León Tolstói
Dice el cuento que en el principio de
los tiempos se reunieron varios demonios para hacer la mayor de sus tropelías.
Uno de ellos dijo:
- “Debemos
quitar algo a los humanos pero, ¿qué les quitamos?”.
Después de mucho pensar, un segundo,
añadió:
- “¡Ya
sé! Vamos a quitarles la felicidad. Para muchos de ellos es el don más
preciado, ¡pero el problema va a ser dónde esconderla para que no puedan
encontrarla!”.
Se sumó un tercer demonio a la
conversación:
- “¡Vamos
a esconderla en la cima del monte más alto del mundo!”.
Inmediatamente, replicó un cuarto
demonio:
- “¡No!,
recuerda que tienen fuerza; alguna vez alguien puede subir y encontrarla, y, si
la encuentra uno, ¡ya todos sabrán dónde está!”.
Luego, opinó el quinto:
- “¡Entonces
vamos a esconderla en el fondo del mar!”.
Y el sexto objetó:
- “¡Tampoco!
Recuerda que tienen curiosidad; alguna vez alguien construirá un aparato para
poder bajar allí y entonces la encontrará”.
Un séptimo demonio tomó la palabra:
- “¡Escondámosla
en un planeta lejano a la Tierra!”.
Pero todos protestaron:
- “¡No!
Recuerda que tienen inteligencia; un día alguien va a construir una nave en la
que pueda viajar a otros planetas y va a descubrirla, y entonces todos tendrán
felicidad”.
El último de ellos, el más astuto y
malvado de todos, había permanecido en silencio escuchando atentamente cada una
de las propuestas de los demás. Analizó cada una de ellas y entonces se
manifestó convencido. Y hablando firme y lentamente, dijo:
- “Creo
saber dónde ponerla para que realmente nunca la encuentren…”.
Todos lo miraron asombrados y
preguntaron al mismo tiempo:
- “¡¿Dónde?!”.
El demonio respondió:
“La
esconderemos dentro de ellos mismos, en el fondo de sus corazones… Estarán tan
ocupados buscándola fuera de sí mismos que nunca la encontrarán. Se perderán en
lo accesorio, en lo banal. Su codicia y ambición les hará buscar el mayor de
los tesoros en los objetos, en las cosas, para llenar vanidades, colmar egos,
distraerse de lo esencial. Muy pocos llegarán a darse cuenta de que,
en realidad, solo encontraran la serenidad, el equilibrio y la felicidad si
miran hacia adentro y luego ponen sus dones al servicio de los demás. Si queremos
alejarles de la felicidad, pongámosla tan cerca de sí mismos que sean incapaces
de ni tan solo darse cuenta de que la alojan en el fondo de su Ser…”.
Todos estuvieron de acuerdo y desde
entonces ha sido así: el hombre se pasa
la vida buscando la felicidad sin saber que la lleva dentro.
A partir de aquí, ya ha llegado el
momento de aceptar, todos y cada uno de nosotros, que el gran oasis de nuestra
vida, desértica o no según las circunstancias, siempre viaja con nosotros. Perdemos la conexión con el aquí y el
ahora, con la realidad objetiva y nos perdemos el goce del oasis interior y el
goce, aún mayor, de brindar al mundo ese oasis que podemos llegar a descubrir
dentro de nosotros, para dar Sentido a nuestros pasos.
Besos y abrazos,
Álex
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