La ira nos moviliza, pero
también puede engullirnos si nos enrocamos en ella
Un día en el que un caso de
corrupción, de los que ya son cotidianos, había saltado a los periódicos,
durante una comida con una elegante y entrañable señora de 85 años. Con su
dulce voz dijo: “Yo,
gracias a Dios, estoy bien, pero cuando pienso en todas las personas que no
tienen nada y veo cómo algunos dirigentes estafan esas cantidades de dinero,
entendería que alguna persona desesperada cometiera cualquier tipo de
barbaridad”. Sus palabras chocaban con la dulzura de su voz, pero no
con la indignación que le hervía por dentro.
En este mismo semanario, días
atrás, Rosa Montero confesaba que, pese a que siempre intenta ser mesurada a la
hora de escribir, había llamado criminales a los parlamentarios contrarios a la
iniciativa legislativa popular que pide la dación en pago en los desahucios. Y,
lejos de retirar sus palabras, reafirmaba que lo seguía pensando. Su ira es
representativa del sentimiento de muchos ciudadanos. Multiplicada a
extremos insufribles en aquellos que se encuentran directamente afectados.
Motivación y emoción son dos
palabras que los psicólogos solemos asociar. De hecho, Motivación y emoción es
el nombre de una asignatura de la licenciatura de Psicología, el título de una
revista científica y de libros sobre el tema. Son dos conceptos que se solapan,
que se entrelazan con fuerza. Podríamos decir que la emoción nos activa y la motivación
nos dirige. A los homínidos, esta combinación nos ha permitido
durante miles de años adaptarnos al medio. Las emociones negativas, como el miedo
o la ira, activan una serie de procesos fisiológicos que nos permiten
protegernos y defendernos. Esto es, la emoción supone una activación fisiológica que nos
motiva o nos empuja a realizar una acción. “Me dio tanta rabia, que no pude más y se
lo dije; probablemente si no me hubiera enfadado, no lo habría hecho”, “me
calentó y estallé”, “si me enfrío, ya sé que no voy a hacer nada”. A veces
necesitamos la rabia para movernos, pero ¿es una condición indispensable?
“Yo
no tenía una creencia específica, excepto que nuestra causa era justa, era muy
fuerte y que estaba ganando cada vez más y más apoyo”. Nelson Mandela
Los desahucios, los sobres, la
codicia, los recortes, los sueldos abultados de muchos políticos… se han
convertido en una realidad irrespirable. La ira y el enfado que nos provocan nos empujan a luchar.
Nos movilizamos, protestamos, nos manifestamos, surgen iniciativas populares
para ayudarnos entre nosotros. Estas acciones tan necesarias están en muchos
casos impulsadas por la furia, por ese resentimiento que sentimos por este
vergonzoso panorama. ¿Qué pasará si esa serpiente que se enrosca en nuestro
estómago sigue siendo la que motive nuestras acciones? Quizá nos
comerá a nosotros antes de que podamos cambiar algo.
La vida no es justa y nunca lo ha sido. La falacia de
justicia se considera una distorsión cognitiva dentro de la psicología. Una
distorsión que se caracteriza por considerar injusto todo lo que no coincide
con nuestras creencias o valores. Nos exasperamos, experimentamos arranques de
venganza, cuando creemos que el mundo es injusto con nosotros. Es el típico
razonamiento de ¿por qué a mí?
Desgastamos la mente intentando
entender las barbaridades que suceden a nuestro alrededor para digerirlas
mejor. Todo
sería más fácil si aprendiéramos a admitir que el mundo está lleno de
injusticias y que algunas nos pueden tocar a nosotros. Cargar la
mente con porqués incontestables nos consume. Aceptar duele menos. Cuando
atravesamos épocas duras y vemos quién nos ayuda y quién no, nos solemos llevar
auténticas sorpresas. Suele doler mucho cuando esperas algo de alguien y no ves
movimiento alguno. Sin embargo, cuando recolocas a esa persona en otro sitio de
tu cerebro, cuando ya sabes de qué palo va, pierde su capacidad de herirte. Si lográramos
aceptar cómo es la naturaleza humana, quizá sería más fácil aceptar (que no
resignarse) las injusticias. Solo podemos avanzar si sabemos dónde
estamos y aceptamos la realidad tal cual es. Intentar ser activos desde la
aceptación y no desde el resentimiento.
Cada día se escuchan más
historias sobre cómo la dura situación por la que están atravesando muchísimas
personas se traduce en un auténtico infierno doméstico. Dentro de las cuatro
paredes donde se convive, gritos y menosprecios van golpeando a las parejas, a los
niños, a los abuelos. Las emociones negativas se nos desparraman y ya lo están
tiñendo todo. Somos animales. No podemos dejar de experimentar emociones. ¿Cómo manejar
la rabia, la ira, el resentimiento que provocan las desigualdades que estamos
viviendo?
