El refranero no se
equivoca: la cara es el espejo del alma, o mejor sería decir, las caras, porque
tenemos muchas, una para adaptarnos a cada situación, sea familiar,
profesional.... A esa capacidad de cambiar de cara se le llama rostro social.
Pruebe a leer las líneas que siguen
ante un espejo. Les prometemos que, antes de llegar al punto final, acabará
conociéndose más y mejor. Para empezar, se dará cuenta de que no tiene una sola
cara. Teresa Baró, experta en
habilidades de comunicación personal, explica en La gran guía del lenguaje no verbal (Paidós) que no es igual la
cara de estar solo en casa que la de estar con la pareja o la familia, la del
trabajo, la de una reunión laboral o la del bar. “Cuando te levantas por la mañana, escoges
indumentaria en función de la actividad. Imagínate tu rostro como un traje. Aunque no seas consciente –señala Baró–, la
mayoría de las veces también escoges un rostro”. Los psicólogos
denominan rostro social. Todos escogemos conscientemente o no unas u otras
expresiones faciales para adecuarnos a cada situación comunicativa. Todo el
mundo intenta no reírse, por ejemplo, en un velatorio o cuando un amigo le
cuenta una experiencia dolorosa. Escondemos y mostramos los sentimientos que en cada
momento nos interesan.
¿Somos
mentirosos?
Baró responde con un no rotundo. “La socialización exige que camuflemos sentimientos que
no podemos evitar, actuar tal como intuimos que los demás quieren que actuemos.
Es cuestión de supervivencia”. Es más, asegura que si no la vida
en sociedad podría ser insoportable. El afán innato de adaptación nos lleva a
educar nuestra expresividad, moldear nuestro rostro social. El semblante
muestra el grado de diplomacia de cada uno. Poner la cara adecuada facilita la
buena convivencia, pero no siempre conviene maquillar los sentimientos. Teresa
Baró subraya que a veces puede ser bueno romper este comportamiento: cuando
queremos expresar disconformidad o nos queremos acercar a las personas de
manera auténtica y sincera. De vez en cuando, es conveniente quitarse la máscara.
“El rostro es un
curriculum vitae”, asevera Rose Rosetree, autora de Leer
el rostro (Sirio). Cuenta que Abraham Lincoln una vez tuvo que nombrar a
una persona para su gabinete y la rechazó con el siguiente argumento: “No me gusta su
cara”. Su consejero objetó, aturdido, que el hombre no era
responsable de su cara. Pero Lincoln discrepó. “Cualquiera
mayor de 40 años es responsable de su rostro”. Tenía razón.
A partir de los 40 tenemos la cara que
nos merecemos. “Los
expertos en morfopsicología afirman que sobre la base de la herencia genética,
hemos ido moldeando una fisonomía, reflejo
de nuestra forma de ser, de las actitudes que predominan en nuestra vida y de
los sentimientos frecuentes”, explica Baró. Es decir, si una
persona ha sido muy seria, una vez que llegue a la madurez puede que se le
hayan marcado en el rostro unas arrugas hacia abajo, un rictus fruncido. Esta
especialista apunta que las arrugas o los surcos son el resultado del
movimiento repetido de los músculos y de horas y horas de mantener una misma
expresión. “Por eso es tan acertada la expresión
popular de que la cara es el espejo del alma”.
Al mirar un rostro recabamos mucha
información: el
estado de ánimo de la persona, su actitud, sus intenciones y sus emociones.
Según el catedrático de Psiquiatría Enrique
Rojas, la personalidad asoma a la cara: “En
el rostro reside la esencia de la persona”. Por eso es tan
importante saber gestionar su expresividad y aprender a leer correctamente las
caras de los demás. “La lectura del rostro hace que una persona sea más
poderosa, porque el conocimiento es poder”, comenta Rosetree.
De hecho, la lectura de rostro se ha
practicado durante miles de años. En la China anterior a Confucio, hace unos
2.500 años, la lectura del rostro era una profesión. En la misma época, Pitágoras inició en la Grecia clásica
el estudió de la fisiognomía: se cree que elegía a sus discípulos basándose en
sus rasgos faciales, haciendo un examen del rostro y del cuerpo en general.
Gracias al estudio del psicólogo estadounidense Albert Mehrabian sabemos que la palabra sólo tiene un 7% de
incidencia en la capacidad de influir en los demás. La importancia de la
comunicación no verbal, sin embargo, asciende hasta un 55%. Y ahí la cara juega
un papel vital. Un gesto puede anular de un plumazo un discurso lleno de
argumentos. Hay que saber que los dos mayores focos de información se hallan
alrededor de la boca y de los ojos.
Empecemos
por la boca.
La risa y la sonrisa tienen unos
efectos trascendentales según Teresa Baró. “Generan felicidad.
En un grupo, la risa compartida es una forma de sincronización de los estados
de ánimo y de interpretación común del mensaje”. Además, tiene un
efecto balsámico en situaciones estresantes. Pero hay sonrisas y sonrisas. Una
de ellas es la sonrisa verdadera: la auténtica y espontánea, en la que se
levantan las comisuras de los labios, se muestran los dientes y se forman
arrugas alrededor de los ojos. Baró apunta que el papel de los ojos en la
sonrisa es crucial. “Se sonríe con los ojos”,
asevera.
