Tengo 45 años. Escocés, vivo en Canadá. Casado, dos hijos. Licenciado en Historia Moderna, vivo de mis libros,
conferencias y artículos. Gracias a la crisis estamos en tiempo de
reflexión, de forjar un modelo nuevo más sostemble y solidario, menos superficial
Creo en la humanidad
HACERLO BIEN
Hace una década publicó Elogio a la lentitud, un superventas
internacional que se convirtió en el manifiesto del movimiento slow y que dio
origen a un sinfín de movimientos: desde la comida lenta, las ciudades lentas o
el sexo lento hasta el club de la pereza, en Japón. Ahora, con La lentitud como método (RBA) quiere
pasar de la filosofía y los estudios científicos y sociales a ofrecer
herramientas para ser eficaz y vivir mejor en un mundo veloz. La gran
revolución del siglo XXI será pasar de
hacer las cosas lo más rentable y rápido posible a hacerlas lo mejor posible y
pensando a largo plazo; y es aplicable a todo: planeta, política, trabajo,
salud, relaciones, sexo...
¿Por qué se puso a investigar sobre el
tiempo?
Fue un momento epifánico: una
noche, a la hora de la lectura del cuento, mi hijo pequeño me preguntó: Papá,
¿porqué esta vez sólo hay tres enanitos?".
.?
Me saltaba líneas, párrafos y capítulos porque siempre tenía
prisa.
Es una triste realidad muy extendida.
Yo me di cuenta de que había perdido la brújula y que debía
reconectar con mi tortuga interior. Como periodista, quise entender mi adicción
a la prisa y me puse a investigar en todos los campos.
¿Y descubrió que la prisa mata?
Mata, nos lleva a cometer
enormes errores, nos roba nuestro tiempo y nos impide ser felices. Vivimos en la
hiperactividad y la hiperestimulación, y eso nos resta capacidad de gozo, de
disfrute, de acceder al placer de cada momento. Mire qué bonito día hace.
Precioso, SL
¿Dará un paseo y comerá en una
terraza al sol, o lo hará rápidamente en la oficina para poder ir al gimnasio?
Es una opción bastante común.
A mí eso del gimnasio me parece
una metáfora del mal uso del tiempo. Podemos encontrar momentos de ejercicio
mucho más sanos y agradables que estar encerrados en una jaula tecnológica con
música, pantallas y sudor ajeno; pero somos adictos a las soluciones rápidas y empaquetadas.
¿Por qué hacemos eso?
La industrialización trajo la
idea de que el tiempo es oro y empezamos a contar minutos y a darles un valor
económico.
El tiempo se asoció al dinero y eso no nos deja vivir.
El tiempo vuela...
Las soluciones rápidas conllevan
errores que luego hay que subsanar con más tiempo y más dinero.
Pero insistimos.
Sí, porque por cada hallazgo,
por cada solución rápida, por esos pequeños triunfos, recibimos una descarga
química; eso, unido a que estar ocupado y estrenado es signo de prestigio,
lleva a que literalmente nuestra relación con el tiempo nos haga infelices. Debemos
aprender de nuevo la lentitud.
Primero habrá que valorarla.
No hay más que informarse:
todas las grandes ideas son el resultado de horas en soledad mirando el cielo,
pensando y planificando. Cuando surge la chispa, esa brillante intuición no es
más que el resultado de tu base de datos, de relacionar una idea con otra.
Entiendo.
Las investigaciones sugieren
que se requieren diez mil horas de práctica para dominar una disciplina hasta
el punto de poder dar los saltos intuitivos que diferencian a los mejores de
los mediocres.
Me está hablando de dedicar horas.
Le estoy diciendo que son los
detalles ínfimos y cotidianos los que marcan la diferencia, y para percibirlos
y trabajarlos nuestro objetivo ha de ser el largo plazo.
¿Pensar en lo pequeño para llegar a lo
grande?
Para llegar a lo óptimo. Si no tiene tiempo de hablar con su
pareja, de jugar y reír con sus hijos, ;qué relación espera tener? Si en general
dedicamos más tiempo a mirar la tele que a mirarnos a los ojos,
¿espera que la pasión se instale en su vida? ¿Qué cree que lamentará más su
marido en su lecho de muerte, haberse perdido partidos del Barça o no haber
amado más profundamente?
Entiendo.
John Wooden, considerado uno de
los mejores entrenadores de la historia del deporte universitario, batió el
récord al ganar diez campeonatos de la NCAA en diez años.
¿Cómo lo hizo?
Enseñaba a sus jugadores a
ponerse los calcetines, cómo enrollarlos, meter la punta del pie e ir
desenrollándolos.
¿...?
Decía que los calcetines
arrugados causan ampollas que afectan al rendimiento, pero sobre todo que la
atención a los pequeños detalles que pasan inadvertidos es la diferencia entre
ser campeones y casi campeones.
¿Qué me aconseja para convertirme en
la campeona del buen rollo? Acepte la incertidumbre, que es consustancial
a la vida y que en esta sociedad llevamos muy mal. Reconozca las equivocaciones,
porque eso permite cambiar la óptica y encarar el mundo con más frescura
íntelectual. Y,
sobre todo, juegue.
¿A qué?
A explorar sin prejuicios. Hoy la ciencia nos dice que el juego
puro nos reorienta el cerebro y nos provoca una expansión de creatividad. Es
otra manera de pensar que nos conecta con el otro para argumentar, desafiarnos,
crear.
Requiere esfuerzo.
Buscamos atajos que tratan los síntomas del problema en vez de
la causa y queremos que la solución nos entregue un punto final, pero para los
problemas complejos no hay punto final.
Su música de fondo es el tictac, tic.
Gracias a las nuevas
neurociencias sabemos que simplemente mirando un reloj al ser humano le entra
angustia. Yo lo he desterrado.
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