Nací más o menos hace 27 años:
en Belitong -una isla diminuta de indonesia- no había registros. Tras vivir en París y Gran Bretaña he vuelto a casa.
Estoy licenciado en Económicas. Todos los niños del
mundo deberían poder estudiar; en Belitong fue una proeza. Soy musulmán
BENDITO
ENTUSIASMO
Un viejo maestro y una joven
entusiasta de la educación montaron una escuela en una isla de Indonesia que
apenas aparece en los mapas y sin educación pública. Las condiciones del
Gobierno para que permaneciera abierta eran que no le costara ni un duro y que
contara como mínimo con diez alumnos. Tras siete años de estudio, sólo uno de
esos niños descalzos consiguió ir a la universidad, pero el talante de aquellos
dos maestros y sus diez alumnos cambió para siempre la historia de Belitong,
que hoy recibe miles de turistas al año en busca de las ruinas de la escuela.
Andrea escribió su extraordinaria historia, La tropa del arco iris (Temas de Hoy).
Mi diminuta isla era rica en
estaño, pero durante cien años lo explotó una gran compañía foránea, la PN.
¿Dos mandos?
Sí. Los trabajadores de la PN,
con sus instalaciones deportivas, sus casas coloniales y su escuela. Y los
nativos, hijos y nietos de analfabetos, niños descalzos y harapientos que no
teníamos derecho a la educación.
¿Ocurrió un milagro?
Sí, con nombre y apellido: se
llamaban el viejo maestro Park Arga y la joven Bu Mus, que habilitaron un
cochambroso colegio de madera en el que llovía dentro.
...
Eran personas tan excepcionales
que hicieron de esa choza un lugar de conocimiento, así que quien tenía
paraguas lo abría y quien no, aguantaba. Bu Mus se cubría la cabeza con una
hojas de platanero. Teníamos cuatro meses de lluvia, pero nadie se movía.
¿No había otra escuela pública?
No, y para el Gobierno era más
sencillo que permaneciera cerrada; así que el inspector Salamikum estaba lleno
de exigencias. Añada a eso que bajo los tablones del aula había un rico
yacimiento. Si de los diez alumnos que acudíamos fallaba uno, la cerraban.
Usted y sus nueve amigos.
Nueve niños y una niña (cuyos
hijos han ido todos a la universidad). Nadie creía en la educación, nuestro
futuro estaba escrito: miseria. Ni Park Arfa, que se ganaba la vida como agricultor,
ni Bu Mus, que lo hacía como costurera, cobraban por darnos clase.
¿Cuántos de ustedes fueron a )a
universidad?
Yo fui el único, el resto sigue
en la isla. Algunos son mineros y otros agricultores, pero todos han salido de
la pobreza. En cuanto a mí, puedo asegurarle que de todos mis años de estudio, la
mejor educación, la más impactante, ha sido la de esa escuela.
¿Por qué?
Desde el primer día los profesores me hicieron sentir que
educarse es celebrar la vida. Bu Mus consiguió que nos enamoráramos
del reto de saber. Mi compañero de pupitre, Linsang, el más brillante de todos,
me hizo prometerle que alguno de los dos llegaría a la universidad.
¿Qué le hacía brillar?
Era un genio de las
matemáticas. Cada
día pedaleaba 80 kilómetros para ir a la escuela atravesando un río lleno de
cocodrilos. Jamás faltó. Pero vivían 14 en una choza diminuta y los
únicos que podían trabajar eran su padre y él: tuvo que abandonar.
¿Y el material escolar?
Nuestros padres nos compraban
tres cuadernos por curso. Para sumar teníamos cada uno un puñado de ramitas. La
pizarra era el suelo de tierra. Pero el orgullo que sentía Bu Mus (que tenía 15
años) por ser maestra y su pasión por enseñar se convertían día a día en
nuestra pasión por aprender.
Qué grande, Bu Mus.
Éramos su razón de ser y ella
nos transmitía esa energía de la alegría de aprender. Hoy sé que tener o no tener tiza u
ordenadores es lo de menos. Los problemas complejos se convertían en desafíos,
la
aritmética difícil, en un entretenimiento. Las hojas de periódico sucias en las
que envolvían el pescado eran tesoros de lectura
Su entusiasmo es contagioso.
Gracias a él conseguimos ganar
el Concurso Académico. Vencimos a la escuela de la PN, con sus magníficos
libros y profesores venidos de fuera. Claro que teníamos al genio de Linsang y
la creatividad de Mahar, que nos llevó a ganar también el premio de carnaval. ¿Cuántas mentes
brillantes como las suyas estarán enterradas en la pobreza?
Eso da mucha rabia.
Sufríamos una baja autoestima
con carácter agudo por la discriminación sistemática y la marginación en la que
vivíamos. Por eso ganar aquel concurso, algo impensable, fue crucial para la
población: empezó
a creer en nuestra escuela, y esa creencia en la educación ha permanecido.
Recobraron la dignidad.
Sí, tan pisoteada. Para Park
Arfa el secreto del conocimiento era valorarse uno mismo, y su enseñanza era el
gozo del estudio. Aquella mentalidad nos hizo estar agradecidos aun en la
pobreza.
¿Qué fue lo dificil en su vida?
He tenido muchísimas
dificultades en mi vida, pero quizá lo más difícil fue poner en práctica lo que
me enseñaron mis profesores: intentar dar el máximo posible en lugar de recibir el
máximo posible. He creado una escuela gratuita en mi isla.
Los precios del estaño acabaron
desplomándose.
... Y la grandeza de la PN y su
escuela se las tragó la tierra. Luego los nativos cribaron el estaño con sus
propias manos y abrieron nuevas escuelas. No fue una gran corporación ni el
Gobierno quienes lograron restablecer la educación como un derecho fundamental.
Fue la
propia gente pobre.
Es alentador.
A nuestra escuela literalmente se la llevó el viento, pero su
espíritu ha permanecido. Allá donde voy lo veo: los más desafortunados de este
mundo son los pesimistas.
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