Si queremos ser más longevos, tenemos a nuestro alcance un pequeño truco:
ser más optimistas. Así lo demostró la clínica Mayo, una
de las más prestigiosas de Estados Unidos, después de estudiar a 839 pacientes.
Aquellos catalogados como optimistas vivían por término medio un 20% más que
los encuadrados en el bando del pesimismo, además de disfrutar de una mejor
calidad de vida. No está nada mal como argumento publicitario para una
crema interna antiedad. Ahora bien, más de uno puede pensar que el
optimismo es una cuestión genética y que si hemos crecido en una familia
pesimista, poco podemos hacer. Si alguien lo opina, me temo que está
equivocado. Martin Seligman, padre de la Psicología Positiva, después
de varias décadas estudiando el optimismo afirma que sólo en un 25% de los
casos responde a factores hereditarios... ¡Lo
que significa que en un 75% depende de nosotros! Así pues, no hay muchas
excusas para no ponerse manos a la obra.
El optimista tiene una visión más amable de la realidad, encuentra oportunidades hasta en los momentos difíciles y tiene un
patrón de respuesta ante las contrariedades muy claro. Seligman analizó dicho
patrón resumiéndolo en dos claves. Veásmoslo.
EJEMPLO:
Piensa en algo que se te da bien como hacer un informe, realizar un
determinado ejercicio o cocinar un plato. Si crees que es algo habitual o que
depende de tu esfuerzo fundamentalmente, tendrás una actitud optimista. Sin
embargo, si lo sueles explicar basándote en la suerte o como algo puntual o
excepcional, tu tendencia será más pesimista.
Ahora piensa en algo que no te haya salido tan bien. Si en este caso crees
que es algo coyuntural y que además, puedes actuar en un futuro para evitarlo,
tus rasgos son más optimistas. Un ejemplo de este tipo de pensamientos es
decirse a uno mismo “qué torpe estoy hoy”. No piensas que siempre vaya a ser
así. Sin embargo, el pesimista opina de un modo contrario. Cree que lo que le
sale mal es habitual y podrá decirse cosas como: “siempre me tiene que pasar a mí
todo lo peor” (frase, por cierto, muy manida en nuestra cultura).
Así pues, el cómo interpretemos nuestra realidad, nuestros éxitos y nuestros
fracasos, nos permitirá quedarnos encerrados en el pesimismo o por el
contrario, ser más optimistas y como consecuencia, más longevos y más felices. Vale la pena prestar atención a ello.
RECETAS:
1. Prestas atención a lo que te dices cuando las cosas no salen como hubieras
esperado. ¿Consideras que es algo habitual o por el
contrario crees que es fruto de una situación que puedes cambiar? Si eres más
partidario del segundo tipo de pensamiento, ya sabes, acumulas puntos para el
optimismo.
2. Si te asaltan pensamientos pesimistas porque crees que siempre te ocurren
cosas negativas, crea una mesa redonda contigo mismo y rebátete. Todos tenemos motivos por los que sentirnos satisfechos y de todo se puede
aprender. Si te ha salido algo mal, ¿seguro que es lo habitual? ¿No te están
saliendo bien también otras cosas? ¿podrías evitarlo en un futuro?... Date
argumentos de tal peso que silencies la voz pesimista. Pregunta a amigos o
familiares para darte una visión más amable de tu realidad.
FÓRMULA:
El optimista tiende a pensar que las cosas positivas son permanentes y las
negativas, transitorias y sobre las que puede actuar en un futuro para
evitarlas.
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