte cuando alguien te pide un favor?»,
- «¿Sueles realizar lo que los demás esperan de tí aunque no coincida con lo que tú deseas?»…
Seguramente nos sorprendería la gran
proporción de respuestas afirmativas.
Pero ante la pregunta: «¿por qué cuesta tanto decir no?», es
probable que cada persona descubra una razón diferente. Algunas lo atribuirán a
que si se niegan a ayudar a los demás, a aceptar su invitación, a hacerles un
favor… pueden ser tachados de egoístas y perder así su estima y la buena imagen
que intentan mantener. Otras preferirán asentir porque de lo contrario les
roería por dentro un sentimiento de culpabilidad que no les permitiría vivir en
paz. Algunas explicarán que hay situaciones en las que no hay más remedio que
acatar, como puede ser delante de las órdenes de un jefe, ante ciertas
obligaciones familiares… Mientras que otras dirán que en muchas ocasiones no se
atreven a negarse por su propia inseguridad y su acentuado temor a fallar a los
demás.
Todos podemos tener en mente
situaciones en las que, por la razón que sea, nos resulta más fácil aceptar,
decir sí, que negarnos, pero hay personas que tienen una mayor tendencia a ser
condescendientes. A pesar de que esta tendencia se relaciona con un buen
carácter, una buena disposición hacia los demás, generosidad… en ocasiones
entraña también un problema: la dificultad para decir en ciertas situaciones «no
puedo», «no quiero» o «no me interesa». Contrariamente a lo que
pudiera parecer, decir demasiado «sí» también pasa factura. Las propias
necesidades y deseos pasan a segundo plano, con el consiguiente riesgo de
acumular resentimiento y malestar, ser utilizados por los demás o devaluar la
propia estima.
Saber decir no en las situaciones que lo requieren es una
condición vital para mantener un buen bienestar psíquico y físico. Es un signo
de seguridad y confianza, y sobre todo de íntimo respeto por uno mismo.
¿POR
QUÉ DECIMOS SÍ CUANDO QUEREMOS DECIR NO?
Marta cuida desde hace un año a su
padre enfermo de alzheimer. Aunque tiene más hermanos, ella se encarga de la
mayor parte de tareas pues, según dice, los demás se han desentendido y alguien
tiene que ocuparse. Hace dos años que Óscar se independizó pero va a comer cada
día a casa de sus padres, ellos se lo piden y le agradecen su compañía, pero su
novia, Laura, empieza a estar molesta. Gloria dice vivir por y para su familia,
atiende a su marido y a sus hijos con auténtica devoción, pero se lamenta de
que da mucho y recibe poco. Los amigos de Carlos saben que siempre está
dispuesto, pero él a veces se siente como el tonto de la pandilla porque
siempre le toca ceder.
Estas personas dicen a menudo sí
cuando en realidad quisieran decir no, y esta contradicción entre lo que
realizan y lo que desean tiene sus consecuencias. Decir «sí» de manera incondicional
significa muchas veces negar las propias necesidades.
Marta, por ejemplo, tiene un fuerte
sentido del deber que le ha llevado a aceptar que recaigan sobre ella
demasiadas responsabilidades. El precio que está pagando es un desgaste
excesivo y un rencor cada vez más intenso hacia los familiares que
no le ayudan. Óscar, por su parte, se siente culpable si no va a ver a sus
padres, pues teme herir sus sentimientos y los ve ya mayores y necesitados. Sin
embargo, seguir
tan ligado a ellos amenaza con interferir en su relación de pareja.
Gloria está tan acostumbrada a vivir pendiente de las necesidades ajenas que
olvida completamente las suyas y a veces siente que no tiene vida propia.
Mientras que para Carlos es tan importante sentirse parte de su grupo de amigos
que teme que se enfaden si les niega algo. Sin embargo, a menudo tiene la
impresión de que le toman el pelo y no se acaba de sentir bien consigo mismo.
Renunciar continuamente a la propia
capacidad de decisión contribuye a que se den relaciones desequilibradas, en que uno da demasiado mientras que el otro
aporta poco a cambio. Del mismo modo que desoír los propios deseos y
necesidades genera un malestar y un enojo que acaba dirigiéndose hacia los
demás o hacia uno mismo.
LA
COMODIDAD DEL SÍ
Para modificar una actitud
determinada, como ser excesivamente complaciente, es necesario descubrir qué beneficios
se obtiene con tal actitud, pues solemos repetir como repertorio
personal de comportamientos aquellos que nos aportan algo o que tienen algún
tipo de utilidad.
