La clave es
aumentar el valor personal ante uno mismo, pero no delante de nadie.
De pequeños,
pocos reciben una educación enfocada al bienestar emocional, y después, de
mayores, al carecer de una referencia interna, las personas buscan en los demás
un sucedáneo de autoestima que acaba creando más problemas de los que trata de
solucionar. Se han escrito muchos libros sobre el tema, se imparten cursos y se
llenan consultas de personas que desean mejorar su autoconcepto… pero muchos
olvidan que la valía es fruto de la autopercepción y no de lo que digan los
demás.
Nuestra
cultura occidental ha inventado la necesidad de ser “especial”, para alguien o en
algo. Y nosotros hemos comprado ese deseo. ¿Qué ha ocurrido? Quién más, quién
menos, construye una idea de sí mismo en positivo o en negativo. Es decir, hay
personas que se sienten “mejores” –por encima de los demás– (se aman) y otras
que se sienten “peores” –por debajo de los otros– (y se odian).
No conozco la clave del éxito,
pero la clave del fracaso es tratar de complacer a todo el mundo. Woody Allen.
No sé de dónde
salió la idea de que debemos buscar la aprobación externa, el cuento de que, en
el caso de obtenerla, podemos sentirnos felices, y en el caso de no obtenerla,
hemos de sentirnos desgraciados. El reconocimiento externo es un arma de dos
filos: por un lado, puede subir la moral, pero también puede dejar por los
suelos el estado de ánimo. Demasiado riesgo, máxime cuando la
aprobación o la censura se suele hacer con ligereza.
Alguien dijo: “Dale un premio
a un escritor y ya no escribirá nada más de valor”. No siempre es
así, por fortuna, pero es verdad que el escritor después de recibir un galardón
soporta un estrés adicional, ya que se ve obligado a no defraudar las
expectativas de sus lectores y estar a la altura del reconocimiento recibido.
Cuando una
persona se convierte en buscadora compulsiva de la aprobación externa, entra en
su propia trampa y en un ciclo sin fin. Se condena a sí misma, sin saberlo, a
ir de cumplido en cumplido, a recabar la aprobación ajena, a necesitar incluso
el halago. Ya
no es libre, depende de que otros alimenten su necesidad de ser aprobada.
Es como un adicto emocional que padece el síndrome de abstinencia. Se podía
decir que esa persona pierde el tiempo y la paz mental buscando la felicidad en
el lugar equivocado.
Es obvio que
no hay nada malo respecto a contar con el beneplácito ajeno. El problema es
cuando se necesita y, sobre todo, cuando se confunde el verdadero valor personal con la
complacencia externa. Son dos cosas muy diferentes, y cuando se
entiende esta gran diferencia, las personas se centran en su valor y no en
buscar ser valoradas.
Reforzar la
autoestima significa aumentar el valor personal ante uno mismo, pero no delante
de nadie. Cualquier palabra que empiece con auto (autoestima, autoconcepto,
autoimagen…) tiene que ver con uno mismo y no con los demás. Aun estando claro,
parece que se olvida. Llega un momento en la vida en el que tenemos que
centrarnos en aclarar la relación con la persona más importante, que no es otro
que uno mismo. Si esa relación es sana e intensa, seremos felices;
si es insana, seremos infelices.
Tampoco hay
que confundir la valoración propia con la arrogancia, que es precisamente la
defensa de las personas que tienen poca. Hay dos clases de autoestima falsa: la
evaluación que hacen de sí mismos aquellos que se creen mejores que los demás y
la que hacen los que se sienten peores que los demás. Ambas percepciones son una visión
desajustada del valor intrínseco que cada persona tiene por el simple hecho de
ser un ser humano.
Si crees totalmente en ti
mismo, no habrá nada que esté fuera de tus posibilidades. Wayne Dyer.
No hay
diferencia, salvo en el signo en las expresiones: “soy
el mejor” y “soy el peor”. Ambas expresiones demuestran un
desconocimiento del valor real del ser humano, y confunden la comparación externa con la
autoevaluación interna. En el fondo reflejan el mismo problema, pero
con dos sistemas de compensación diferentes: uno a más y el otro a menos. Fue
S. Freud quien decía que esta compensación en realidad es una deformación para
poder soportar una autoestima lesionada.
Elevar la
autoestima depende de tomar la decisión de que somos valiosos al margen de los resultados
que obtengamos, y de recordar siempre esta decisión. No necesitamos
pruebas ni resultados. Se trata de una decisión interior que se apoya en uno
mismo y no en los demás. La mejor manera de influir en cómo nos perciben los
demás es mejorar la forma en que nos vemos a nosotros mismos. Sin duda, eso
generará de alguna manera un impacto porque cuando las personas se quieren más, el
mundo las quiere más.