No todos controlamos igual las
emociones. Algunas personas son capaces de ponerlas en un cajón, en una
mochila, esto es, les dejan un espacio limitado. No las eliminan; muy al
contrario, las reconocen, lloran si hace falta, las explican a algún amigo… Sienten
la rabia, la pena… Las miran, no las evitan, no huyen. Los sentimientos que
soslayamos se vuelven más borrosos y se desbocan con más facilidad. Si los
observamos, sus contornos se van volviendo más nítidos, se concretan.
El resentimiento es una de las emociones más amargas; observarla
de cerca para comprobar su inutilidad nos puede ayudar a dejarla atrás. Hace unos
meses, durante el coloquio que siguió a una charla en una cárcel catalana, un
interno explicó que había vivido ocho años con mucho resentimiento por lo que
le había hecho un amigo y también por un incidente relacionado con su exnovia.
Contó su corrosiva amargura. “Un día me levanté y vi que aquello no tenía sentido, y
se me fue. De repente pasé página con una facilidad venida del cielo…”.
El rencor contra los demás solo sirve para devorarnos por dentro, pero los
otros se quedan igual. Como muy bien expresó William Shakespeare, “la ira es un
veneno que uno toma esperando que muera el otro”. A aquel
interno, el día que tuvo la certeza de la inutilidad de ese sentimiento le
desapareció el odio incrustado.
“El
resentimiento no daña a la persona contra la cual mantiene esta emoción; el
resentimiento le está comiendo por dentro a usted”. Norman Vincent Peale
Ese interno vivió durante ocho años en dos prisiones: en la real
y en la del resentimiento. ¿Cuál es peor de las dos? Al tiempo de
abandonar la cárcel, Nelson Mandela
declaró: “Al
salir y ver toda aquella gente sentí mucha rabia por los 27 años de vida que me
habían robado; pero entonces el espíritu de Jesús me dijo: ‘Nelson, cuando
estabas en prisión eras libre, ahora que eres libre no te conviertas en tu
prisionero”. Mandela vivió 27 años encerrado en la cárcel, aunque no
en el resentimiento. La serenidad que logró cultivar fue la que le dio la
fuerza para luchar contra las injusticias.
La vergüenza que provocan esas
injusticias en quien las oye o lee en los medios de comunicación, la rabia e
indefensión en quien las sufre en sus carnes, nos cargan de energía
contaminante. Si queremos cambiar el mundo, mejor que nos recarguemos con la
energía que proviene de las pequeñas alegrías que nos regala el día. Aunque ahora
parecen estar muy escondidas, siguen ahí
PALABRA
DE SABIO
Dalai
Lama:
“Los
científicos consideran importante examinar un problema objetivamente,
estudiarlo sin mucha implicación emocional. Con esa actitud puedes decirte: ‘si
se puede luchar contra el problema, lucha, ¡aunque tengas que llegar a los
tribunales! Luego, si descubres que no hay forma de ganar, limítate a
olvidarlo. Perpetuamos el dolor, lo mantenemos vivo cuando repasamos una y otra
vez nuestras heridas, al tiempo que las exageramos. Volvemos una y otra vez sobre los recuerdos dolorosos, quizá con el deseo
inconsciente de que cambie la situación, pero no cambia”.
Mahatma
Gandhi:
“No dejes que
se muera el sol sin que hayan muerto tus rencores. Recordad que a lo largo de
la historia siempre ha habido tiranos y asesinos, y por un tiempo han parecido
invencibles. Pero siempre han acabado
cayendo. Siempre”.
Martin
Luter King:
“Nada que un
hombre haga lo envilece más que el permitirse caer tan bajo como para odiar a
alguien. Tengo un sueño, un solo sueño,
seguir soñando. Soñar con la libertad, soñar con la justicia, soñar con la
igualdad, y ojalá ya no tuviera necesidad de soñarlas”.
PELÍCULAS
– Inside job, de Charles Ferguson.
– Cadena perpetua, de Frank Darabont.
– Ladrón de bicicletas, de Vittorio de Sica.
– Pena de muerte, de Tim Robbins.
LIBROS
– Los rostros de la injusticia, de Judith Shklar. E
ditorial Herder,
2013. Un ensayo que muestra las mil caras de la injusticia y plantea la actitud
con que afrontarla.
“Solo
si nos comprometemos y, mediante procedimientos democráticos, expresamos
permanentemente nuestro sentido de la injusticia, conseguiremos que los
gobernantes se impliquen en tratar de aminorarla”.
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