En este sentido, decir «sí»
cuando se quiere decir «no» puede ser una actitud que requiera esfuerzo y
generosidad, pero también puede resultar más cómoda que negarse, que
expresar un punto de vista diferente o que atender a lo que uno realmente
necesita.
Para algunas personas decir «sí»,
dejarse llevar por lo que quieren los demás o por lo que demanda cada
situación, les
libra de tener que decidir por sí mismas. Seguir directrices,
venidas de otra persona o del propio sentido del deber, es una buena manera de
no responsabilizarse y puede resultar más fácil que oponerse. Si a alguien con
esta tendencia se le despierta la necesidad de cambiar tendrá que afrontar en algún momento su
miedo a decidir y, por lo tanto, su miedo a equivocarse.
Para otras personas, estar pendientes
de las necesidades de los demás y poco de las propias tiene sentido porque dan
un gran valor al autosacrificio. Así, al sacrificarse por los demás se alzan
por encima, se sienten útiles, ven a los demás como necesitados y a ellos
mismos como dadores. La principal dificultad para estas personas residirá en reconocer sus
propias necesidades, pedir ayuda o mostrar su lado vulnerable más allá de las
quejas.
Otras personas, en cambio, quizá descubran
que dicen «sí»
para
conseguir la aprobación de los demás. Como un camaleón, son capaces
de adaptarse a cada ambiente, porque les atemoriza que sus propias opiniones
sean inadecuadas. Para éstas personas decir «no» es tan importante como
atreverse a diferenciarse, a superar el miedo al rechazo.
EL
PODER DE ELEGIR
La palabra «no» es muy poderosa,
precisamente porque nos da el poder de elegir. Las personas se
sienten atrapadas cuando se encuentran en situaciones en que piensan que no
pueden negarse, que no tienen forma de escapar. Sin embargo, muchas veces las
limitaciones están más bien en las creencias y en la forma
particular de ver las cosas que en la situación en sí.
A veces podemos oír frases del tipo: «Tengo que ser
yo quien cuide de mi padre porque mis hermanos son unos egoístas» o «No puedo negarme a hacer este trabajo porque es
imposible delegarlo en otra persona». Muchas veces se habla desde la
obligación y el deber, culpando a la situación o a los demás de tener que
realizar según qué cosas, como si uno no tuviera capacidad para decidir, para
decantarse entre el sí y el no.
Sin embargo, es importante responsabilizarse de las
propias decisiones. Asentir es decidir, y decir «no» también. En
ambos casos, es uno mismo quien elige y normalmente el margen de acción es más
amplio de lo que se suele creer. Entonces, la persona puede decir: «He tomado la
decisión de cuidar de mi padre porque prefiero no llevarlo a una residencia
como opinan mis hermanos» o «Elijo encargarme de este trabajo porque quiero que
entregarlo a tiempo y bien realizado».
Cuando se tiene clara cuál es su
finalidad también pueden buscarse fórmulas para llevarla a cabo de la mejor
manera, en lugar de encallarse en la queja. Así, por ejemplo, se puede plantear
a los familiares cómo organizar un buen sistema de apoyo, sea aportando cada
uno ayuda directa o dinero, para poder atender a un familiar anciano sin que
recaiga toda la responsabilidad en una única persona. O alguien puede instruir
a miembros de su propio equipo de trabajo para que en una próxima ocasión no
vuelva a recaer en él las mismas tareas extras.
EL
VALOR DEL NO
En otras ocasiones, al tener que
elegir, uno puede permitirse decir «no». Decimos permitirse, porque una de las
dificultades de quienes utilizan más el «sí» que el «no» es darse precisamente permiso para pensar
en sí mismos. Muchas veces se utiliza la conformidad para ganar
aquella seguridad y sensación de pertenencia que aporta formar parte de un
grupo y de unas mismas opiniones, sea dentro de la familia, en el trabajo, con
los amigos… mientras que ir en contra significa diferenciarse.
Existen, por ejemplo, experimentos en
los que se ha observado que la mayor parte de personas tienden a afirmar lo
mismo que el resto del grupo en el que se encuentran, aunque sea algo
totalmente falso o distinto a lo que han percibido. Es decir, generalmente se
prefiere no contradecir y se desconfía más de la opinión propia que de la del
grupo.
Una de las utilidades básicas del «no»
es permitir
la diferencia, aceptar que se puede pensar, actuar o sentir de
manera distinta de quienes nos rodean, sin que nos atrape el miedo a que eso
signifique rechazo o que nos quieran menos. Precisamente las personas que
buscan la seguridad fuera, intentando adaptarse a lo que les piden los demás o a
«lo correcto», no suelen tener mucha confianza en sí mismas.
