Autor:
Arthur Schopenhauer
¿Hay algún día
concreto de tu vida que identifiques como aquél en el que cambio tu destino
para siempre?
Cuando llegan,
somos incapaces de determinar con precisión la trascendencia de los momentos
cruciales de nuestras vidas. Generalmente, se asoman silentes e inesperados, y solo la
distancia de los años te hace concederles la capital importancia que llegan a
adquirir en nuestras vidas.
No confío
demasiado en las revelaciones que instantáneamente te hacen reconocer esa tarea
a la que te dedicarás de por vida o a la persona que te acompañará para
siempre; más bien confío en la lenta maduración de los momentos en los cuales todo
cristaliza.
Partiendo de
una fecha clave, creo que todos podríamos rastrear hasta el día en el que
cambió nuestra vida para siempre. Aquél en el que nuestras vidas se
transformaron a partir de un acontecimiento concreto y cuyas repercusiones no
alcanzamos a comprender en ese instante. Un cambio drástico que nos perfiló hacia lo que estábamos
destinados a ser... y a vivir.
Hay ejemplos
textuales de decenas personas comunes que identificaron con nitidez, ese es el
objeto del portal, el día en el que cambió su vida para siempre. Aquí os
traslado algunos de los testimonios que se recogen...
John Bird: Nací en una zona muy pobre de Notting
Hill. Me convertí en un niño con problemas y comencé a robar, hasta que terminé
a los 15 años en el reformatorio. Fue ahí donde mi vida cambió. Un funcionario
se acercó y me preguntó si quería un libro. Al no responderle, supuso que no
podía leer. En realidad, sí podía, pero solo un poco. Luego sugirió que
subrayara las palabras que no entendiese, que él me las explicaría. Debido a
que su tono de voz era amable, no condescendiente, me llevé el libro. Y le pedí
más.
Desde entonces
he leído mucho y he desarrollado gusto por la poesía, el arte, la historia... Y
todo porque ese hombre me dio el apoyo que necesitaba en aquél momento, a pesar
de que no era parte de su trabajo, y me abrió la mente a nuevos horizontes. A
partir de ese día me di cuenta de que había más vida que la pobreza. También me
di cuenta de que podía mejorar a otros, como el funcionario de prisiones había
hecho conmigo.
Joan Bakewell: Yo venía de una modesta casa en un
norte de Inglaterra, lo que significaba industria pesada y cielos contaminados.
Al llegar a Cambridge, en 1951, fue como entrar en la tierra prometida. El
descubrimiento de la belleza a mi alrededor cambió mi opinión sobre el mundo.
Sin embargo,
ese primer día sabía que había algo aún más especial. Yo fui el primero de mi
familia en ir a la universidad. No sabía muy bien qué esperar. Lo que encontré
me transformó. Di con una comunidad de personas deseosas de aprovechar al
máximo lo que se les había dado. Estábamos ansiosos de aprender, abiertos a
nuevas experiencias, compartiendo, todos, un orgullo legítimo por la cultura
que estábamos recibiendo.
Lorraine Kelly: El 8 de junio 1994 mi hija Rosie
nació, tras 16 horas de parto, con una mata de pelo negro y grandes ojos
sorprendidos. No lloró, solo miró a su alrededor con mucha calma, sin apartar
sus ojos de mi. Mi mundo cambió por completo. Yo no sabía el significado del
amor incondicional... y creo que a los 34 años, finalmente, lo descubrí. Ser
madre me hizo desde aquél día menos egoísta y mejor persona.
Anton Mosimann: Salí de Zúrich en un vuelo de Swiss
Air con destino a Tokio. Era el 1 de febrero de 1970. Ese era mi primer viaje
al Lejano Oriente y estaba muy emocionado. Había sido elegido para dirigir un
equipo de chefs en el Pabellón Suizo de la Expo de Japón; el mayor logro de mi
carrera.
Cuando llegué
a mi asiento asignado en la ventana, ya había una joven sentada allí.
Amablemente, me dijo que no había sido un error y que se daba cuenta de que no
tenía que estar en esa plaza. A continuación, me explicó que estaba aterrada
por volar y que ese sería, si no me importaba, el mejor asiento para ella en
las siguientes 13 horas. Como un caballero, me senté en el asiento del medio.
Sus nudillos estaban blancos de miedo mientras se aferraba al reposabrazos
durante el despegue. Tres años después esa mujer se convirtió en mi esposa y
llevamos casados 36 años... y sigue insistiendo en tener el asiento de la ventana.
Alfie Boe: Como cada niño, siempre di por
supuesto que mi padre estaría ahí para mí eternamente. Después de su muerte me
di cuenta de lo corta que es la vida. Así que el día que cambió mi vida fue el
día en el que me di cuenta que mi padre ya no estaría más a mi lado.
A lo largo de
la enfermedad de mi padre me dije que después de su muerte, en algún momento,
me gustaría volver a verlo. Yo no entendía realmente lo que quería decir con
aquello, pero no fue hasta tres meses después de su muerte que entendí el
significado.
No había
llorado mucho hasta entonces. Un fin de semana mi madre me pidió una taza de
té. Me fui a la cocina y encendí el fuego para hervir el agua. Durante la
preparación alcancé la taza de mi padre y, sin darme cuenta, y como si la mano
me fuera ajena, la dejé caer y se rompió. Mi padre, pensé, estaba más cerca de
lo que pensaba; yo era su hijo. A día de hoy me doy cuenta de las similitudes
entre mi padre y yo. Y ahora que soy padre a la vez me doy cuenta de las
similitudes de mi hija conmigo. Solo espero ser tan buen padre como el mío lo
fue... y sé que, de alguna forma, él siempre está a mi lado para ayudarme a
lograrlo.
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