Estudiosos de la comunicación señalan
que, aunque muchos adultos parecen haberlo olvidado, la risa es uno de los mejores recursos para
conectar con los demás en una situación profesional o social. No
obstante, una risa excesiva o fuera de lugar puede tener un efecto negativo,
porque puede crear una imagen de irresponsable. Es curioso que varios estudios
concluyan que las mujeres ríen más que los hombres. ¿Y eso? “En la sociedad
predomina la idea de que ellas tienen más permiso para mostrar sus
sentimientos”, explica Baró. Pero la autora señala que además de su
fuerza comunicativa, la risa es saludable. “Incrementa la producción de anticuerpos, reduce los
niveles de colesterol y estimula la liberación de endorfinas. Y emocionalmente
ayuda a liberar el estrés, a reducir el temor y la angustia”. El
refranero popular está en lo cierto al recordar que una sonrisa lo cura todo.
Sin embargo, la parte más sincera de nuestra cara son
los ojos. Así lo cree Joe
Navarro que durante 25 años fue supervisor de contrainteligencia en el FBI.
“Los ojos
pueden ser un barómetro muy preciso de nuestros sentimientos porque tenemos muy
poco control sobre ellos”. Por ejemplo, cuando vemos algo que nos
gusta nuestras pupilas se dilatan y se contraen cuando no nos gusta. Es un
indicador más difícil de detectar que una sonrisa, una mirada o una frente
arrugada, pero funciona. En el libro El
cuerpo habla (Sirio) el exagente cuenta que en una ocasión lograron dar con
la identidad de los cómplices de un delincuente gracias a la contracción
pupilar del interrogado, al que le mostraron una serie de fotos: cuando vio las
caras de sus cómplices inconscientemente sus pupilas se contrajeron e hizo un leve
gesto de entornar sus ojos. Esa única pista valió para dar con los malhechores.
La mirada, además, es fundamental para
regular la corriente de comunicación. Para establecer diálogo con alguien empezamos por buscar
el contacto visual. Desviar la vista es un claro mensaje de rechazo.
La mirada puede tener un sinfín de significados. En las conversaciones, por
ejemplo, sirve para regular los turnos de intervención. Mediante los ojos
podemos también entender el tipo de relación entre interlocutores. “Sabemos, por
ejemplo, que las personas de estatus superior miran menos a las de estatus
inferior”, señala la autora del libro La gran guía del lenguaje no verbal. Asimismo, la mirada indica la
personalidad: las
personas seguras y extrovertidas miran más a los ojos y pueden mantener más el
contacto visual. Las inseguras y tímidas suelen apartarla con más
facilidad. A la vez, los movimientos de los ojos indican
pensamientos. “Si
la mirada se mueve hacia la derecha corresponde a ideas nuevas o a algo
imaginado, creado en la mente, mientras que si son hacia la izquierda, se trata
de recuerdos”, aclara Baró.
Ser capaz de descifrar la gran
variedad de expresiones del rostro es una herramienta valiosa para las
relaciones personales y las profesionales. Es información privilegiada que
ayuda a coger las riendas de la comunicación. Baró lamenta que en nuestra
cultura le damos mayor importancia a la palabra que a la comunicación no
verbal. “Es
lo que nos han enseñado en la escuela. Aún así, los latinos somos muy expresivos,
pero lo utilizamos de una forma menos consciente, menos planificada y más
espontánea”.
Pero hoy en día vivimos, más que
nunca, en la sociedad de las caretas.“Internet y las
redes sociales plantean un universo de máscaras, donde las emociones se
simplifican como los rostros en emoticonos y las relaciones se deshumanizan”.
Es la opinión del sociólogo y antropólogo francés David Le Breton, autor, entre otros, del libro Rostros (Letra Viva). Teresa Baró, en cambio, ve ventajas e
inconvenientes en las nuevas tecnologías. “Cada vez más gente se refugia en la escritura ante la
pantalla, y cada vez son menos capaces de entrar en una comunicación
presencial. Pero también es verdad que está aumentando el uso de las
videoconferencias y en ellas todo depende de la expresión facial en el marco de
la pantalla. El rostro cobra mayor relevancia que en el cara a cara”.
De todos modos, cabe destacar que incluso en los chats la gente confía más en
su interlocutor cuando muestra una foto de su rostro.
Internet auspicia las máscaras, pero
también la cosmética y la cirugía estética. “Una intervención estética quizá te dé una apariencia de
juventud, pero reduce muchísimo la expresividad –explica Baró–. Surge una cara
distinta, con proporciones distintas. Si, por ejemplo, te pones bótox en la
zona de los ojos, no podrás reírte con la misma expresividad”. Pero
hay quien defiende los retoques. El cirujano plástico italiano Enrico Enzi, cree que con bótox en el
entrecejo se puede mejorar el estado de depresión porque esa persona no podrá
arrugarlo, pues esa es la zona de la preocupación y del desánimo.