Muchas personas renuncian a mostrar
sus opiniones, en lugar de expresarlas del mejor modo. Entonces, desaparece la
oportunidad de afirmar los propios pareceres. El resultado es un «yo» débil y dubitativo,
dependiente. Para tener más fortaleza y confianza es imprescindible
aprender a guiarse por uno mismo y atreverse a expresar las discrepancias,
consiguiendo así ser más auténtico y honestos.
PENSAR
EN UNO MISMO
Poner la prioridad en uno mismo significa
tener en cuenta las propias necesidades y deseos, respetar y escuchar lo que
dicen las sensaciones, el cuerpo, los propios pensamientos… Cuando aparece
una sensación de desasosiego, un malestar, es importante reflexionar sobre qué
lo ha podido despertar.
En muchos momentos es necesario
adaptarse y renunciar a lo que se desea, pero en otros es igualmente importante
poner límites y decir «no», porque de lo contrario uno se arriesga a jugar en
contra de sí mismo.
No hay que olvidar que saber negarse
es una herramienta indispensable para ahorrar tiempo y energía. Permite
priorizar, no desgastarse con cuestiones superfluas o que en realidad no nos
interesan. Además, es una forma de cuidarse a uno mismo, para no
llenar excesivamente la agenda de proposiciones o actividades, para no hacer
continuamente cosas que van en contra de lo que se siente, o para no caer en
relaciones donde se es manipulado con diversas formas de chantaje.
Cada vez que se dice «no» se pone un límite: «Esto no puedo
hacerlo», «Esto no lo puedo tolerar», «Esto no va conmigo»… Y estos
límites son absolutamente necesarios. Son como puntales en la identidad, puntos
de referencia que sirven de guía y permiten vivir con sentido y coherencia. Que
las personas nos valoren o nos traten adecuadamente no depende tanto de ellas
como, especialmente, de nosotros y de que sepamos detectar y expresar nuestras necesidades.
ESTRATEGIAS
PARA DECIR NO:
Los siguientes principios pueden
ayudar a dar negativas y a poner límites de manera adecuada. Por una parte es
importante intentar
no herir los sentimientos de la persona y por otra ser asertivos, es
decir, expresar debidamente las propias necesidades u opiniones para que nos
puedan entender.
•
INDAGAR EN UNO MISMO: En primer lugar es importante hacerse
una serie de cuestiones para empezar a comprender por qué nos cuesta tanto
decir «no». ¿Cómo encajo que alguien me niegue algo?
¿Qué es lo que más temo cuando tengo que dar una negativa? ¿A qué personas o
situaciones me resulta más difícil negarme?
• LA
REACCIÓN ANTE LAS NEGATIVAS: Normalmente las consecuencias que
cada persona cree que tendrá su negativa suelen estar relacionadas con la
manera en que ella misma recibe el «no». Si alguien se siente especialmente
dolido cuando le niegan algo, es fácil que espere que en los demás se dé la misma
reacción.
•
GANAR TIEMPO:
Especialmente para las personas que tienen la inercia a responder siempre con
un «sí» suele ser útil intentar ganar tiempo antes de contestar. Este tiempo les
permitirá aclararse y tomar fuerzas para exponer su parecer.
•
DESCUBRIR NUESTROS DESEOS: Significa adquirir el hábito de
preguntarse por lo que uno realmente desea, más allá de lo que quieran los
demás. En algunos casos ambos deseos serán parejos, en otras ocasiones la
persona puede decidir ceder y adaptarse, pero en otras la mejor decision puede
consistir en negarse.
EXPRESARSE
CON CLARIDAD
Dado que sabemos que una negativa puede
ser desagradable es importante cuidar especialmente la manera en que se
expresa. Unos posibles pasos serían:
• Expresar
primero el deseo de ser útil y el interés hacia la otra persona o la actividad
propuesta.
• Reconocer
las necesidades y los sentimientos de la otra persona.
• Explicar
claramente la razón por la que se rechaza la proposición, apelando a las
propias necesidades y sentimientos.
• Intentar
no culpar ni manipular. (No suele ser una buena medida para conseguir la
colaboración de los demás hacerles responsables de los propios males.)
•
Asegurarse de
que la otra persona ha entendido la decisión.
•
Ofrecer alternativas o intentar renegociar aspectos de la
relación teniendo en cuenta las necesidades de ambos.
• Mantenerse
firme:
Una vez que se ha tomado una decisión y se ha expresado es importante
mantenerla, o llegar a una renegociación. Si los demás no están acostumbrados a
que uno se niegue intentarán convencerle mediante diversas estrategias.
Cristina Llagostera, Mente Sana
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