El cambio nunca es fácil. Luchamos para aguantar y conservar, y
no practicamos con igual afán el "dejar ir". Nos
resistimos a dar por finiquitadas etapas ya consumidas o muertas, sin entender
que no podremos encontrar la calma perfecta, sin antes aceptar y asumir que
todo es transitorio, volátil y
perecedero.
A veces, por ejemplo, la gente llega
a nuestra vida destinados a permanecer en ella solo durante un tiempo;
para servir a algún propósito, enseñarnos una lección, o ayudarnos a descubrir
lo que somos o en qué deseamos convertirnos. Uno nunca sabe quiénes son esas
personas que nos adiestran sobre ese algo que necesitamos saber (posiblemente
tu compañero de cuarto, un vecino, un profesor, un viejo amigo, un amante, o
incluso un completo desconocido). Una vez cumplida su misión, desaparecerán.
La gente que nos vamos
encontrando a lo largo de nuestro camino, resulta esencial para moldearnos y terminar de
construirnos. Y ello aunque dichos encuentros resulten finalmente
malas experiencias. De hecho, las malas experiencias son las más provechosas.
Si alguien nos hiere, nos traiciona o nos rompe el corazón, nos habrán ayudado
a aprender mucho acerca de la confianza y de la importancia de ser cautelosos.
En resumen, haz que todos los
días valgan. Aprecia
la utilidad de lo que te llega y de quién te llega en cada momento, y recuerda
que todo es efímero y transitorio.
El Buda fue el hombre más
despierto de su época. Nadie como él comprendió el sufrimiento humano y
desarrolló la benevolencia y la compasión. Entre sus primos, se encontraba el
perverso Devadatta, siempre celoso del maestro y empeñado en desacreditarlo e
incluso dispuesto a matarlo.
Cierto día que el Buda estaba
paseando tranquilamente, Devadatta, a su paso, le arrojó una pesada roca desde
la cima de una colina, con la intención de acabar con su vida. Sin embargo, la
roca sólo cayó al lado del Buda y Devadatta no pudo conseguir su objetivo. El
Buda se dio cuenta de lo sucedido y permaneció impasible, sin perder la sonrisa
de los labios.
Días después, el Buda se cruzó
con su primo y lo saludó afectuosamente.
Muy sorprendido, Devadatta
preguntó:
-
¿No estás enfadado, señor?
-
No, claro que no.
Sin salir de su asombro,
inquirió:
-
¿Por qué?
Y el Buda dijo:
-
Porque ni tú eres ya el que arrojó la roca, ni yo soy ya el que estaba allí
cuando me fue arrojada.
El Maestro dice: Para el que
sabe ver, todo es transitorio; para el que sabe amar, todo es perdonable.
Reflexión final: la gente no cambia sobre la base
de lo que saben, cambia sobre la base de lo que sienten.
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