Algunos de los que mejor saben leer
las caras son los retratistas. Pero tanto ellos, como los expertos en
comunicación no verbal, repiten una y otra vez la misma advertencia: no se debe caer
en el peligro de la primera impresión y en la tentación de juzgar a las
personas por su cara. “Tenemos prejuicios, preinformaciones sobre las personas,
y siempre vamos a buscarlas en su rostro”, confiesa el pintor Tullio Pericoli en el libro El alma del rostro (Siruela). De hecho
la primera premisa de la morfopsicología, que es la ciencia clínica y humana
que estudia la correlación entre rostro y mente, es “comprender,
y no juzgar”.
Catálogo
de caras
La cara difícilmente esconde la
realidad, según el pintor y retratista italiano Tullio Pericoli: “Las emociones
forzadas del rostro, dictadas por la oportunidad social, suponen un mayor
esfuerzo muscular. Resultado: quedan más marcadas en el rostro que las
expresiones naturales. La simulación, por muchos esfuerzos que se hagan para
disimularla, se graba en la cara. Y se revela”. He aquí una guía
básica para desenmascarar rostros elaborada por el exagente del FBI Joe
Navarro:
Ojos
Mirar con los ojos entornados, fruncir
el ceño y bajar las cejas indica disgusto o incomodidad.
La pupilas se dilatan al ver algo que
nos gusta y se contraen cuando no nos gusta. Por ello, los entornos de poca luz
(atardeceres, mesas con velas), al dilatar la pupilas, favorecen la atracción
mutua.
Cuando estamos entusiasmados abrimos
los ojos como platos.
Las cejas levemente arqueadas son un
signo de sentimientos positivos.
El ritmo de nuestro parpadeo aumenta
cuando estamos excitados, preocupados o nerviosos.
Boca
La tensión o la inquietud hace que nos
mordamos los labios y desaparezcan del rostro.
Fruncimos o arrugamos los labios
cuando estamos en desacuerdo o cuando estamos pensando una posible alternativa.
Pasar la lengua por los labios muestra
un comportamiento apaciguador que tiende a calmarnos.
Frente
La frente arrugada es una pista
innegable de malestar e inquietud.
Nariz
El ensanchamiento de las fosas nasales
indica excitación.
Arrugamos la nariz para mostrar
aversión o repugnancia.
Rostro
y cerebro
Julian
Gabarre,
doctor en Psicología, defiende que el rostro y el cerebro son dos caras de una
realidad. Con su tesis doctoral ha demostrado que existe correlación entre la
morfología facial y la psique. Tras estudiar minuciosamente a 91 personas ha
concluido que los sujetos con la zona media de la cara (los pómulos) más
estrecha que la zona baja (la mandíbula) muestran una mayor independencia
respecto al grupo, y una mayor dificultad de expresividad verbal y emocional.
Al contrario, las personas con la zona media del rostro más ancha que la
mandíbula muestran valores más altos de adhesión al grupo y mayor expresividad
tanto verbal como emocional.
La cara tiene veinte músculos que
controlan las expresiones faciales. El neurocientífico Joseph Le Doux explica que existe una conexión especial entre
rostro y cerebro única en el cuerpo “porque los nervios que controlan los movimientos
faciales y que hacen regresar las sensaciones desde los movimientos faciales al
cerebro van directamente desde el cerebro al rostro, sin pasar por la médula
espinal”. De hecho, está científicamente probado que si una persona
sonríe, ese gesto causa ciertas reacciones químicas en el cerebro y genera
emociones positivas. A la hora de leer el cerebro mediante el
rostro, la morfopsicología divide la cara en tres zonas. La zona baja (boca, mandíbula y
mentón) está ligada con el sistema digestivo y reproductivo e indica nuestros
instintos primordiales. La zona media (los pómulos y nariz) esta
ligada al sistema respiratorio y olfativo e indica nuestras emociones. Por
último, la
zona superior (la frente) informa sobre la vida mental y sobre la
capacidad de imaginación, análisis y toma de decisiones de cada uno. De todos
modos, Gabarre subraya que no existe una relación simple entre la cara y la
psicología personal: hace falta estudiar qué zona es la dominante y el grado de
armonía entre las distintas partes del rostro. “Es
una herramienta de desarrollo personal y no una herramienta de exclusión, no
permitirá nunca conocer nuestros secretos más íntimos”.
Miles
de microexpresiones
¿Cuántas microexpresiones puede
mostrar su rostro? Más de 10.000, según el psicólogo estadounidense experto en
expresión facial Paul Ekman. Son
expresiones que duran un cuarto de segundo, incluso menos. Pero son
imprescindibles para detectar las emociones e intenciones que se esconden del
forzado rostro social. Ekman defiende que esas expresiones son universales y se
puede aprender a detectarlas: en la web Paulekman.com ofrece cursos de
entrenamiento con vídeos. La serie Lie
to me (miénteme), por ejemplo, está basada en su investigación.
Cap comentari:
Publica un comentari a l'entrada