Tengo 43 años y hasta hoy cada
uno ha sido mejor que el anterior. Somos la suma de
nuestras elecciones. Soy americana. Tengo un
hijo de 8 años. Mis padres son sijs, pero yo creo más en la ciencia y mi
laboratorio. Soy investigadora social en Columbia y
colaboro con el Iese.
EL
ARTE DE ESCOGER
Un buen cerebro puede saber sin
ver. Sheena Iyengar, invidente, desde niña a causa de una retinitis, lo ha demostrado
con esfuerzo y talento. Brillante investigadora y autora de El arte de
elegir, alcanzó la fama por su experimento de las mermeladas en Central
Parle. Puso en venta primero un muestrario de 6 y después otro de 24 confituras
diferentes. Y, cuando ofrecía menos opciones, vendió diez veces más. En
mermeladas, menos es más. ¿Y en amar? Nuestros abuelos que se casaban con la
vecina de siempre no elegían peor, según las estadísticas de separaciones, que
quien hoy escoge entre mil posibles parejas en internet. Poder elegir entre más no garantiza errar
menos.
Cada vez tenemos más capacidad
de elegir...
Por ejemplo.
Desde el color de las uñas
-¡hoy hay miles!- hasta la duración de nuestra agonía. La ciencia, la tecnología
y el marketing nos brindan una cantidad de elecciones que nuestros padres ni
imaginaron.
iQué estrés'.
Es una de las reacciones:
rechazo y agotamiento, porque no estamos evolutivamente listos para ese poder.
Por eso recomiendo que sólo elijamos lo que vale la pena; las demás elecciones
no hay por qué hacerlas.
Pero la libertad es irrenunciable.
Es consustancial al ser humano,
desde luego. Pero déjeme explicarle cómo tomamos decisiones y verá que a menudo no son
tan libres como parecen.
¿Nos revelará cómo nos manipulan?
Intento describir cómo funciona
nuestro cerebro cuando elige. Todos preferimos poder escoger, eso es universal,
pero la manera está determinada por cada cultura. En lo que hoy todas coinciden
es en dejar cada vez menos decisiones en manos de Dios o sus sacerdotes, la
providencia o el destino.
¿Y cómo elegimos hoy?
Cada vez más, tomamos
decisiones y escogemos entre objetos u opciones no por los resultados, sino por cómo nos
identifican. Y eso nos complica aún más cada elección.
¿Por qué?
Porque es más fácil elegir el
coche que más te conviene por haremos objetivos -consumo, precio o
prestaciones...- que el que te identifica mejor. el que te hará ser más tú. Por
eso hoy más
que nunca somos la suma de nuestras elecciones.
Pero es más fácil elegir lo que te va
a servir más que lo que te va a definir más.
Hoy cada elección ya es una
expresión de identidad v no de utilidad. Incluso en elecciones vitales, como la
pareja. Antaño
los jóvenes se preguntaban: ¿él o ella es buena persona? Hoy se preguntan: ¿es
buena para mí?
También había menos para elegir.
Las estadísticas muestran que
más de la mitad de los matrimonios eran entre vecinos de calle, barrio o
parroquianos. Acababas casada con tu mejor amigo. Ya lo conocías, te
acostumbrabas a él o ella y, si nadie cometía ninguna tropelía, solía durar
toda la vida...
Hoy esa sería una elección pobre.
Hoy el proceso de búsqueda
comienza por una pregunta que nos hacemos en abstracto: ¿cómo quiero que sea mi
pareja?
Lo que abre la puerta a la
idealización.
Después vamos descartando
candidatos, según respondan o no a esa idealización.
Pero digamos que ese proceso no tiene
por qué ser desagradable ni definitivo.
¿Cómo elegimos? Nuestra
investigación muestra que las mujeres eligen pareja, para empezar, por el
estatus. En apenas cinco minutos, las chicas son capaces de juzgar no sólo qué
nivel socioeconómico tiene el candidato, sino también si es capaz de mejorarlo.
¡Caray! El Porsche funciona.
O su promesa. Por eso las
mujeres, para elegir pareja, consideran las buenas notas, la inteligencia, las
habilidades sociales y la ambición. Las chicas son muy sagaces
adivinando qué chico de 20 años será alguien a los 40.
¿Y ellos?
También valoran todo eso, pero
ponen el acento en el atractivo físico de ellas. Tanto, que hemos comprobado
que los
hombres no valoran la inteligencia y la ambición de su pareja cuando son
superiores a las suyas.
¡Vaya panda de narcisos!
En cuanto al proceso, las
mujeres restringen rápidamente el número de candidatos. En un momento
determinado, deciden no considerar más opciones. Se plantan.
Juiciosas.
Los varones, en cambio, tienden a no restringir el número de
candidatas nunca.
Estos tíos no tienen nunca bastante.
Y cuando, en el experimento de
emparejamiento, insistimos en aumentar el número de opciones, observamos que
tanto hombres como mujeres restringen los criterios.
Cuéntenos.
Cuando pasan de valorar 20 a
valorar 50 parejas potenciales, todos dejan de calibrar la inteligencia, la
elegancia o las habilidades sociales de sus potenciales parejas y se concentran
en elegir por el atractivo físico.
Es lo que pasa en las discotecas.
Por eso, a los varones, les
aconsejo que no flirteen en grupo...
¿Nada de pandillas de machotes?
... sino que se presenten o
solos o con pocos amigos. En las mujeres, en cambio, el número en que se
presenten no afecta a su posibilidad de ser la preferida por su elegido.
¿Es mejor quedar de uno en uno o juntar
grupos de candidatos y candidatas?
Elegir entre varias opciones en
una sola vez es más satisfactorio que ir descartando propuestas sucesivas. En
la sucesión contrastas cada oferta con el ideal que te has ido formando de
coche, piso o pareja y, tras elegir, siempre te quedará la sospecha de tal vez
no haber escogido lo mejor.
¿Y si juntas todas las opciones a la
vez?
Quedarás más satisfecho siempre, porque tendrás la sensación de
haber elegido agotando todas las posibilidades.
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