“En una noche estrellada un anciano de la tribu de los Cherokee
estaba con sus nietos. Les dijo: "hay una lucha dentro de mí, una lucha
terrible entre dos lobos. Uno de estos lobos representa el miedo, el tú no
puedes, no lo intentes. El otro lobo representa la aceptación, creer en ti
mismo, el amor, en definitiva. ¿Cuál creéis que va a ganar?”, les
pregunta.
Durante unos segundos, los nietos se
quedaron en silencio, sin pronunciar palabras. “¿Cuál, abuelo?”, preguntó, por
fin, uno de ellos. El anciano le sonrió calmadamente y respondió: “aquel que yo decida alimentar””.
Este cuento representa la dualidad del
ser humano. Como vemos en el Laboratorio
de la Felicidad, vivimos emociones áridas como la tristeza, el miedo o el
dolor, pero también somos capaces de ilusionarnos, de soñar y de querer a cada
una de las personas que nos rodean. Tenemos ambos “opuestos” y solo depende de
cada uno de nosotros decidir a cuál queremos alimentar. Ahora bien, si optamos por
el amor, es el mejor (y único) camino para sentirnos grandes.
Amar es una experiencia que
transforma, que hace que la realidad se contemple desde otras perspectivas más
amables. A veces se asocia con la pareja (como ocurre en San Valentín, día que
algunos celebran), sin embargo, la mirada amorosa no es exclusivo de un compañero o
compañera. Como dice el cuento, es una decisión. Y seguramente
cualquier persona que se haya sentido amada o haya amado sabe que es el estado
de mayor plenitud y serenidad.
Tampoco podemos confundir amor con
enamoramiento. Este se rige por un baile hormonal que confunde, que requiere
del otro y que se esfuma con el tiempo. Sin embargo, amar no necesita del otro necesariamente.
Es un estado que nos conecta con nuestra esencia, con aquello que los poetas
escriben y por lo que hombres y mujeres poderosos pueden llegar a sucumbir. Se
expresa en los pequeños detalles, en nuestros pensamientos donde no hay espacio
para reproches o culpabilidades, sino para contemplar con dulzura los defectos
de quienes nos rodean o de nosotros mismos. Posiblemente, el proceso de madurez pase
por aprender a querer tal cual somos, sin necesidad de aparentar, conseguir o
demostrar nada. Solo siendo. Y cuando esto lo vivimos, acertamos porque algo
grande ocurre dentro de nosotros.
“El amor no es necesario
para vivir pero sí para que merezca la pena vivir”. Mariano Yela, catedrático de la
Universidad Complutense (1921-1994)
Basado en el libro: Jericó (2010):
Héroes Cotidianos, Planeta
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