Una pequeña
diferencia, en más o en menos, del nivel de autoestima de una persona va a
marcar una discrepancia dramática en lo que conseguirá de la vida, tanto a
nivel personal como profesional. Así, nuestro rendimiento nunca será mayor que la imagen que tenemos
de nosotros mismos.
Una persona
con autoestima saludable es: sabia sin ser pedante, asertiva sin ser agresiva,
poderosa sin necesitar la fuerza, ambiciosa sin ser codiciosa, profunda y no
banal, humilde sin ser servil, valiosa sin ser orgullosa. Y lo más importante: deja de
compararse con los demás, ya sea en positivo o negativo.
El
secreto es prescindir de autojuzgarse.
Es mucho más
interesante establecer una relación de amor con el planeta en lugar de mirar de
puertas adentro para evaluar si somos dignos o no de amor. Lo que lo cambiaría
todo es dejar de autoevaluarse y perseguir conectarse con el resto del mundo.
Del mismo modo
que la forma de librarse de los defectos es aumentar las cualidades –ya que
aquellos se diluyen en estas–, la mejor forma de no tener que conseguir una buena nota
es prescindir de ponerse una, cualquiera que sea.
Imaginemos un
mundo donde amarse no fuese una ardua tarea. En ese mundo ideal no se perdería
el tiempo y la energía en reparar lo que en realidad no necesita reparación,
sino una nueva percepción. En ese nuevo conocimiento de uno mismo, la avería de
la autoestima simplemente no sería posible porque el concepto sería
irrelevante. En ese mundo ideal, todas las personas se conocerían bien, a nivel
esencial, se aceptarían y se respetarían a sí mismas. En esa utopía no se
vendería ningún libro o servicio sobre cómo mejorar la percepción que tenemos
de nosotros mismos.
La religión de todas las
personas debería ser la de creer en sí mismos. Jiddu Krishnamurti
Leyendo las
biografías de Vicente Ferrer o la
madre Teresa de Calcuta, uno se da
cuenta de que estas personas no tenían este problema. Simplemente estaban más
centrados en los demás que en ellos mismos. Y al hacerlo se evitaban
un montón de complicaciones, incluida la de necesitar la aprobación ajena.
Seguramente esas personas se levantaban cada día centrados en cómo iban a
ayudar a quien lo necesitase y les ofrecían todo su apoyo. No creo que se
mirasen al espejo para ver si estaban guapos o feos, o que se perdieran en
divagaciones mentales sobre qué diría la prensa de ellos o si eran adecuados o
no. Actuaban
desde el amor, y en ese contexto la autoestima es innecesaria.
Cuando pienso
en la madre Teresa, me cuesta imaginarla usando este término. Imagino que su foco
de atención estaba siempre lejos de sí misma, en los demás, y su autoconcepto
no tenía la más mínima importancia para ella. Y así debería ser para todos.
Cuando el Dalai Lama visitó
Occidente por primera vez y le preguntaron qué diría a las personas con baja
autoestima, él respondió: “¿Pero es que no
se quieren? ¿Por qué razón?”. En su mente no cabía semejante
posibilidad, pues en su cultura y en su filosofía, hablar de este término
carece de significado. Esta podría ser una buena receta para egos inflados o
raquíticos: olvidarse un poco más de sí mismos y enfocarse plenamente en dar lo
mejor que uno tiene, en lo personal y en lo profesional. En definitiva, entender que la autoestima
baja o alta es un síntoma de desconocimiento del yo esencial.
LAS
CONSECUENCIAS
“El modo en que nos sentimos con respecto a nosotros mismos
afecta de forma decisiva a todos los aspectos de nuestra experiencia, desde la
manera en que funcionamos en el trabajo, el amor o el sexo, hasta nuestro
proceder como padres y las posibilidades que tenemos de progresar en la vida. Nuestras respuestas ante los
acontecimientos dependen de quién y qué pensamos que somos. Los dramas de nuestra vida son los reflejos de la visión
íntima que poseemos de nosotros mismos. Por tanto, la autoestima
es la clave del éxito o del fracaso. También es la clave para
comprendernos y comprender a los demás. De todos los juicios a que nos sometemos, ninguno es tan importante
como el nuestro propio”.
Cómo
mejorar su autoestima, de Nathaniel Branden
FORMAS
DE MIRARSE
LIBROS
- ‘La asertividad’. Olga Castanyer
- ‘La autoestima’. Luis Rojas Marcos
- ‘Los seis pilares de la autoestima’. Nathaniel Branden
PELÍCULAS
- ‘Billy Elliot, quiero bailar’. Stephen Daldry
- ‘Quiero ser como Beckham’. Gurinder Chadha
- ‘El diario de Bridget Jones’. Sharon Maguire
Lo que pienses de tí mismo es mucho más importante que lo que puedan llegar a pensar de tí los demás.
ResponEliminaA la vez que, juzgarse uno mismo acertadamente, es mucho más difícil que juzgar a los demás.
Bs de buenos días!